lunes, 21 de febrero de 2011

DONDIN Y EL RIO ESCONDIDO (V)

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Una tarde de verano en que el calor era particularmente intenso, Dondín XVIII y sus hermanos, XVI y XVII, regresaban a su casa después de haber ido a recolectar nueces, los nogales, árboles de clima mas frío, se hallaban en la parte alta de la montaña- por lo que les había llevado toda la mañana subir al monte y bajar con sus cargas; en esta ocasión no podían hacer uso de sus artes mágicas, pues para sus trabajos personales no se les tenía permitido, tenían que esforzarse como cualquier ser humano.

Cansados, sudorosos y hambrientos, los tres duendes decidieron descansar en la rivera de un arroyo que bajaba, cantarín, de los altos manantiales de la montaña; ahí descansarían y repondrían sus fuerzas comiendo las viandas que su madre les había preparado por la mañana.

El calor y el cansancio les motivaron para darse un refrescante chapuzón en el río, así que, ni tardos ni perezosos, los duendes se quitaron sus ropas y, decididos, se lanzaron a las frescas y claras aguas. Los guijarros y pececillos se veían con toda claridad y los duendes nadaban perezosos; los juncos y lirios les hacían cosquillas en sus desnudos cuerpos y las ramas de un sauce llorón les brindaban una relajante sombra. De pronto, un gran salmón que venía de aguas abajo, al ver a los duendes, juguetón les empezó a lanzar chorros de agua, los jóvenes le siguieron la broma, persiguiendo al travieso salmón, que nadaba veloz y se escondía entre las plantas y las piedras.

Cansados de jugar, los duendes se acercaron a la orilla y le hablaron al salmón:
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