viernes, 3 de abril de 2009

El Jardín de las hadas

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Este cuento está dedicado a mis dos nietecitas, Pamela de 10 años y Andrea de 7, en quienes vi a las dos personitas que lo protagonizan


Había un pueblito en un país muy lejano, montado sobre una agradable colina; el pueblo se encontraba en las orillas de un hermoso lago, cerca de la desembocadura de un río muy caudaloso. En las riberas del lago crecían una gran variedad de plantas y flores y en el lago proliferaban una enorme variedad de peces: iridiscentes truchas, plateadas carpas y un sin fin de peces multicolores. Entre los juncales croaban las ranas y en la temporada llegaban patos, gansos y cisnes que llenaban el ambiente de graznidos y piar de polluelos. En verano, los alrededores del lago florecían en un arco iris de mil formas y las fresas y moras silvestres llenaban de alegría a los niños, ante la perspectiva de saborear deliciosos pasteles que sus madres les hornearían.

La actividad económica del pueblo se basaba en la fabricación de muebles de madera y artesanías fabricados con las ricas maderas que les proporcionaba el bosque de la colina cercana al pueblo; así también, la cestería que se desarrollaba mediante la utilización de los juncos que crecían en los humedales. Los habitantes del pueblo eran celosos guardianes de sus bosques y sus aguas, pues entendían que gracias a ellos se había desarrollado y sostenido la vida de sus pueblos ribereños, por tal motivo, en cuanto a los bosques, por cada árbol que se cortaba para fabricas muebles o producir leña para calentar los hogares en invierno, se tenía la obligación de sembrar cincuenta nuevos arbolitos, para de esa forma no se agotara la vida arbórea. De la misma manera, había, personas dedicadas a mantener un vivero, a cuidar los almácigos, a realizar el trasplante, a mantener limpio el bosque, todas estas actividades mantenían ocupado al pueblo y, por lo tanto, el comercio era otra actividad muy rentable, pues debido al trabajo constante, los lugareños siempre tenían dinero para adquirir diversos bienes.

Los habitantes del pueblo, eran gente sencilla, amistosa y cordial, amantes del canto y el baile, siempre dispuestos a hacer alguna fiesta, a la que invitaban a todos sus vecinos. El pueblo era un conjunto de pintorescas casitas hechas a base de piedra y madera pintada de vivos colores, con techos de tabletas de madera y rojas tejas de barro cocido.

Las calles, pobladas de frondosos árboles, en verano se llenaban de nidos de diversas aves venidas de lejanas tierras. Los aleros de las casas eran ocupados por alegres parvadas de golondrinas, las que hacían las delicias de los niños con sus audaces vuelos rasantes. Las ventanas de las casas se adornaban de coloridas flores, las cuales eran visitadas por coloridas mariposas y colonias de industriosas abejas, quienes realizaban su importante tarea de polinización de las plantas.

En una casita pintada de blanco y amarillo, sobre la calle de la Sombrilla rosa, la mas cercana al lago, vivía una familia que tenía dos pequeñas hijas: Estrella, de diez años y Florecita, de siete. Sus padres se dedicaban a la fabricación de cestos de mimbre, los que eran muy apreciados por los comerciantes viajeros, quienes llegaban de otros países a adquirirlos; los había pequeños, como nido de golondrina, hasta unos enormes, donde podía caber un joven y que eran utilizados como adornos en las suntuosas mansiones de príncipes y reyes.

Las niñas asistían a la escuela del pueblo y eran muy apreciadas por los profesores y sus compañeros de clase. En ocasiones acompañaban a sus padres a recoger los materiales necesarios para su trabajo, aprovechando la ocasión para recolectar flores y frutos silvestres. Su padre les había fabricado unas hermosas canastillas, donde colocaban el producto de su recolección. Cuando era la temporada de fresas y moras silvestres, su madre les horneaba deliciosos pasteles.

Cierto día en que las niñas, acompañadas de unas amiguitas, habían ido a recoger flores, una parvada de colibríes se ocupaban de extraer el néctar de algunas flores; uno de esos vivaces pajarillos se posó muy cerca de Estrella y con cantarina voz, le dijo:

-Esperad, pequeña niña, que deseamos haceros una invitación, para vos y vuestra hermanita.

Asombrada, Estrella miraba en todas direcciones, buscando a la persona que le llamaba. Extrañada de no ver a nadie, la niña pensó que era su imaginación y continuó con su tarea de recoger flores.

El pequeño colibrí fue entonces a detener su vuelo frente a los ojos de la niña, quien bizqueando se dio cuenta que era la avecilla quien le hablaba.

-Perdón, pajarito, que no me haya dado cuenta de tu llamado, pero es la primera vez que oigo hablar a un ave.

-No os preocupéis, bella niña, pues tampoco es frecuente que lo hagamos nosotros, pero es que en realidad no soy un pajarillo, sino un hada, enviada por la reina de las hadas a haceros una invitación.

Agradezco desde luego tu invitación, pero, ¿por qué nos invitan a nosotras?, preguntó Estrella, quien volteó a ver a Florecita, para cerciorarse que estaba bien.

