jueves, 25 de noviembre de 2010

Dondín y las seis hadas

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Una tarde de mediados del Otoño, se encontraban seis bellas hermanitas recolectando flores que llevarían a su madre para la preparación de cierta deliciosa mermelada que hacía con los pétalos. Un vientecillo cantarín acompañaba a las niñas, quienes portaban unas delicadas canastitas tejidas con hojas de juncos del cercano lago. Las abejas, conociendo a las niñas, no les molestaba que cortaran las flores, donde ellas mismas libaban el dulce néctar. Una familia de hambrientas libélulas, volaban detrás de un grupo de pulgones de las flores, quienes huían temerosos entre los tallos de las plantas.
Pamela, la mayor de las hermanas, tarareaba una dulce melodía en tanto se ocupaba en la recolección, mientras que coloridas mariposas danzaban al ritmo de la música. Alex, la segunda hermana, Andy, la tercera, que cuidaba que Pau, la cuarta y Erika y Karina, las traviesas gemelas, cumplieran con su parte del trabajo. De pronto, al arrancar Alex una flor, escuchó un grito, como venido desde lejos, por lo que volteó en busca del origen, pensando que alguien pudiera estar en problemas, pero vio a Pamela, que no dio muestras de haber escuchado nada.
—¡Eh, niña!, te hablo a ti, la que acaba de arrancar esta flor que me estaba dando una agradable sombra.

Alex miró hacia abajo y vio que un pequeño duende trepaba por el tallo de una flor, hasta posarse sobre su corola, llenando su colorido traje de amarillo polen.
—¿Quién eres tú, pequeño?, preguntó comedida la niña.

El pequeño duende se descubrió la calva cabeza y haciendo una profunda reverencia, contestó:
—Soy Dondín, el duende de estas tierras y tengo a mi cuidado toda la naturaleza y cuando cortaste esa flor, me di un cabezazo, pues me encontraba recargado precisamente en ese tallo. Pero no te preocupes, sé que no lo hiciste a propósito.

—¿Eres Dondín, el mismo duende del bosque?

—El mismo que viste y calza, ¿Será acaso que ya soy famoso?

—Pero, ¿no te acuerdas de nosotras?, somos las hadas del bosque; en alguna ocasión nos ayudaste a recuperar a las gemelas, mis hermanitas.

—¡Oh, ahora lo recuerdo!, lo que pasa es que ya han crecido y no las reconocí.

Emocionada, Alex llamó a sus hermanitas que no se habían dado cuenta de la presencia del duende.
—¿Qué pasa, Alex?, preguntó Pamela.

—Es Dondín, repuso Alex, el duende que nos ayudó a recuperar a las gemelas, ¿no lo reconoces?

—Es cierto, afirmó Pamela al ver al duendecillo, que alegre sonreía desde la flor.

—¡Vengan, hermanas!, les habló Pamela, saluden a Dondín, que fue quien salvó a nuestras hermanas de manos de aquel malvado gnomo de la montaña.

—Hola Dondín, saludó Andy, ¿cómo has estado?

—Muy bien, queridas niñas. Pero recuerdo que ustedes son unas hadas del bosque, ¿o es que acaso han perdido sus poderes?

—No, para nada, respondió Pau, lo que pasa es que hemos venido a llevar flores para los dulces que hace mamá, son deliciosos.

—Ya me imagino, repuso Dondín lamiéndose los labios. Yo creo que todas las madres son especialistas en hacer postres riquísimos.

—En tanto están con Dondín, dijo Pamela, voy a llevar lo recolectado a casa y volveré pronto, para que sigamos recogiendo flores. ¿Te las encargo, Dondín?

—Desde luego, repuso el duende, ve tranquila y aquí te esperaremos.

