domingo, 29 de marzo de 2009

SAMUEL Y EFRAIN

Safe Creative #1101318382938

Este cuento está dedicado a mis amados nietos Benjamín (Samuel) e Iván (Efraín), quienes en este momento tienen esas edades, la edad en que la mente está enriquecida por las fantasías, espero que crezcan siendo muy creativos y felices.

Existía en un país lejano, en medio de montañas intrincadas y boscosas, una familia compuesta por el padre, Othón; la madre, Seferina y dos pequeños hijos: Samuel de 12 años y Efraín de 9. Los padres se dedicaban a la fabricación de carbón, lo que representaba un trabajo cansado y peligroso, pues tenían que recorrer grandes distancias para hallar los árboles adecuados para la fabricación del combustible. La familia vive en una hermosa casita fabricada con troncos y tablas forjadas de los mismos materiales; la casa está ubicada en un claro del bosque, cercana a un arroyo que baja de las alturas de la montaña y que lleva un agua fresca y cristalina, poblada de gordas truchas y algunas otras especies, igualmente deliciosas. Para realizar su trabajo, poseían ocho asnos que utilizaban, tanto para acarrear la leña para la quema, como para llevar el carbón al mercado del pueblo.

No se piense que el carbón es cosa fácil, de ninguna manera, pues primero hay que encontrar un árbol que, por cualquier motivo, ya sea enfermedad, años de existencia o tocado por algún rayo, ya no represente un valor suficiente dentro de la vida natural del bosque. Un árbol enfermo, puede transmitir esa enfermedad a otros árboles y poco a poco ir desarrollando una epidemia que, de no atajarse a tiempo, podría representar la desaparición de enorme cantidad de especies del bosque. Los árboles muy ancianos, ocasionalmente pueden estar debilitados en sus ramas y raíces, pudiendo caer y arrollar a otros árboles mas jóvenes; cuando estos ejemplares del bosque caen al suelo, tienden a secarse con rapidez y en caso de incendio, contribuir a una combustión mayor y mas rápida y, finalmente, los árboles que han sido tocados por los rayos, generalmente están muertos, pues la descarga eléctrica les carboniza por dentro, acabando con los capilares que sirven para llevar el agua y los nutrientes a todas las hojas y ramas de los árboles, comportándose también como los árboles viejos.

La actividad de los carboneros era, además de un buen negocio, necesaria para el cuidado de los bosques, pues los carboneros mantenían limpio el bosque y colaboraban con las autoridades en caso de incendios.

Decíamos pues, que no es fácil la vida de los carboneros, pues cuando encuentran los árboles adecuados, hay que cortarlos, desramarlos y hacerlos trozos pequeños para poder ser transportados, luego de hacer trozos manejables, son cargados en los asnos y llevados a la zona en que están ubicados los hornos. Cuando el carbón es extraído, se empaca en sacos de arpillera y son llevados al mercado del pueblo; estos trabajos los efectúa Othón, junto con otros vecinos, asociados en los hornos de quemado.

Como en todas las familias que viven en el campo, todos los miembros de la familia tienen obligaciones que cumplir; en el caso de Samuel y Efraín, su trabajo consiste en recolectar las ramas pequeñas y desperdicios agrícolas y llevarlos a los hornos, pues estos materiales son necesarios para el proceso, a fin de no perder mucho volumen de carbón comercializable.

En estas condiciones encontramos a los dos hermanos, quienes muy de mañana son despertados por su madre, quien ya les tiene preparado el desayuno, consistente en un plato de gachas de avena acompañado de rebanadas de pan recién horneado por su madre; así también, les tiene preparado un morral con lo necesario para que hagan el almuerzo en el sitio de trabajo donde se encuentren.

El asno que utilizan los hermanos es uno llamado “caracol”, los hermanos no saben por qué razón le pusieron tal nombre, pero suponen que es por la lentitud con que se mueve, sin embargo, es un animal muy trabajador y resistente, además de dócil al manejo por parte de los niños. Muy de mañana, pues, sales los hermanos montados en el noble borrico, rumbo a la zona que tienen determinada para su recolección. Vestidos a la usanza de la región, los niños visten pantalones de manta basta, con camisas de franela y sombrero de palma, sus pies van calzados con sandalias de cuero, bueno, digamos que deberían de ir calzados, pues por lo general, los chiquillos van descalzos y las sandalias cuelgan de sus respectivos hombros.

