domingo, 30 de enero de 2011

Dondín en el bosque de niebla

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El sol empieza a pasar entre la espesa niebla que cubre el bosque, un viento frío corre entre los árboles, manteniendo en sus nidos y guaridas a los habitantes del lugar. Las hojas de las plantas escurren el rocío de la mañana y la propia humedad dejada por la niebla. Los pálidos rayos del sol alumbran, pero no aportan ningún grado de calor al medio ambiente.

Dondín debajo de unas grandes hojas elegantes, se encuentra arrebujado en una cobija hecha con pelo de conejo y que Lepina, su madre, le confeccionó especialmente para este viaje, pues bien sabía las condiciones que su hijo encontraría en esos lejanos parajes. Junto al duende, su topo preferido para viajar, comparte el calor de sus cuerpos y de la cobija. Hace apenas unos cuantos días que Dondín llegó al bosque, pues el Rey de los duendes le había encomendado que cuidara de esa zona de manera temporal, en tanto el viejo duende Matuso, se repone de una enfermedad que lo ha mantenido postrado, sin poder cumplir con sus obligaciones como responsable de la vida en el bosque.

Dondín había aceptado porque era su obligación hacerlo, pero estaba triste, pues eso lo separaba de su amada familia, pero ya había llegado a la edad en que se les asignan ocupaciones de mas responsabilidad y en ese momento era necesario darle un descanso al viejo Matuso, por lo que Quintón y Lepina, sus padres, le habían organizado una fiesta de despedida, a la que habían invitado, además de toda su familia, a sus amigos y vecinos de la colonia.

Después de la fiesta, sus padres y hermanos se reunieron en una despedida mas íntima y sus padres aprovecharon para ponerlo al corriente del sitio al que había sido destinado. Le hablaron del clima, que es su característica mas notable; por estar enclavada entre elevadas montañas de donde bajan corrientes de aire frío y recibir las corrientes cálidas que soplan del océano, se forma una espesa capa de niebla, particularmente en los meses de otoño-invierno, aunque en ocasiones también se forman en las primeras semanas de la primavera.

Otra característica es su flora y fauna. En un sitio tan apartado, donde rara vez se aventura algún humano, se han preservado especies que no se encuentran en ningún otro lugar del mundo. En lo referente a la flora, hay enormes árboles que los duendes llaman “keipos”, de robustas ramas que se mueven a voluntad, pareciendo enormes brazos dispuestos a atrapar o golpear lo que se les ponga a su alcance, pero en realidad no son agresivos, lo que sucede es que no saben controlar sus movimientos y pueden resultar amenazantes. Durante el otoño, sus grandes hojas se caen y entonces se llenan de un jugoso fruto de color ámbar, cuya pulpa, dulce y tierna, tiene el color del vino rojo. La corteza del árbol es lisa, de color verde pálido, cuando el fruto madura, cae al suelo y es devorado por unos simios cuya especie solamente se encuentra en ese lugar, son de talla regular, de pelambre amarillo y muy fuertes, son tan hábiles, que saben evitar los movimientos de las ramas, tomar los frutos y salir corriendo para ponerse fuera de su alcance.

Existe otra especie de animales, son unos toros alados, que recuerdan a unos que adoraban hace miles de años en Mesopotamia y que siempre se ha pensado que son animales mitológicos. Desde luego que estos animales no vuelan, pues son sumamente pesados, entre ellos, las hembras no tienen alas, solamente los machos y las despliegan como una forma de llamar a las hembras durante sus temporadas de celo. Estos animales también se benefician de los frutos de los árboles llamados “keipos”. En primavera es frecuente ver a la manada acompañada de sus becerros recién nacidos; casi toda la especie es de color negro brillante, aunque ocasionalmente algún becerro nace con alguna pequeña mancha rojiza.

Finalmente, además de las aves propias de estas montañas, existen unas aves corredoras, de alas casi inexistentes, pero de robustas patas que mucho recuerdan al avestruz, pero que es de talla mas pequeña. Son de color rojo, con la cabeza amarilla, alargada hacia arriba y de pico azul y curvo; como no pueden volar, hacen sus nidos entre las raíces de los árboles o entre las rocas y tienen una cría por año, por lo que no se ven muchos ejemplares.