El hada adoptó su forma de mariposa y mediante su propia magia, transportó las flores que sus hermanas habían recolectado. Cuando llegó a su casa, en el bosquecillo sobre la roca, llamó a su madre, pero no recibió respuesta. Cuando entró a la casa se encontró todo revuelto, pero su madre no estaba. Una gran angustia le oprimió el pecho, saliendo en busca de ella, pero por más que le llamaba, no obtenía respuesta.
—Una alondra que tenía su nido en las ramas superiores, al escuchar los gritos del hada, se asomó al borde del nido, diciendo:
—¡Calla, calla, por favor, que despiertas a mis polluelos! A tu madre se la llevó un cuervo, pero yo creo que más bien era el terrible gnomo de la montaña; es un malvado, capaz de hacer cualquier cosa, además es un glotón…. ¡Ay, perdona!, no creo que se la vaya a comer…

Pamela estaba desesperada y agradeciendo a la alondra por los informes, voló de regreso a donde había dejado a sus hermanas, al cuidado de Dondín.
En cuanto la vio llegar, Dondín se dio cuenta de que algo grave le sucedía, por lo que, apartándose de las pequeñas haditas, preguntó a Pamela:
—¿Qué te sucede, Pamela?, te veo muy preocupada…

—Ha pasado algo horrible, dijo acongojada, parece ser que el malvado gnomo de la montaña, ha raptado a mi madre.

—¿Pero, estás segura de lo que dices?

—Lo que pasa es que la alondra que habita en el mismo árbol, donde está mi casa, me dijo que un cuervo se la llevó, pero que ella cree que era el gnomo, disfrazado de cuervo.

—Puede que tenga razón, pues desde que rescatamos a tus hermanitas, debe haberse guardado un gran rencor. Mira, continuó Dondín, para que tus hermanitas no se enteren y se vayan a poner nerviosas, vamos a llevarlas a mi casa, así nosotros, con la ayuda de mis padres y hermanos, trataremos de rescatar a tu mamá, ¿te parece bien?

—Sí, Dondín, pero hagámoslo pronto, pues mi madre puede estar en peligro.

Diciendo y haciendo, Pamela reunió a sus hermanitas y les dijo que irían a visitar la casa de Dondín, que ya le había pedido permiso a su madre, por lo que no tendrían problema. Las niñas gritaron entusiasmadas y luego de hacerse pequeñas, tomadas todas de las manos, volaron en pos de Dondín, que hacía uso de su magia para casos extraordinarios y ese lo era, ¡claro que sí!, y sus padres estarían de acuerdo. Cuando llegaron al pie del viejo roble, Dondín invitó a las haditas a pasar a su casa, donde fueron recibidas con muestras de alegría por sus padres y hermanas; los hermanos todos se encontraban en la mina. Llevando a sus padres aparte, Dondín les relató lo sucedido a la madre de las niñas, por lo que, de inmediato se tomaron las medidas pertinentes.
Lepina, madre de Dondín, se quedaría en casa para atender a las niñas, en tanto Pamela, Dondín, Quintón su padre y algunos de los hermanos, irían en busca de la madre de las hadas. Luego de que Pamela les dijo a sus hermanitas que se quedaran a jugar en casa y ella iría con Dondín a buscar algunos frutos, todas se quedaron contentas, pues era toda una aventura convivir con las pequeñas duendecillos.
Al llegar a la mina, Dondín envió a un conejo que se encontraba a la entrada, para que avisara a sus hermanos mayores que su padre los esperaba en la entrada, era urgente que salieran. Sin pérdida de tiempo, el conejo corrió al interior de la mina y a poco salió Dondín I, acompañado de II, III y IV, a enterarse de cual era la urgencia.
Quintón los puso al tanto de lo ocurrido y equipados con cuerdas y picas para escalar, así como la cuerda mágica que ya llevaba el padre de los duendes, todos se tomaron de las manos y a un conjuro de Quintón, quien levantando la cara hacia el cielo, dijo con energía “vámonofff”, todos se vieron volando, estando a punto de chocar con un descuidado ganso, que miraba una nutrida bandada de palomas que volaba mas abajo.
—¡Cuidado!, so locos, dijo enojado el ganso, ¿es que queréis matarme?

—Perdone, señor ganso, dijo Quintón, es que llevamos prisa, pues una vida está en peligro.

—Pues en tanto no sea la mía…, dijo ya mas tranquilo el ganso, ¿será que pueda ayudaros en algo?

—Pues ahora que lo menciona, repuso Quintón, es posible que nos pueda ayudar como camuflaje, para que no nos detecte el gnomo cuando nos aproximemos a su cueva. ¿Será que nos pueda llevar a cuestas a los siete?

—Eso será sencillo, pues sois muy pequeños. Vamos, subid todos y yo os llevaré a donde me indiquéis.

