domingo, 30 de enero de 2011

Dondín y el valle escondido

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Han pasado algunos años y Esteban, el protegido de Dondín, ya es un niño de cinco años, pero aún poseído por esa alma infantil que está despierta a la aventura y a los cuentos, afición avivada por el duende; quien cada día le cuenta una historia distinta, haciendo que el niño avive su imaginación, para asombro de sus padres, quienes siempre están pendientes de las andanzas del infante.

Uno de tantos días, Dondín encontró a Esteban excavando un agujero en el jardín de su casa, utilizando unas herramientas de juguete que sus padres le habían comprado; al ver que llegaba su amigo, le saludó alborozado.

—Hola, Dondín, qué bueno que llegas, para que me ayudes a buscar el tesoro que deben haber enterrado aquí.

La madre del niño, al escucharlo hablar volvió la cabeza para mirarlo, pensando en esa viva imaginación de su hijo, que siempre inventaba personajes que lo acompañaban en sus juegos; desde luego que ella no vio al duende, pues muy lejos había quedado su infancia.

—¿Quién te dijo que hay un tesoro, Esteban?, preguntó Dondín.

—No me dijo nadie, pero yo creo que puede haber un tesoro, repuso el niño, pero mejor cuéntame un cuento, Dondín.

—Hoy no te voy a contar un cuento, Esteban, mejor vamos a que lo vivas, te voy a llevar al Valle Escondido, es un lugar lleno de encanto y de magia, te va a gustar.

—¿Debo pedir permiso a mi mamá?, preguntó inocente Esteban.

—No, Esteban, en realidad para tus padres será solo un instante y no se darán cuenta que has salido de tu jardín.

—Bueno, Dondín, tú siempre me has cuidado, así que sé que no se enojará mi mami.

Entonces Dondín levantó las manos y señalando a Esteban, dijo: “chiquitoff” y de inmediato el niño se hizo del tamaño del duende. En tanto, como si el tiempo se hubiera detenido, la madre de Esteban se quedó como congelada al dar un paso, mirando hacia donde se encontraba Esteban y con una sonrisa dibujada en su rostro. Dondín cubrió a Esteban con su abrigo mimético y ambos se difuminaron en el paisaje del jardín.

De nueva forma, el duende dijo la palabra mágica “volaff” y se encontraron volando con rumbo al Sur. Tomados de la mano, los amigos disfrutaban del increíble paisaje, algo nunca experimentado por Esteban, pues en viajes anteriores, el traslado había sido casi automático. Esta vez, para mayor disfrute de su protegido, Dondín había decidido hacerlo diferente. En algún momento se encontraron volando junto a una parvada de patos migratorios, que formados en una perfecta “V”, semejaban una escuadrón de aviación. Pronto dejaron atrás a los patos y durante unos minutos, los acompaño un águila, amiga de Dondín.

—Hola, Dondín, ¿hacia dónde vuelas?, preguntó curiosa.


—Hola, Aquilina, vieja amiga, llevo a mi amiguito Esteban a que conozca el Valle escondido.


—Pues les deseo un buen viaje, amigos; te vas a divertir, Esteban, es un sitio hermoso, dijo el ave dando unos cuantos aletazos, haciendo un viraje majestuoso y perdiéndose dentro de un conjunto nuboso.

—Qué bonita es el águila, Dondín y vuela muy alto.

—Así es Esteban, en nuestro territorio, es el ave que vuela mas alto, solamente superada por un ave que se encuentra mas al Sur, el cóndor de cuello blanco o Andino, ave natural de la cordillera de los Andes, pero otro día te hablaré de esa ave maravillosa.

—Mira, Esteban, allá abajo, en medio de esa tupida selva, se encuentra un sitio donde no ha llegado el ser humano, pues lo cerrado de la selva le ha obstaculizado el acceso, el cual se encuentra en la base de un antiguo volcán extinguido y dicha entrada está cubierta por ramas y raíces de milenarios árboles.

Dondín fue descendiendo hasta rozar las copas de los árboles, donde Esteban pudo mirar a familias de diferentes razas de monos: Unos ruidosos aulladores, que empezaron a escandalizar en cuanto los viajeros se acercaron a sus refugios. Eran animalitos que el niño nunca había visto. Se asombró de ver a las hembras con sus crías aferradas a sus vientres, en tanto parecían volar de rama en rama y los machos, aullando como para mantener alejados a los intrusos.

Cuando bajaron mas, se encontraron con familias de monos araña, compuestas por cincuenta o mas miembros, quienes se movían con agilidad entre las ramas, siempre en busca de los árboles de frutos mas dulces. Al final, los viajeros tocaron tierra junto a un aguaje, donde abrevaba un tapir o danta con su cría.

—¿Qué es ese animal tan chistoso, Dondín?