Hay algunas otras especies menores de reptiles que son endémicos de esa zona, como una especie de lagartija de unos cuarenta centímetros de larga, cuerpo grueso y color anaranjado, su mandíbula es una especie de pico largo. Este curioso animalito se alimenta de pequeños insectos y semillas de las plantas, su largo pico le sirve para hurgar entre las ramas apolilladas y obtener su alimento. Pero debes tener mucho cuidado, Dondín, pues hay un animal que se deleita comiendo duendes y gnomos, es uno de nuestros pocos enemigos naturales, le llamamos “glotus”. Es una especie de hombrecillo recubierto de pelo verde, de piernas cortas y brazos largos, pero tienen poca fuerza, por lo que no pueden subir fácilmente a los árboles; por su peculiar color, se confunden con el follaje, pero además tienen una gran capacidad mimética y es muy difícil distinguirlo en el bosque, solamente nuestro instinto nos avisa cuando hay alguno cercano y la manera de escapar de él, es mediante nuestra magia. Por tal razón, dijo Quintón, en tanto sacaba de una caja un extraño sombrero rojo, es necesario que uses este sombrero; cuando presientas que hay cerca un animalejo de estos, jalarás las alas del sombrero hasta que te cubran totalmente, en ese momento serás invisible para el animalillo, que además de glotón es muy tonto y podrás ponerte a salvo.

Todo esto fue relatado por Quintón para ilustrar a su hijo Dondín, para que fuera prevenido de lo que encontraría. Ya con esta información y con la ropa de abrigo que le confeccionó su madre y las viandas que sus hermanas le prepararon, Dondín, montado en su fiel topo, partió a cumplir con su trabajo; su equipaje lo transportaban dos topos de carga. El viaje fue largo y fatigoso, pues tuvieron que subir la montaña, bajarla por el rumbo de Oaxaca y caminar durante varios días, hasta llegar al valle de la niebla.

La primera jornada del viaje, Dondín fue acompañado por sus amigos del bosque. A lo lejos vio a Esteban, que ya era un muchacho de cinco años y que ya no podía ver al duende, aunque Dondín sabía que eso iba a ocurrir, le dolía que su buen amigo hubiese dejado de verlo, pues eso indicaba que ya no creía en él. Los conejos lo acompañaban brincando a los lados de los topos y la vieja lechuza que vivía en el hueco del viejo roble, revoloteaba sobre su cabeza diciéndole adiós y deseándole buena suerte.

Al llegar al arroyo que baja de la montaña, sus amigos se despidieron y Dondín se sintió verdaderamente solo. Cuando esa noche se detuvo para acampar, preparó la cena con desgano, pues qué caso tenía preparar la cena para él solo. Miró el cielo estrellado y percibió unas luces fugaces que cruzaban el cielo, como llorando por la soledad en que se encontraba. !Qué inmenso es el horizonte!, sobre todo cuando se viaja solo. Fue una noche cálida en que durmió a la sombra de un gran hongo blanco con manchas rojas. Se cubrió con una ligera sábana blanca y durmió en breves lapsos de tiempo, despertó varias veces, solo para comprobar que se encontraba solo, sus topos dormían plácidamente a poca distancia de él.

Al día siguiente continuó su camino y llegó a descansar al medio día a un arroyo de regular cauce, donde se encontró un gran nido de castores, quienes trabajaban afanosamente en tratar de aumentar el tamaño del nido.

Cuando lo miraron tan solo y triste, se acercó uno de los castores.

_Hola, amiguito, _preguntó_ ¿te sucede algo?, nosotros te podemos ayudar.

_Gracias, _respondió Dondín_ pero lo que me pasa es que estoy triste, pues las obligaciones me han separado de mi familia, yo los amo y no me gusta estar separado de ellos. Por cierto, me llamo Dondín y me dirijo al bosque de niebla, ¿lo conoces?

_He oído hablar de ese bosque, pero nosotros no nos alejamos del agua, pues siempre tenemos mucho trabajo en la construcción de nuestros nidos. Mi nombre es Castulín y tengo una familia grande, además de mi esposa, tenemos quince preciosos cachorritos que se encuentran dentro de la madriguera, ¿te gustaría conocer a mi familia?