El hada se dio cuenta de la preocupación de la niña y se apresuró a tranquilizarla diciendo: No debéis preocuparos, pequeña, vos y vuestra hermanita no corren ningún peligro, pues han sido elegidas por la reina porque conocemos la pureza de vuestros corazones y es una forma de premiaros.

Perdona mi curiosidad, dijo Estrella conteniendo una sonrisa, -¿por qué hablas tan curioso?, parece que estoy leyendo un viejo libro de cuentos.

-Efectivamente, preciosa, hemos salido de vuestro viejo libro de cuentos, pues en los libros es donde nosotras tenemos nuestro reino; por cientos de años hemos ido de país en país, conociendo a miles de niños y niñas, pero pocas veces hemos encontrado a alguien que se haga merecedor de visitar nuestro reino, pues nuestra reina es muy exigente en cuanto a las personas que nos visitan.

-Pero, repuso la vivaz niña, yo no recuerdo haber leído ningún cuento en que un colibrí dijera que era un hada…..

-Tenéis razón, Estrella, si vos me lo permitís, adquiriré la forma en que vos me habéis visto.

Diciendo y haciendo, frente a Estrella se apareció una joven de apariencia casi transparente, ataviada con vaporosas sedas de color azul pálido. El rostro del hada era de facciones muy finas, su estatura era similar a Estrella y estaba tocada por un velo color de rosa; en la mano derecha llevaba una pequeña varita, brillante como un rayo de luna y cuya punta refulgía como un lucero.

Al ver al hada, Florecita se acercó presurosa a su hermana, diciendo emocionada:

-¡Estrella, Estrella!, es el hada del cuento que tenemos en casa, aquel que tiene una hermosa pintura de un castillo en lo alto de una montaña.

-Efectivamente, contestó Estersina, que así se llamaba el hada, el castillo que describís es el castillo de la reina de las hadas. Venid con nosotras, os lo ruego, pues si no nos acompañáis, nuestra reina se pondrá muy triste.

En tanto esto ocurría, las amigas de las niñas eran conducidas, sin que se diesen cuenta, por unas mariposas multicolores, a fin de que no se dieran cuenta de lo que ocurría con Estrella y Florecita.

-Pero es que no tenemos permiso de nuestros padres, contestó Estrella, no podemos ir a ninguna parte si no tenemos su permiso.

-Entiendo, entiendo, contestó Estersina, pero esto es lo que haremos: Hoy por la noche, cuando os vayáis a dormir, leerán su cuento de hadas y entonces iremos por vosotras, de esa manera, vuestros padres os verán durmiendo en vuestra cama y no tendréis problema, ¿está bien así?

Las niñas se miraron emocionadas y comprendiendo que no habría peligro, aceptaron gustosas.

Después de esta peculiar entrevista, las niñas continuaron con su recolección de flores y frutos y luego volvieron a su casa. Sus padres ya las esperaban para cenar y después de lavarse las manos, las niñas ocuparon sus asientos y se dispusieron a cenar. El padre hizo la oración de agradecimiento y después dieron cuenta del delicioso asado que su madre había preparado, seguido de esponjosos pastelillos que acompañaron con refrescante leche. Luego de la cena, las niñas contaron a sus padres lo ocurrido, de cómo el hada les había invitado a visitar el castillo de la reina y que esa noche lo harían, después de leer su libro de cuentos.

Los padres las miraban complacientes, disfrutando de la inocencia de las niñas, añorando ellos mismos los años dorados de su niñez, que tan lejos habían quedado y lo felices que habían sido, viviendo las aventuras de los cuentos de su época. La madre dio la bendición a las niñas y estas besaron a sus padres, dándoles las buenas noches. Las niñas subieron a su habitación y luego de cepillarse los dientes y ponerse sus piyamas, ambas se acomodaron en la cama de Estrella y abrieron su querido libro de cuentos. Estrella empezó a leer:

“Érase en un país muy lejano, que vivían unas hadas muy buenas…..” El sueño pareció adormecer a las niñas y ambas reposaron sus cabezas en la almohada….. Entonces llegó Estersina, quien tomándolas de las manos las llevó volando al castillo de la reina. Las niñas miraban emocionadas los pueblos y reinos que cruzaban. Allá abajo, las vacas pacían tranquilas a la orilla de un arroyo. Mas allá, un caballero luchaba tenazmente con un dragón, en tanto un príncipe cantaba en un balcón a su amada. Muchos otros cuentos fueron pasando, en tanto las niñas eran conducidas a su destino.

Luego de algunos minutos, el hada las hizo descender en los patios de un enorme castillo, el puente levadizo se hallaba dispuesto y una guardia de apuestos caballeros formaban a los lados, haciendo una guardia de honor para las invitadas de la reina.

A un toque de su varita mágica, Estersina cambió sus piyamas por hermosos vestidos de fiesta, sus cabezas fueron tocadas con coronas de flores y sus pies calzados con delicadas sandalias de fina piel. Las niñas no cabían en sí de la emoción y miraban asombradas todo lo que ocurría a su alrededor.

