martes, 22 de febrero de 2011

Dondín prisionero del ogro

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En el bosque donde vive Dondín, en la montaña de Guerrero, habían tenido una temporada de lluvias particularmente intensa, al grado que los duendes no habían podido salir a trabajar. Bueno, es un decir, no habían podido ir a las minas, pero en cambio habían podido hacer muchas labores comunitarias.

Como la colonia estaba construída a varios metros bajo la superficie, las lluvias no entorpecían el trabajo en el pueblo. Entre otras labores pendientes, tenían el de arreglar una filtración de agua, que la raíz del pino que los cubría estaba propiciando; cuando llovía se formaba una corriente importante y cuando cesaba la lluvia, quedaba un manso escurrimiento durante varios días. Durante la temporada de estiaje le fueron dando largas a esta reparación, pero una vez en la época de lluvias, se hacía imperioso hacer tal arreglo. La obra consistía en conducir el agua, mediante un canal de piedra, hasta una zona arenosa donde se filtraba el agua, formando una alberca temporal, donde los jóvenes jugaban y retozaban.

Hábiles constructores, los duendes habían hecho acopio de piedra y arena y solamente les faltaba llevar la cal para hacer una buena argamasa para construír el canal. Siendo expertos mineros, tenían bien ubicado un banco de piedra caliza y en una gran caverna destinada para tal fin, fueron quemando las piedras calizas a fin de obtener la cal requerida; una vez calientes las piedras, las enfriaban con agua, quedando convertidas en polvo.

En tanto los mayores trabajaban en las obras del pueblo, Dondín pidió permiso para ir al bosque a buscar fresas silvestres para las conservas de su madre. Acompañado de su hermano menor Dondín XIX, a quien de cariño llamaban “Colorín” por el color rojo de su cabello, salió Dondín muy de mañana, pero ya con el sol calentando la montaña.

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