_Claro que sí, contestó Dondín animado ante la idea de tener nuevos amigos, aunque fuese temporalmente, pues aún le faltaba un gran trecho de camino.

_Pues sumérgete en el agua, aguanta la respiración y sígueme.

Dondín solamente se quitó los zapatos y se lanzó jubiloso al agua, que le refrescó después de la fatigosa jornada de camino. Miró a su amigo que nadaba delante de él y lo siguió hasta encontrar la entrada a la guarida, cuando emergió dentro del nido, percibió un fuerte olor a orines y humedad, pero no hizo mayor caso, pues se daba cuenta que por la falta de ventilación, el ambiente debería ser cargado, mezclando los olores de los cuerpos de sus habitantes con algunas otras substancias innombrables.

_Buenas tardes, saludó Dondín al penetrar a la madriguera, donde un grupo de traviesos castorcillos palmeteaban el suelo con sus anchas colas, en tanto el padre reía complacido al mirar a su prole.

_Esta es mi familia, Dondín, anunció el orgulloso padre, como verás, ya tenemos poco espacio, por eso debo aumentar el tamaño de nuestra vivienda.

_Tienes razón, Castulín, eso mismo le ocurrió a mi padre, en tanto les fue creciendo la familia; ahora ya son grandes, dijo con tristeza el duende y los hijos nos empezamos a ir, hasta que llegue el momento que se queden solos en esa casa tan grande....

_El castor se dio cuenta que su invitado se había vuelto a poner triste, por lo que procuró cambiar de tema, a fin de alegrar a su huésped.

_Vamos, Dondín, casi será la hora de comer y tú no comes lo mismo que nosotros, volvamos a la superficie para que traigamos tus alimentos y comas con mi familia.

_De acuerdo, accedió Dondín, recobrando un poco de su buen humor.

El duende y el castor volvieron a sumergirse en las frescas aguas del estanque y volvieron a la superficie, donde Dondín escogió aquellos alimentos que no requiriesen calentarse, pues se daba cuenta que no sería algo inteligente hacer una fogata en la madriguera de los castores. Una vez hecha su elección, hizo con todo un paquete y lo envolvió en una piel que llevaba para estos casos, a fin de que no se echaran a perder con el agua. Esa fue una tarde muy agradable para Dondín, pues después de comer con la familia de Castulín, estuvieron platicando acerca de la vida en la colonia, algo que resultó muy interesante para el duende.

Finalmente se despidió dondín, pues debía continuar con su viaje y tenía pensado llegar a dormir a cierto lugar, ya muy cerca de su destino, a fin de arribar al bosque de niebla en las primeras horas de la mañana. El contacto con la familia de castores le había levantado el ánimo y se puso a cantar mientras cabalgaba, el duende tenía una bella voz, un tanto aguda, pues su pequeña talla no le ayudaba para tener una voz gruesa y potente, pero sí era agradable escucharlo. Una parvada de gorriones revoloteó en torno al viajero, haciendo acompañamiento de trinos al canto de Dondín. El sitio que sus padres le habían recomendado para pasar la última noche de viaje, estaba en lo alto de la montaña y mirando hacia el sur, contempló un amplio campo cubierto por la niebla, solamente sobresalían las copas de unos pocos árboles y a la luz del atardecer, daba una impresión de irrealidad. El duende tuvo un breve estremecimiento al contemplar el lugar.

El sitio de acampada era un amplio campo de tréboles y altos pinos; a esa altura, el viento de la noche era mas fresco de lo que Dondín estaba acostumbrado, por lo que buscó entre los árboles hasta que halló un hueco donde poder acomodarse, extrajo el cobertor de piel de conejo que su madre le había confeccionado y se envolvió para pasar la noche. El canto de los grillos le arrulló y, propiciado por el cansancio del viaje, cayó en un profundo sueño. “Tuvo un extraño sueño, pues miraba a sus padres y hermanos que lo subían a una barca, a la que impulsaban al centro de la corriente de un impetuoso río; Dondín les pedía que no lo dejaran partir solo, pero ellos parecían no escucharle y, agitando pañuelos y manos, le decían adiós y le enviaban toda clase de parabienes. Ya en el centro de la corriente tuvo que hacerse cargo de su situación y se puso a remar con energía, para evitar que el bote chocara contra las rocas, pues le podían producir la muerte. Cuando luego de varias horas de lucha constante contra la corriente, pudo acercar el bote a una orilla, sentía un cansancio extremo, le dolían los brazos y las piernas y, casi arrastrándose, salió de la lancha y se tiró en un playón de arena fría y se quedó dormido”