—Es un tapir o danta, como verás, su cría tiene unas rayitas a lo largo del cuerpo, pero la madre es parda. Este animal es mamífero y se alimenta de plantas. Estos animales siempre andan solos, solamente las hembras, como esta que vemos, anda con su cría durante algunos meses y luego cada uno se va por su lado.

A fin de no demorarse mas, Dondín tomó de la mano a Esteban y continuaron volando a baja altura, sobre los matorrales, hasta que llegaron al pie de un árbol muy curioso, que parecía tener muchas raíces que se elevaban para integrarse al tronco, como una rama mas.

Entonces se posaron al pie del árbol, señalando Dondín una pequeña abertura en la roca, invitando a Esteban a seguirle. El duende penetró en el obscuro pasadizo, pero levantó su mano y murmuró unas palabras, entonces toda la cueva se iluminó, como si hubieran aparecido varios soles. Caminaron unos pocos metros y desembocaron en un valle muy amplio y profundo, ellos se encontraban en la parte alta de la pared, que presentaba una suave pendiente.

—Este es el Valle escondido, dijo Dondín, moviendo sus brazos como para abarcar todo el paisaje. En este sitio hay animales que en otros lugares, hace mucho tiempo que se extinguieron. No debes temer, pues todos son mis amigos y me conocen muy bien y también están bajo el cuidado de los duendes. Es posible que encontremos a alguno de mis hermanos por aquí, pues XV y XVI tienen a su cargo el cuidar de este sitio.

Los amigos empezaron a caminar entre helechos gigantes, campos de tréboles y hongos multicolores, el calor era sofocante, mas intenso que el que se siente en la montaña, pues el microclima dentro del cráter del extinto volcán, es un clima tropical, con un sistema de lluvias también mas intenso.

Dondín tomó de la mano a Esteban y le pidió que no se separaran, pues podría haber animales peligrosos en los alrededores, por lo que lo cubrió con su saco para mimetizarlo; en esas condiciones vieron una rata de campo del tamaño de un gato grande, Dondín indicó a Esteban que guardara silencio y el animal pasó junto a ellos sin detectarlos.

Continuaron su descenso, cuando de pronto, detrás de las gruesas raíces de un pino, les salió a su encuentro Dondín XV, hermano de XVIII, quien vestía unos holgados pantalones verdes, una camisa roja y un simpático sombrero de copa color café. El rostro de XV era risueño y su larga barba la mantenía atada como un moño, sus inquietos ojillos azules se movían juguetones.

—Hola, hermano XV, dijo entusiasmado, qué bueno que te has decidido a traer a tu protegido, para que conozca como viven nuestros hermanos de esta zona.

—Así es, hermano, quiero que Esteban conozca este hermoso valle, que desde tiempo inmemorial ha sido habitado por duendes y gnomos. Pues de esta colonia no teníamos noticias, hasta que ustedes vinieron a reconocer este valle para cuidarlo igual que el bosque.

Esteban miraba curioso al hermano mayor de Dondín y no acababa de entender por qué tanto entusiasmo por este lugar, que para el niño era igual a cualquier otro; tal vez con plantas un tanto diferentes. O esa rata tan grande que pasó frente a ellos.

—Mira Esteban, dijo Dondín XVIII, nosotros pensábamos que éramos los primeros duendes llegados a estas tierras y hace pocos años, tal vez unos cuatrocientos, mis hermanos vinieron a explorar estas tierras y se encontraron con un pueblo grande, donde habitan unos duendes que llegaron desde tierras del sur.

—¿Y eso es importante, Dondín?, preguntó inocente el niño.

—Desde luego que sí, Esteban, pues tienen algunas diferencias con nosotros; la principal es que ellos no conocen la magia, por esa razón no han podido salir de aquí.

—Nosotros no usamos magia para entrar, dijo rotundo Esteban.

—Así es, amiguito, intervino XV, pero a estos duendes se les ha olvidado en donde está la entrada y como solo se valen de sus cuerpos físicos, pues se ven limitados por el peligro de ser atacados por los animales.

—Pero vamos, indicó XV, que avanzó entre un tupido campo de tréboles de un tamaño mayor a los conocidos por Esteban. Como es de comprenderse, el niño era bastante mas alto que los duendes, por lo que desde lejos miró lo que podría ser un poblado, pero todo en miniatura. Era la ciudad de los duendes del Valle escondido.
—Ten cuidado en donde pisas, Esteban, recomendó Dondín, pues podrías pisar alguna de las casas o a los mismos duendes. Pero para que no vayamos a causar algún problema, te haré de nuestro tamaño.

El duende se concentró en su magia y dijo; “chiquipuaff” y de forma instantánea Esteban quedó al tamaño de sus amigos, lo que le hizo gracia, no obstante que ya en otras aventuras había experimentado la misma situación.