Recordando a los cachorros de todas las especies animales, los chiquillos basan sus juegos en demostrar quien es el mas fuerte, mediante luchas cuerpo a cuerpo, golpes y empujones, en medio de las risas y el regocijo de los niños y la desesperación de sus padres. Cuando van de viaje montados en “caracol”, gustan de cantar alegres canciones que se escuchan a muy larga distancia, llevados por los vientos que de continuo corren entre los árboles.

Somos dos caballeros
que luchamos contra el mal,
peleamos contra dragones,
contra vientos y tormentas.
Tra la la, tra la la.


Los felices hermanos llegaron al punto del bosque donde había gran cantidad de ramajes caídos, lo que ellos bien sabían que podría presentar un alto riesgo de incendio y con ello la pérdida de muchos árboles. Pero no se piense que solamente los árboles se ponen en peligro con los incendios forestales, pues en esos sitios existe una gran variedad de insectos, reptiles, aves y mamíferos. Todo el conjunto es parte fundamental del entorno ecológico del lugar.

Los hermanos se apearon del asno y se pusieron a rastrillar el terreno, acopiando las hojas y ramas para meterlas en sacos que pudieran ser cargados en el asno y llevados a los hornos.

Después de algunas horas de estar trabajando arduamente, los hermanos se tomaron un descanso, aprovechado para almorzar con las viandas puestas por su madre. Samuel extrajo del morral un atadillo que contenía tortillas de harina rellenas con huevo y queso; también les había colocado rebanadas de jalea de membrillo y unas jugosas y dulces naranjas. Los chamacos almorzaron con buen apetito, el hambre que se logra después del duro trabajo. Al terminar el almuerzo, los chiquillos se tumbaron sobre las hojas secas, descansando muy relajados.

De pronto se empezó a sentir un vientecillo que poco a poco se fue convirtiendo en un vendaval que los envolvió, girando en torno a ellos a una gran velocidad. Los hermanitos se abrazaron aterrados, sintiendo cómo giraban y se elevaban, como absorbidos por un embudo gigante, en su entorno volaban hojas, ramas y animales, envueltos en la vorágine.

Finalmente el viento fue amainando, el descenso fue suave, como llevados por una mano gigantesca que los depositó en tierra. Al sentirse en tierra firme, los asustados hermanos abrieron los ojos, descubriendo que se encontraban en un paisaje desconocido para ellos. En alguno de sus libros escolares habían visto alguna escena parecida, Efraín recordó que cuando estudiaron lo referente a los desiertos, habían hablado algo acerca de los oasis, pero no recordaban que en los entornos del bosque en que vivía hubiese este tipo de paisajes. Los chicos se pusieron en pie y sacudiéndose el polvo de las ropas, miraban sorprendidos ese sitio; todo era nuevo para ellos: las palmeras datileras, cargadas de fruto, las plantas, diferentes a lo visto por ellos, en fin, la arena que los rodeaba.

Distraídos como estaban, no se dieron cuenta de que un singular personaje los observaba sonriente, escondido tras las hojas elegantes que adornaban parte del oasis. El hombrecito era un pequeño genio, vestido con un largo abrigo verde y un sombrero de copa alta de color esmeralda, sus zapatos eran negros y el frente de ellos era como una media esfera. El rostro del mago era de facciones afiladas, con grandes bigotes blancos que le colgaban a ambos lados de la boca.

Efraín fue el primero en verle y lanzó un pequeño grito de sorpresa: ¡Ay…..!, qué es eso, Samuel, o mas bien ¿Quién es él?, dijo, señalando hacia el sitio en que se encontraba el genio.

Al verlo Samuel, también se sorprendió y mecánicamente se acercó a su hermano, como para protegerlo. ¿Quién es usted, señor?, preguntó el niño.

No teman, amiguitos, soy el Genio Astrud. Los he venido observando desde hace algún tiempo y me he dado cuenta de que son dos buenos hermanos, por tal motivo los he premiado con esta pequeña sorpresa.

¿Sorpresa?, preguntó Samuel, ¿en dónde nos encontramos?, nuestros padres se van a preocupar si no regresamos pronto a casa, pues nos tienen prohibido quedarnos en el bosque cuando cae el sol.

