lunes, 7 de marzo de 2011

DONDIN Y LOS COLIBRIES (V)

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Dondín XVIII había tenido unos días muy ocupados en la mina, ayudando a sus hermanos, por lo que no había ido con regularidad en busca de Esteban, su niño protegido, hijo de los molineros de la región. El niño había cumplido ya los cuatro años y en realidad extrañaba las visitas de su amigo el duende. En ocasiones preguntaba a su madre por Dondín, su amigo y, sonriendo, la madre acariciaba la cabeza del niño diciéndole indulgente:

—No te preocupes, Esteban, tú llámalo y cualquier día vendrá a verte.

La madre se retiraba sonriendo ante la inocencia de su retoño, añorando esa dorada edad en que todo en la vida eran los juegos y las fantasías. Esteban ciertamente le hacía caso a su madre y llamaba a Dondín por medio de sus amigos.

—Conejito, por favor, dile a Dondín que venga a jugar conmigo. O le pasaba el recado a una golondrina que anidaba en el alero del molino; o cuando, acompañado de su madre llegaban a la orilla del estanque, buscaba a un gran sapo verde que vivía entre los juncos y le hacía la misma petición. Y todos los recados llegaban al diligente duende.

Finalizados los trabajos urgentes, Dondín avisó a sus hermanos que tenía necesidad de atender los llamados de su protegido, partiendo a la mañana siguiente a cumplir con esa obligación.

Era el mes de Mayo y las plantas estaban en plena floración, por lo que se miraba una gran actividad de abejas, avispas y demás insectos relacionados con las flores. Pero además, los colibríes de todos colores se mostraban particularmente trabajadores, pues estaban en plena época de reproducción.

Debido a las lluvias de la temporada, el campo estaba lleno de pastos, zacates, tréboles, hongos de todos tamaños, formas y colores y una variedad casi infinita de plantas y árboles, lo que hacía mas lenta la marcha del pequeño duendecillo. Aún cuando Dondín podía hacer el recorrido volando mediante su magia, lo hacía a pie, pues de esa forma revisaba que todo el bosque, que estaba a su cuidado, se mantuviera en buena forma. Al llegar al estanque se encontró con su amigo el sapo verde, quien amablemente lo cruzó montado Dondín en el lomo del batracio.

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