A la mañana siguiente salió del hueco que le había servido de lecho, estirando sus extremidades, un tanto entumidas por la posición en que había dormido. Recordó muy bien lo soñado y consideró que era una clara muestra de que podría llevar a cabo su encomienda y mas adelante se volvería a reunir con su amada familia. Ya con el ánimo dispuesto, se preparó un reparador desayuno compuesto de tortas cubiertas con miel de abeja y un vaso de néctar de flores silvestres, que su madre le había puesto dentro de sus víveres. Recogió el campamento, se aseguró que la fogata estuviese apagada e inició el descenso de la montaña. A media mañana alcanzó la orilla del bosque de niebla, la cual empezaba a levantar, mostrando un campo húmedo y sombrío.

Debajo de un gran roble, Dondín divisó la figura de Matuso, envuelto en una manta y recostado, al darse cuenta de su llegada, el viejo duende se puso en pie trabajosamente. Era un duende de muchos años de edad, su blanca barba casi le arrastraba, por lo que se la enrollaba y ataba con un listón rojo. Era un poco mas bajo que Dondín, pero sus ojos eran vivos, de mirada inteligente. Vestía una levitón rojo con pantalón marrón y un alto sombrero de copa también rojo.

_Al fin llegas, muchacho, me temía que te hubiese pasado algo, pero ya estás aquí y me alegro, pues mis viejos huesos ya se resisten a sostenerme en pie, además de que me han atacado unas fiebres que me dejan en cama durante varios días. ¿Cómo te llamas?

_Me llamo Dondín XVIII, hijo de Quintón IV y Lepina; usted debe ser Matuso, el guardián de este bosque y me apena haberme retrasado, pero el camino está bastante pesado y no podía forzar a mis topos.

_No te preocupes, Dondín, si he estado por mil años en este sitio, bien podía soportar un día mas. Pero vamos, te mostraré mi casa, que ahora será la tuya.

Los duendes se encaminaron hacia el bosque, que se miraba sombrío a esa hora de la mañana. Las hojas goteaban, imprimiendo un sonido como de lluvia leve, a la vera del camino Dondín distinguió uno de los árboles descritos por sus padres, sus robustas ramas se movían en diferentes direcciones, atraídas por los movimientos que percibían a su alrededor; las ramas estaban cubiertas por enormes hojas circulares, entre las hojas se notaban abultamientos blanquecinos, posiblemente eran los botones de los futuros frutos.

_Ese árbol que miras, Dondín, es un keipo y su fruto es delicioso, aunque para comerlo debes llegar cuando estén cayendo, pues los simios amarillos también los apetecen. Esos simios son muy amigables, no debes temerles, son buenos amigos nuestros y se dan cuenta que nosotros estamos para cuidar de ellos. A esa especie de simios le llamamos “gorilakos” y se alimentan, además del fruto del keipo, de las tiernas hojas de una planta conocida por nosotros como “remolacha andina”, pues fue traída de los Andes por un antepasado nuestro hace varios cientos de años. Por cierto, que la raíz de tal planta, es un tubérculo dulce, de pulpa blanca; te será sencillo identificarla, pues abunda donde viven los gorilakos, ellos solamente comen las hojas, así que no tendrás problema si aprovechas los tubérculos.

_Matuso, preguntó Dondín, ¿qué me puedes contar del glotus?, pues según me relataron mis padres, es un enemigo natural nuestro.