No te preocupes, Samuel, dijo el Genio, quien conocía los nombres de los chicos. Aún cuando para ustedes el tiempo sigue corriendo, en el bosque, para sus padres se habrá detenido, hasta que yo los regrese, de manera que no notarán que se han retrasado. Ahora, contestando a tu segunda pregunta, nos encontramos en un oasis del desierto de Sahara, en Arabia. Los he traído aquí para que conozcan otros paisajes y aprecien mejor lo que tienen en sus tierras, además, por cuidar tan bien el bosque en que viven, les premiaré con tres deseos. Pero primero, les invito a hacer un recorrido por los alrededores; el genio, que ya se había acercado a ellos, extrajo del interior de su abrigo una pequeña alfombra, que en cuanto se paró en ella el genio, aumentó su tamaño. El genio invitó a los niños a trepar en ella y al hacerlo, volvió a aumentar su tamaño. Una vez acomodados los tres, el genio chasqueó los dedos y la alfombra empezó a volar, aumentando la altura poco a poco. Los hermanos, tomados de la mano, miraban con la boca abierta por el asombro la inmensidad del desierto arenoso, cuyas dunas se movían como olas en el lago o el mar ante el empuje de los vientos.

Toda esta arena que ven, queridos amigos, dijo Astrud, hace miles de años eran bosques enormes, donde vivían grandes mamíferos, reptiles, aves e insectos, pero por cambios en el clima, el bosque se fue acabando y las arenas empezaron a avanzar, dejando solamente una mínima parte del área como oasis, sitios como el que visitamos y que son los que cuentan con agua todo el año y únicos sitios posibles para mantener la vida, por eso es muy importante que cuiden sus bosques, para que no llegue a ocurrir esto, pues los árboles, además de preservar los mantos de tierra fértil, son una barrera contra los vientos y las corrientes de agua, que propician la pronta desertización de la tierra. En relación a esto, yo les aconsejo que no limpien completamente de hojas el suelo del bosque, pues esa capa de material orgánico, además de que sirve de nutriente a las plantas, evita que los escurrimientos de agua penetren precipitadamente en el terreno, evitando, como les dije, que se lave la superficie fértil. Al mismo tiempo, la presencia de bosques propicia la lluvia y las plantas, además, ayudan a mantener limpio el aire. La importancia que tienen los bosques en la producción de oxígeno atmosférico, la conservación del suelo, la regulación del clima y el albergue de un sinnúmero de especies tanto de animales como de vegetales, hace de ellos ecosistemas indispensables para la conservación de la vida en el planeta.

Bien, ahora volvamos al oasis, se darán cuenta de que el área ocupada es mínima, en comparación con la enorme extensión del desierto. En los oasis se mantiene la vida, pero fuera del ser humano, se reduce a pequeños mamíferos, algunas aves y reptiles y pocas especies de insectos, esto es así, porque la naturaleza es sabia y con la poca vida vegetal y agua que hay en el oasis, si hubiese grandes grupos de especies, terminarían por extinguirse por falta de alimento.

Señor Astrud, dijo Samuel, ahora nosotros tenemos una petición que hacerle, no sabemos si contará como uno de los deseos, en todo caso, así lo asumiremos; hemos platicado Efraín y yo y deseamos hacer un viaje en camello por el desierto, pues hemos visto estampas en los libros y se nos hace muy emocionante. ¿Es posible?

Desde luego que es posible, amiguitos, repuso enfático el genio, hagámoslo de inmediato. Poniéndose en acción, chasqueó los dedos y de inmediato aparecieron un rebaño de camellos, tres de ellos listos para los viajeros y otros mas cargados con bastimentos y tiendas para el viaje, desde luego que aparecieron también los camelleros y sirvientes que nos acompañarían.

Los sirvientes nos proporcionaron túnicas blancas, a las que llamaban thawb, necesarias para soportar el calor en el desierto, así como unas chaquetas de seda denominadas kbrs, las que sujetamos con cinturones de cuero; para cubrirnos la cabeza, nos dieron turbantes también blancos, con una banda, colgante del mismo turbante, nos cubrimos la cara, dejando solamente descubiertos los ojos, de esta forma, todo el cuerpo estaría protegido de los rayos solares, pues los mantos blancos reflejan la mayor parte de la energía solar, protegiendo la piel.

Astrud continuó con su misma ropa y tal parece que a él no le molestaba para nada el calor del sol. La caravana se puso en marcha y durante unos cientos de metros batallamos para adaptarnos al movimiento de los camellos, aunque la silla en que íbamos era cómoda, todo está en saber cruzar una pierna, de forma que no va uno a horcajadas, como en un caballo.

