miércoles, 23 de febrero de 2011

Dondín y el sapo enfermo (V)

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El día era espléndido, Dondín XVIII caminaba despreocupado entre un pequeño bosque de hongos de varias formas y colores, la noche anterior había llovido y el campo estaba húmedo y oloroso a tierra mojada y hierba fresca. En lo alto, las aves volaban en varias direcciones, algunas en parvadas, otras en solitario, todas en busca del diario sustento. En lo alto de un campo de margaritas silvestres, el duende observó a un colorido colibrí que hambriento succionaba el néctar de las flores, tan quieto como si estuviese posado en una rama, sus alas se batían a gran velocidad y el ave comía tranquilo. Una voz gruesa hizo sobresaltar al distraído muchacho:

-¿Hacia donde caminas, pequeño duende? – la voz provenía de un sapo gordo y verduzco que lo observaba con sus ojillos traviesos –

-Buenos días, señor sapo, - respondió atento Dondín – tengo que llegar al viejo roble, pues ahí estará un pequeño humano a quien tengo a mi cuidado.


-Vaya….vaya….el pequeño duende ya tiene obligaciones, - contestó lentamente el sapo – ¿y es que no tendrías un momento para platicar con este viejo y desagradable sapo?

-Desde luego que usted no es un desagradable sapo, simplemente es un sapo y es igual al resto de los sapos que hay en el estanque, - contestó sincero Dondín. –No tiene nada de qué avergonzarse, pues además se ve que usted es muy simpático.

Ya de mejor talante, el sapo continuó: -Realmente eres un duende muy atento y educado, en realidad estoy un poco malhumorado, pues me comí una mantis religiosa y me debe haber caído mal, -abrió su gran boca y desenrolló su enorme lengua, que tenía un color verde nada natural.















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