_Efectivamente, muchacho, nos es difícil verlos, pues se confunden con el bosque, pero los podemos presentir, no te puedo explicar cómo, pero en su momento te darás cuenta. Por cierto, veo que traes tu sombrero para ocultarte. Ese animalejo es tan tonto, que si solo ve el sombrero, nunca pensará en buscar debajo de él y de esa forma lo burlamos. Nosotros podríamos matarlo, pero estamos para cuidar la vida del bosque y este bicho es parte de la cadena biológica de la zona.

Estaban hablando de eso, cuando Dondín sintió que se le erizaba el pelo de la nuca y de inmediato reaccionó tirando hacia abajo de las alas de su sombrero, hasta cubrir todo su cuerpo; sintió como algo caminaba cerca de él y se alejaba sin tocarlo. Algo tocó el sombrero y el duende se sobresaltó, pero era Matuso, quien le indicó que había pasado el peligro.

_¿Te das cuenta?, sin haberte dicho nada, presentiste el peligro y te ocultaste en el sombrero, yo hice lo mismo que tú, pues también me di cuenta que un glotus se acercaba a nosotros. Con el tiempo te acostumbrarás y con tiempo te darás cuenta de su presencia, pudiendo retirarte a tiempo, pues el animalillo es muy lento para reaccionar.

_Pero mira, Dondín, hemos llegado a la casa.

Matuso le señaló hacia un enorme pino, cuyo tronco era el mas grueso que el duende había visto jamás; un poco arriba de la base, sobre una gran raíz superficial, hab/'ia una entrada, los duendes penetraron en el tronco y por medio de una escalera de caracol fueron subiendo a las diversas dependencias de la casa, aunque siendo tan grande el área del tronco, bien podían haber hecho la casa en un solo nivel, pero ello hubiera debilitado el tronco, pudiendo propiciar su caída.

La casa era confortable, amueblada con sencillez, pero con buen gusto. Pinturas brillantes decoraban los muros y muebles. En realidad la vivienda ocupaba dos niveles, pero hacia arriba había varios pisos, donde Matuso almacenaba víveres, herramientas y piedras preciosas. Dondín quedó muy complacido con la vivienda y aseguró a Matuso que cuidaría muy bien su bosque hasta que volviera, por lo que el viejo duende se despidió y diciendo unas palabras mágicas...¡Salepuaff...!, desapareció.

Dondín salió de la vivienda a atender a sus topos, aliviarlos de las cargas y dejarlos en libertad para que se restablecieran del fatigoso viaje. Una vez acomodadas sus pertenencias, el duende se fue a recorrer el bosque. Un pequeño conejo salió a su encuentro, para enterarse de quien era el visitante.

_Hola, dijo el conejo, ¿vienes de paso?...

_No, repuso Dondín, soy el nuevo encargado del bosque, en tanto Matuso se va a atender de algunos males que le han impedido concentrarse en su tarea. Mi nombre es Dondín y me da gusto conocerte.

_Oh, gracias Dondín, mi nombre es “Orejas” y vivo con mis padres atrás del gran pino, donde está la casa de Matuso, así es que, si vas a vivir ahí, seremos vecinos.

_Pues sí, Orejas, seremos vecinos y eres mi primer amigo en este bosque, ¿gustas acompañarme a conocerlo?

_Desde luego que sí‚ Dondín y gracias por considerarme tu amigo. Mira, detrás de ese cerro, está la guarida de los simios amarillos, los gorilakos. No debes tenerles miedo, son amigables y siempre dispuestos a ayudar.

Los nuevos amigos siguieron caminando y algo llamó la atención de Dondín, un poco retirado del sendero, se encontraba tirado un viejo tronco y a su lado, un extraño pajarraco hurgaba con un curvo y extraño pico de color azul. Intrigado, preguntó a su amiguito por tan extraña criatura:

_¿Qué es aquel pajarraco, tan extraño?

_Es un picoloro, repuso el conejo como si tal cosa. Es un pájaro muy amistoso; siempre lo verás muy desaliñado, como si se acabara de levantar, se alimenta de insectos que encuentra debajo de los arbustos y troncos, que es lo que hace ahora.