Un gallardo príncipe, vestido con un elegante uniforme blanco con botonadura dorada, se acercó a Estrella, ofreciéndose como acompañante.

-¿Me permitís acompañaros, bella niña?, dijo galante el príncipe, ofreciendo su brazo como apoyo para la niña.

Con una mano, Estrella tomó la de Florecita y la otra la posó suavemente sobre el antebrazo de su acompañante. Los tres caminaron entre la guardia de honor, en tanto pequeños pajecillos extendían ricos tapetes para que caminaran en ellos. Un grupo de hadas niñas de la edad de Florecita, se ofrecieron a hacerle compañía, cosa que la niña aceptó gustosa. El grupo recorrió las calles del pueblo, recibiendo una lluvia de flores que la gente les lanzaba a su paso. Todos alababan la belleza de las niñas, pues lo que mas brillaba era la pureza de sus sentimientos; pasaron un hermoso jardín sembrado de flores desconocidas para ellas, pero de una indescriptible belleza y colorido. El herrero detuvo su trabajo en la fragua y manchado de hollín y con su delantal de cuero, alzaba su gorro a manera de saludo a las visitantes. Cruzaron sobre el puente, al lado del molino, molineros y clientes suspendieron sus labores a fin de dar la bienvenida a las niñas; en fin, todo mundo salía de sus casas a conocer a las elegidas por su reina.

Después de recibir la bienvenida de los habitantes del pueblo, el cortejo llegó al castillo, la reina de las hadas las esperaba a la entrada de la torre del homenaje, rodeada de toda su corte de hadas.

La reina era un hada muy bella, de cabellos de oro trenzados con flores de varios colores, vestía una túnica de seda amarillo pálido, un gorro alto como capirote del que colgaba una banda de seda color de rosa. Su rostro era risueño, de facciones muy finas. Al acercarse las niñas, la reina se acercó a abrazarlas con grandes muestras de cariño.

El acompañante de Estrella se mantenía a una prudente distancia de las visitantes, esperando alguna seña de la reina para volver a conducir a Estrella; lo mismo hacían las pequeñas hadas que acompañaban a Florecita. La reina les habló entonces:

-Sois bien venidas a mi reino, queridas niñas, sois vosotras las representantes de los niños de su pueblo, pues las hemos estado observando durante varios años y nunca han lastimado a ningún animalito; han procurado cuidar el bosque y todas sus plantas y todo ello nos hace muy felices, pues nosotras somos habitantes de los bosques. Cuando vosotras ven abejas y colibríes revoloteando sobre los macizos de flores, muchos de esos animalitos pueden ser hadas que cuidan de las plantas; lo mismo ocurre cuando, en las noches cálidas del verano, ven enjambres de luciérnagas que adornan la penumbra de los bosques y jardines, como si fuesen luceros del cielo visitando a los humanos.

Aunado a vuestro cuidado por la naturaleza, han sido buenas hijas, obedientes y cariñosas con vuestros padres y maestros; así mismo, vuestro comportamiento con vuestros vecinos y amigos, nos han demostrado que sois merecedoras de esta distinción.

-Ahora pasemos, invitó la reina, haciendo una leve seña a los acompañantes de las niñas, se os ha preparado una fiesta en la que recibiréis vuestros premios a vuestra bondad.

El acompañante de Estrella le ofreció el brazo para que continuara su marcha. La niña aceptó gustosa la galantería del guapo mozo y un leve rubor cubrió sus mejillas. Florecita y sus nuevas amigas, irrumpieron gozosas a la torre, ante la mirada complaciente de la reina y su corte, quien ya se hallaba sentada en el trono.

Las visitantes y sus acompañantes jugaron, cantaron y comieron golosinas. Estrella y su apuesto príncipe se cruzaban miradas amorosas y Florecita corría y brincaba, siempre seguida por una corte de haditas traviesas. Cansadas, las hermanitas se sentaron en unos cojines mullidos y multicolores y el cansancio las fue venciendo, quedando profundamente dormidas……….

Su madre entró silenciosa a la habitación de las niñas, retiró con cuidado el libro de cuentos y las arropó amorosa. Eran unas niñas encantadoras y llenaban de luz las vidas de esos padres afortunados. Apagó la luz y salió en silencio, cerrando la puerta.






L É X I C O

Iridiscentes Que muestra o refleja los colores del arco iris.
Juncales sitios poblados de juncos
Cestería Artesanía que se refiere a la fabricación de cestos,
Polinización Acarreo de polen de una planta a otra para fecundar los óvulos.
Mimbre Ramas finas y flexibles de la mimbrera.
Mimbrera Arbusto alto de ramas finas y flexibles que se usa para la fabricación de cestas.
Suntuosas Lujoso, magnífico, grandioso.
Refulgía Resplandecer, emitir fulgor o brillo.
Pacían Comer el ganado la hierba del campo.
Fragua Taller donde se forjan los metales.
Cortejo Conjunto de personas que componen el acompañamiento en una ceremonia.
Capirote Gorro en forma de cucurucho, cubierto de tela.
Mullidos Blando, esponjoso.

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