Llegó un momento en que ya no vimos mas el oasis, todo a nuestro rededor era arena, grandes dunas que se movían como un suave oleaje. Como estábamos acostumbrados a vivir en la montaña, aprendimos a orientarnos por la posición del sol, de manera que consideramos que nos estábamos moviendo hacia el Norte; de cualquier manera, de poco nos servía esta información.

Ya casi al atardecer, empezó a soplar un viento fuerte, que poco a poco empezó a levantar cortinas de arena, las que nos golpeaban el cuerpo, haciendo doloroso el baño de arena. Los sirvientes se detuvieron, todos descendimos de los camellos a los que obligaron a echarse, dando la espalda al viento, nosotros nos acomodamos utilizando el cuerpo de los camellos como protección, cubiertas las caras con los colgantes del turbante. El viento y la arena pasaban sobre nosotros con una fuerza inusitada. Cuando finalmente cesó el viento, nos levantamos trabajosamente, pues parcialmente habíamos quedado cubiertos por la arena. Los sirvientes pararon a los camellos y estos se sacudieron la arena acumulada sobre sus cuerpos. Fue una experiencia emocionante, pues, por efecto de los vientos, el paisaje había cambiado por completo. Me di cuenta que no podemos guiarnos por montes o colinas, como en el bosque, pues en el desierto esas formaciones cambian drásticamente y lo que fue un monte hace una hora, hoy puede ser una planicie. Efraín y yo nos miramos sorprendidos, pero satisfechos. Como ya estaba ocultándose el sol, los sirvientes levantaron las tiendas, las cuales son bajas y rectangulares, están hechas de pelo de cabra o de camello. Prendieron fuego y empezaron a preparar la cena. Dentro de la tienda extendieron tapetes y colocaron cojines, nos proporcionaron lavamanos y jarras con agua para lavarnos y refrescarnos.

Bueno, niños, ¿qué les ha parecido la aventura?, ¿no se han cansado?, preguntó Astrud.

Ha sido emocionante, contestó de inmediato Efraín, es una aventura maravillosa que no me la van a creer mis amigos cuando les cuente; desde luego que mamá y papá pensarán que estamos locos.

No deben olvidar que para sus padres el tiempo no está transcurriendo, por lo que no entenderían cómo, durante el tiempo de su estancia en el bosque, pudieron haber viajado a Arabia. No, definitivamente pensarán que son fantasías de ustedes.

Poco después, todos sentados alrededor de una gran hoguera, teniendo por fondo el resplandor de las arenas del desierto que reflejaban la luz de la luna. Los sirvientes habían preparado gallinas asadas, jarras de refrescante agua de sabores exóticos, dátiles y pasteles enmielados y mil exquisiteces mas. Después de la cena y de la plática de sobre mesa, los chicos empezaron a sentir sueño, incrementado por el cansancio y las emociones vividas. Ambos se retiraron al interior de la tienda y se dejaron caer, exhaustos, sobre unos mullidos cojines, sumiéndose en un profundo y reparador sueño. De pronto Samuel empezó a sentir unas fuertes sacudidas y espantado abrió los ojos, gritando:

¡Qué….., qué pasa……, está temblando….! ¿o es el viento?.

Cual viento, escuchó la voz de Efraín, ya despierta, que se nos hará tarde para volver a casa, ya el burro está cargado, te quedaste dormido y no quise despertarte, pero ya terminé y tenemos que volver para llevar la carga a los hornos y llegar a casa para la cena.

Samuel entonces recordó su sueño y sonriendo nostálgico, levantó su sombrero y echó a caminar detrás del asno. Algún día, tal vez, tendría oportunidad de ir a conocer el desierto….





L É X I C O

Rastrillar Limpiar el terreno con un rastrillo
Aterrados Llenos de terror
Vorágine Remolino impetuoso que se forman en algunos parajes.
Amainando Perder su fuerza el viento, la lluvia, etc.
Oasis Zona de vegetación y agua que se encuentra aislada en los desiertos
Desertización Proceso que convierte la tierra fértil en desierto, por la erosión.
Vislumbren Ver algo confusamente por la distancia o falta de luz.
Asumiremos Aceptar y tomar conciencia de lo propio.
a horcajadas Postura para montar un caballo o manera de sentarse en una silla.
Inusitada Poco usual, raro.

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