Los dos amigos siguieron caminando, Dondín no dejaba de asombrarse con los enormes árboles del keipo, la tersura de su cortesa que los hacía parecerse a un cristal, sus robustas ramas moviéndose en dirección en que percibían algún movimiento; sus grandes hojas circulares de un color amarillo verdoso con un botón rojo en el centro, parecían adornos, mas que parte de la estructura de la planta. Por explicaciones del conejo, Dondín se enteró de que estaba por iniciarse la temporada del deshoje de los árboles y el nacimiento de los preciados frutos, los cuales crecían en cuestión de días y empezaban a caer, siendo recibidos con alegría por todos los habitantes del bosque.

Dondín y su guía llegaron a un tranquilo estanque en que veían flotar unos floridos nenúfares, que le daban un tranquilo equilibrio a la desbordante naturaleza que les rodeaba. Algunos árboles lamían las cristalinas aguas con sus ramas. Una manada de ciervos bebían el refrescante líquido en la orilla opuesta. Un poco mas alejado de los ciervos, Dondín percibió una figura dorada, de gran volúmen, que beía plácidamente, sin que nada le inquietara.

Al darse cuenta el conejo de la sorpresa del duente ante la presencia del extraño animal, se apresuró a explicarle._Ese animal que te ha sorprendido, Dondín, es una vaca uriana. Las hembras son de ese color dorado, muy peludas y robustas y los machos son negros y alados, en alguna ocasión el viejo Matuso nos platicaba que hace miles de años, unos antepasados de ustedes llegaron a estas tierras procedentes de una zona que llamaba Asia, un lugar entre dos grandes ríos y que en aquellos lugares adoraban a esos toros alados y todos pensaban que eran fantasías de los sacerdotes, pero estos antepasados tuyos trajeron unas parejas de estos animales y se aclimataron en este bosque. Los rebaños que ahora existen, son descendientes de aquellos primeros animales traídos por los duendes.

Mas adelante, Dondín vio a uno de los machos alados, era impresionante, muy robusto, negro brillante, con una gran cornamenta y un par de alas que parecían salir del nacimiento de las patas delanteras del toro. Estaba Dondín inmerso en la observación de tan original animal, cuando sintió que se le erizaba el pelo de la nuca, por lo que de inmediato tiró de las alas de su sombrero hasta que éste le cubrió totalmente. Orejas, sorprendido ante la reacción de Dondín, le preguntó:

_¿Qué sucede, Dondín, por qué te cubres con el sombrero?

_Presiento que un glotus está en las cercanías. ¿Lo alcanzas a ver?

_Tienes razón, Dondín, está parado sobre una roca y detrás de él hay unos matorrales, por eso no lo pudiste ver. Está mirando en todas direcciones, como buscando algo.

_Pues ese “algo” soy yo y no pienso servirle de almuerzo. Por favor, Orejas, dime cuando se vaya para poder salir del sombrero. Aunque me dicen que son muy lentos y un tanto tontos, ¿sabes algo de eso?

_En alguna ocasión he tenido la oportunidad de platicar con alguno de ellos y sí, realmente son lentos para moverse, en cuanto a que sean tontos, yo no estaría tan seguro, mas vale que siempre estés alerta. Me voy a acercar al que está parado en la roca, a ver si me dice algo. No te muevas de aquí.

Poniendo acción a sus palabras, Orejas salió corriendo en dirección al glotus. Cuando llegó al sitio, de un salto se trepó en la roca y habló:

_Hola, amigo, veo que tienes rato parado en la roca, observando en todas direcciones, ¿te puedo ayudar en algo?

Con toda calma, el glotus volvió su verde cabeza hacia donde procedía la voz y al ver al conejo, tuvo un leve sobresalto.

_Ah,... oh, este.... Hola, conejito, me pareció ver un duende en las cercanías y tú bien sabes que son un alimento delicioso, si me dices donde está, te dejaré comor un poquito... pero solamente un poquito. ¿De acuerdo?

_Pues ahora que lo mencionas... me pareció ver un duende, pero hace un buen rato que se fue, rumbo al cerro de la esmeralda. Si te apresuras, tal vez lo puedas alcanzar.

_Gracias, conejito, dijo el glotus relamiéndose los labios, como si estuviese saboreando un exquisito manjar. En cuanto lo encuentre te buscaré para que compartamos la comida, pero te recuerdo, solo comerás un poquito.