Sin dejar de volar, los duendes y la hadita se posaron sobre el lomo del ave, que majestuosa volaba ayudada por las corrientes cálidas. Quintón se sentó a horcajadas en el cuello del ave, a fin de entablar plática con su nuevo amigo.
—Ante todo y disculpando mi falta de educación, permítame presentarme, soy Quintón IV, padre de estos muchachos y esta bella jovencita, es Pamela, una de las haditas del bosque.
—Pues mucho gusto en conoceros, caballeros, yo soy Gonzo, y soy un ganso canadiense. Estoy en mi viaje migratorio rumbo a Sudamérica.
—¿De donde vienes, querido amigo?, pues no eres de estos parajes.
—Estáis en lo cierto, pequeño duende. Yo nací en España, pero por azares del destino fui a parar a un barco que partió con destino a Canadá. En esas hermosas tierras me integré a una gran familia y desde entonces hago estos viajes, en busca de tierras cálidas, pues debéis saber que en Canadá, hace un frío que pela, ¡Ostia!

—Pues sí que es un viaje muy largo y ¿donde se encuentra el resto de la bandada?

—Ellos se han adelantado, pero esta noche debo encontrarlos en un gran lago que hay mas adelante. ¿Pero a donde debo llevaros?

—¡Ah, por venir platicando lo había olvidado!, vamos hacia aquella montaña que se alza hacia la izquierda. Casi llegando a la cima veremos la entrada a una cueva, en ella mora un gnomo que tiene prisionera a la madre de esta hermosa hada que nos acompaña.

—¡Pero eso es una felonía!, dijo enojado el ganso Gonzo, pero yo os ayudaré a rescatar a la dama. No os preocupéis, pequeña, dijo el ganso volteando la cabeza para ver a Pamela, quien preocupada y todo, no dejaba de disfrutar de ese inusual viaje por las alturas de la montaña.

—Gracias, señor Gonzo, pues además de amable, es uste muy guapo y su plumaje es muy suave y terso.

—¡Oh, bella niña, que me hacéis sonrojar!, dijo ruborizado por los halagos de Pamela.

—¿Por qué hacen viajes tan largos?, preguntó Pamela al ganso.

—Pues mira, el verano y parte del otoño, el clima es muy agradable en Canadá, entonces es cuando nos reproducimos; a mediados del otoño empieza a hacer mucho frío, entonces volamos a lugares mas cálidos. Nuestro recorrido es de unos 4,000 kilómetros y hacemos varias etapas de descanso, buscando lagos donde haya mucha comida, pues cuando estamos en vuelo no podemos comer, así es que tenemos que llevar reservas de grasa en nuestro cuerpo, para que se convierta en energía. Una parada importante es a la mitad de los Estados Unidos, donde reponemos fuerzas, luego seguimos hasta México, que tiene un invierno muy tranquilo y cálido, para que nuestros hijitos se acaben de desarrollar. Aquí pasamos el invierno y a mediados de primavera, volvemos a nuestra casa de verano, otros 4,000 kilómetros.

—¡Pero es lejesísimossss!, dijo admirada la hadita. Debe ser muy cansado para ustedes.

—Algo que no comprendo, intervino Dondín, quien había estado interesado en la charla, es ¿cómo le hacen para no perderse?

—Bueno, en primer lugar, porque en nuestro organismo tenemos desarrollada una especial facultad de orientación; en el caso nuestro, que solamente volamos de día, lo hacemos por la posición del sol y, para no cansarnos demasiado, aprovechamos las corrientes de aire cálido, lo que nos permite hacer menos movimientos de nuestras alas, por eso podemos recorrer grandes distancias sin agotarnos.

Bueno, terció Pamela, tú eres un ganso joven y puedes llegar lejos, pero ¿que pasa con los muy jóvenes y con los viejos?

La vida es muy dura para todos, en el caso de los jóvenes, solamente sobreviven los mas aptos para la vida, los que tienen alguna enfermedad o malformación, simplemente no pueden emigrar y mueren en las tierras frías, pues cuando llega el invierno y todo se cubre de hielo, se termina nuestro alimento y perecen de hambre. En el caso de los gansos mas viejos, que ya han dejado una gran descendencia, algunos ya no intentan la emigración y se quedan con los jóvenes, a esperar la muerte; los que se sienten todavía con fuerza, lo intentan. Algunos llegan a la gran etapa en los Estados Unidos y ya no vuelven a volar grandes distancias; algunos sobreviven el invierno, otros son atrapados como alimento de los cazadores, algunos otros caen presas de animales mayores, como osos, zorros o lobos y otros muchos mueren en invierno. Pero es la Ley de la vida, al igual que ocurre con todas las especies animales, incluido el hombre.