—¡Qué grande se ve el pueblo, Dondín!, yo pensaba que era muy pequeño.

—Lo que sucede, amiguito, dijo XV, es que todo es relativo a tu tamaño; en tu estatura normal, lo cruzarías en unas cuantas zancadas, pero ahora, cuando ves las casas construidas a nuestro tamaño, se te hace una distancia enorme, pues tienes que caminar muchos pasos para cruzar el pueblo.

—¿Cómo se llama este pueblito?, preguntó el niño.

—Los habitantes del lugar lo llaman Amaranat, que en el lenguaje de ellos significa “lugar de animales grandes”, como lo pudimos comprobar al entrar. Pero hemos llegado a la casa del jefe de este pueblo.

Dondín XV se les había adelantado para avisar su llegada, por lo que el jefe ya se había puesto la chaqueta y el gorro, pues en esos momentos estaba arreglando la cerca de su casa. Con los brazos abiertos, recibió amistoso a los visitantes.

—Sean bien venidos a nuestro humilde pueblo, les dijo, palmeando la espalda a Dondín XVIII. ¿Quién es este caballero que te acompaña, querido XV?

—Es mi protegido, su nombre es Esteban y lo traje a conocer sus hermosas tierras.

—Me parece bien, Dondín, te recomiendo que lo lleves a las partes altas, donde habita el oso plateado. Pero tengan cuidado, pues aún a nosotros los duendes, en ocasiones nos desconoce, pues tiene un carácter muy feo.

—No te preocupes, Astabot, que conozco sus malos modos y cuidaré bien de Esteban.

Esteban y Dondín XV y XVIII, salieron de la casa del jefe Astabot, dirigiéndose hacia el Norte del pueblo, que a esa hora se miraba casi desierto.

—¿En donde se encuentran los habitantes del pueblo, Dondín?

—Ellos, al igual que nosotros, trabajan en las minas, por eso no se ven durante el día y los niños han de estar en la escuela. Pero no te preocupes, que ellos ya deben saber que estamos de visita.

—Espera, hermano, dijo XVIII, vamos a ir volando, pues a este paso nos llevará varios días llegar a las tierras altas.

—Me parece bien, hermano, tomémonos de las manos y “vualaff”, dijo con entusiasmo, elevándose de inmediato los tres amigos.

—Esto es maravilloso, dijo Esteban, no pensé que hubiera plantas tan grandes y esos curiosos pajaritos, dijo señalando a unos pájaros carpinteros de plumaje negro y blanco y un curioso copete rojo.

—Y no has visto lo mas interesante, dijo Dondín señalando hacia los cerros ya cercanos.

Cuando llegaron a la zona buscada, se quedaron estacionados en las ramas de un árbol gigante, entre la algarabía de los monos aulladores y el alborozo de los monos araña, quienes reconocieron a sus amigos duendes.

—Ahora debemos movernos con cuidado, lo haremos volando de rama en rama, pues es mas sencillo de encontrar desde arroba. El oso plateado es un animal solitario, como todos los osos, pero es de estatura enorme y como nos advirtieron, tiene un carácter muy enojón, no le gustan los intrusos.

Luego de recorrer el lugar, siempre parados en las ramas altas, encontraron un oso plateado cerca de un aguaje. En cuanto el animal detectó la presencia de extraños, rugió de forma terrorífica, levantándose sobre sus patas traseras, mostrando su descomunal tamaño.

—En verdad que es muy grande, dijo Esteban atemorizado, si nos atrapa no seremos ni un bocado para esa bocaza.

—No te preocupes, le tranquilizó Dondín, además yo creo que ya es tiempo de volver a tu casa, pues pronto te llamarán a comer.

—Qué lástima que nos tengamos que ir, pues en este sitio se pueden ver muchas cosas diferentes a las que tenemos en nuestro bosque.

—Así es, pequeño, repuso Dondín XV, pero otro día pueden regresar y buscaremos otras cosas qué ver.

Esteban se despidió de su amigo XV y tomado de la mano de Dondín, protegido por el abrigo del duende, pronto volvieron al jardín de la casa de Esteban, cuando se posaron en tierra, junto al agujero que estaba haciendo el niño, Dondín chasqueó los dedos y la madre de Esteban continuó el paso que estaba dando, sonriendo hacia su hijo.

—Ya deja de jugar, nene, le dijo cariñosa, pues debes lavarte las manitas para ir a comer, tu padre ya está por entrar, pues veo que está cerrando la puerta del molino.

Dondín le hizo un guiño a Esteban y levantando su sombrero se despidió agitándolo. Había sido una buena aventura para el niño, quien sonriendo se alejó, tomado de la mano de su madre.







LÉXICO

Mimético                          Animal o planta que cambia de color a voluntad
Zancadas                        Pasos largos, “andar a zancadas”
Alborozo                         Gritería, desorden extraordinario

 

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