El extraño animalito bajó lentamente de la piedra y paso a paso se fue retirando, con rumbo opuesto a donde se encontraba Dondín. Cuando el glotus se perdió de vista en un recodo del sendero, Orejas volvió al lado de su amigo a avisarle que había pasado el peligro.

Cuando llegó al lado del sombrero, le dijo a Dondín

_Ya puedes salir, Dondín, mandé al glotus al cerro de la esmeralda, que está en un rumbo distinto al que nosotros llevamos.

_Qué buen amigo eres, Orejas, pues ya me estaba ahogando metido en este sombrero.

Cansados de caminar, los amigos se recostaron en un fresco campo de tréboles, a la sombra de unos robustos hongos de color amarillo con pintas cafés. En tanto Orejas se dedicó a mordisquear las dulces hojas de los tréboles, Dondín se acomodó el sombrero para que le tapara la luz en los ojos y se dispuso a descabezar una pequeña siesta. Ya empezaba a lograrlo, cuando un retumbar del suelo lo hizo levantarse como impulsado por un resorte, con el corazón queriéndose salir de su pecho.

_!Qué pasa, Orejas!, gritó espantado el duende..

_Quédate tranquilo, Dondín, lo que pasa es que estamos cerca del territorio de los Gorilakos y deben estar bailando y brincando, por eso se cimbra el suelo, pues son muy pesados.

_Pues si te parece, Dondín, continuó Orejas, vamos donde los Gorilakos, con suerte puedes probar el delicioso fruto del keipo. Loa Gorilakos deben estar celebrando que algún árbol está maduro y disfrutan de sus frutos.

_Vamos pues, aceptó Dondín, pues además tengo la obligación de conocer a todas las criaturas del bosque y que ellas me conozcan.

Los dos amigos se internaron en la espesura del bosque, una gran variedad de hongos multicolores, de todas formas y tamaños. La humedad del ambiente era tanta, que casi caminaban entre charcos.

Al salir a un claro del bosque, llegaron al sitio donde un grupo de diez a doce gorilagos brincaban alrededor de un gran árbol de keipo; sus grandes hojas circulares se caen y la flor se convierte en esos dulces frutos ambarinos que los simios deboran con fruición, recuperándolos evitando los golpes que las ramas pueden propinarles. Para ellos, aún cuando es instintivo, es como un juego, cuando alguno de los jóvenes inexpertos se descuida, alguna rama logra golpearlos, enviándolos entre aullidos de dolor a varios metros de distancia.

Dondín mira sorprendido mla escena familiar que se desarrolla alrededor del árbol. El conejo Orejas lo dondín, logra tomar uno de los frutos y, rodándolo, se le lleva a Dondín.

_Prueba, Dondín, verás qué deliciso es.

Dondín toma el curioso fruto, esférico, color ámbar, casi tan grande como su cabeza; la cáscara del fruto tiene la consistencia de una naranja, el duende lo abre y queda a la vista una pulpa roja como el vino, de penetrante aroma dulzón; toma un trozo y lo prueba, de inmediato siente el delicioso sabor recorriendo su organismo y no para de comer hasta que se lo termina. Entonces comprende la alegría demostrada por la familia de gorilakos.

Por su parte, Orejas también devora uno de los dulces frutos del keipo, manjar que disfrutan también los conejos, al igual que casi todas las formas de vida del bosque.

Muy a su pesar, dondín continúa su recorrido, conociendo cada rincón del bosque y sus curiosas formas de vida. De pronto, Dondín volvió a sentir esa inquietud que le indicaba que un glotus se encontraba en las cercanías, solo que en esta ocasión no pudo reaccionar a tiempo y por la espalda lo envolvieron unos brazos delgados, cubiertos de bello verde, impidiéndole cualquier movimiento, al darse cuenta Orejas de lo que sucedía, de inmediato acudió en auxilio de su amigo, abrazándose a una de las piernas del peculiar personaje, que se saboreaba ya el delicioso manjar que había atrapado.

Con sus lentos movimientos, el glotus iba llevando a Dondín entre la malesa, caminando debajo de enormes helechos y muchas otras plantas de vistosas formas y colores. En cierto momento, Orejas alcanzó a ver a un picoloro que rascaba en un trozo de madera en busca de sus alimentos. Desesperado por no poder detener al glotus, corrió en busca del ave, a quien ya conocía, para tratar de obtener ayuda.

_!Avelina, Avelina!, gritaba Orejas desesperado, ven pronto, tienes qué ayudarme a rescatar a Dondín.

_Calma conejito, dijo con tranquilidad el ave, en tanto destrozaba un trozo de mader apolillada, ¿quien es Dondín y qué le pasa?

_Dondín es un duende que viene a substituir temporalmente a Matuso, es un buen chico y ha sido atrapado por un glotus; tú bien sabes que esos glotones disfrutan comiendo duendes, por favor, ayúdame a rescatarlo.

_Bueno, aceptó al fin el picoloro, vamos a yudar al duende, pronto, sube a mi lomo para ir rápido.

_Mejor sígueme, Avelina, no me pierdas de vista, pues creo saber a donde se han llevado a mi amigo Dondín.

El buen conejo Orejas tenía razón al decir que sabía a donde se habían llevado a su amigo Dondín; pues en sus andanzas había descubierto, oculto entre las rocas, el cubil de los glotos. Con cautela penetró entgre las rocas y vio al duende atado de pies y manos, rodeado de famélicos glotos dispuestos a hincarle el diente para saciar su enorme apetito. El espacio se llenaba de los desagradables olores que despedían los verdes animalillos, pues su dieta era a base de carne cruda de todo animal que se moviera y que ellos pudieran atrapar; dispersos por el piso había huesos y restos de carne de diversos animales y la descomposición de ellos aportaba al ambiente el olor de la descomposicón, aunado al que despedía el cuerpo de los glotos, animales que nunca tocaban el agua, por lo que sus pelos verdes se veían sucios y descuidados.

Sigilosamente, Orejas volvió al exterior de la cueva a informar a su amiga Avelina cual era la situación del duende, quien pese a los forcejeos, aún tenía puesto el sombrero mágico, pro lo que urdieron un plan: Confiando en su rapidez de movimientos, Avelina penetraría a la cueva a distraer a los glotos, en tanto, Orejas se dirigiría al prisionero para romper con sus afilados dientes las cuerdas que lo ataban y poder bajar el sombrero, para que los glotos ya no lo vieran; una vez logrado esto, se deslizarían hacia el exterior. Aceptado pues el plan, los amigos pusieron manos a la obra, pues el tiempo apremiaba, antes que los glotos pretendieran satisfacer su inagotable apetito.

Ave zancuda y conejo penetraron a la cueva, enmedio de los graznidos del picoloro y la algarabía de los glotos, dispuestos a atrapar al ave y aumentarla al menú del día, como los glotos eran muy lentos para moverse, Avelina no tenía problema en alejarse de los animalillos, en tanto Orejas llegó al lado de Dondín, rompiendo las cuerdas y quedando ambos debajo del sombrero mágico. Los glotos se encontraban concentrados en tratar de atrapar al picoloro y no se dieron cuenta que ya no se veía al apetitoso duende por ninguna parte. Cuando Dondín estuvo a salvo, Orejas hizo una seña a Avelina y esta salió corriendo, ante el desconsuelo de los glotos, quienes por esta vez, tendrían qué salir de cacería para satisfacer el hambre de su prole. Cuando loos tres amigos estuvieron fuera de la cueva, Dondín agradeció a ambos el haberlo liberado y ponerlo a salvo. Ya la tarde empezaba a caer, el sol se iba ocultando detrrás de la montaña y la niebla empezó a deslizarse por las laderas de los cerros; en pocos minutos todo el bosque quedó cubierto por la niebla y la visibilidad se fue recortando, los amigos montaron sobre Avelina, quien los condujo hasta la casa del duende, donde cenaron y cantaron hasta que el sueño los venció y los tres amigos se entregaron a un reparador sueño.



LÉXICO

Endémicos         Especie exclusiva de esa zona (animal o vegetal)
Mimética              Que tiene capacidad para cambiar de color para confundirse con su entorno.
Parvada                Conjunto de aves

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