—Tienes razón en lo que dices, amigo ganso, es algo que los jóvenes tienen que entender. En el caso de nosotros, los duendes, vivimos muchos cientos de años, pero en algún momento también deberemos morir y siempre estaremos preparados para enfrentar esa eventualidad. Lo mismo ocurre con ustedes, las aves.

Al fin llegaron a la montaña del gnomo, fuertes vientos enfriaban el ambiente, haciendo que el hada y los duendes tiritaran de frío, pareciera que la vida se negaba a continuar en ese ambiente negativo. El ganso Gonzo, mas hecho a los vientos fríos, se ocupó de abrigar a los viajeros bajo sus tibias alas; así se fueron caminando, protegidos para que no los fuera a ver el gnomo, quien tenía una fuente mágica, en cuyas aguas observaba a todo aquel que se aventurara por su territorio. El malvado gnomo en esos momentos, sentado en su trono, pues se sentía el rey, miraba la superficie de la fuente y solamente miró a un ganso que se movía de forma extraña, como si estuviese herido, pensando:
«Debe ser un bobo ganso que se perdió, separándose de su parvada. Se debe haber golpeado contra alguna piedra, así aprenderán que no deben acercarse a mis dominios sin mi autorización»
A un lado de su “trono”, se encontraba una jaula de oro, donde tenía prisionera a la madre de las hadas del bosque, a quien trataba de convencer que fuese su reina; si ella aceptaba, sus hijas podrían ir a vivir con ellos y formar una gran familia real, las llenaría de riquezas inimaginables, pues poseía todas las maravillas que encerraba la montaña.
—Ven conmigo, decía con afectada voz y seréis la mas rica de las reinas que puedan existir sobre la tierra.

—Pero la madre de las hadas siempre le respondía:

—¡Calla, gnomo perverso!, si bien que te conozco. No olvido que pretendiste comerte a mis bellas hijitas, pero nuestros amigos fueron mas listos que tú y ahora pretendes que te crea y te traiga a todas mis hijas, pero primero muerta a entregártelas.

—No seas tontita, preciosa, le decía con voz almibarada, te voy a mostrar todas las riquezas que puedes tener, con solamente aceptar lo que te ofrezco:

Haciendo unos conjuros, pasó su mano sobre la superficie de la fuente y se empezaron a ver otras escenas. Se vio la entrada a una gruta, en cuyas paredes brillaban el oro y las joyas mas hermosas que jamás hubiera visto. Bellas doncellas, vestidas con vaporosas sedas multicolores, se encargaban de arreglar y mantener limpia la gruta, adornándola con flores y cojines forrados de finas sedas, todo para darles confort a sus habitantes. El hada no creyó en lo que ofrecía el gnomo y le respondió.
—Tú, malvado y ruin gnomo, no dudo que me puedas llenar de joyas, sedas y sirvientas, pero no posees el mayor de los tesoros que un ser viviente puede tener, pues por tus maldades, Dios te lo ha negado.

—¡Pero de qué hablas, vieja bruja!, dijo enojado el gnomo, yo poseo todas las riquezas que pueda desear cualquier mortal. No hay ningún tesoro que yo pretenda y no lo pueda conseguir. Dime, ¿qué riqueza no tengo o puedo tener?

—Es un tesoro que no se puede comprar, pues no tiene precio. No tendrías oro o joyas suficientes para comprar algo inapreciable, pero que sí tienen los seres buenos y nobles.

—¡Basta de tonterías!, dijo exasperado el gnomo. Ahora me tendrás qué decir a qué te refieres y me lo tendrás que entregar, pues por lo que dices, tú lo debes poseer.

—Ahora me doy cuenta, dijo con seguridad el hada, que además de ser perverso, eres muy tonto…

En tanto se desarrollaba este curioso diálogo, el ganso Gonzo, cubriendo a los rescatistas, se acercó a la entrada de la gruta, los duendes se colocaron a ambos lados de la entrada, en tanto Pamela permanecía debajo del ala del ganso, a la espera de que empezara el rescate.
—¿Qué hacemos ahora, papá, preguntó Dondín I, para que no nos vea el gnomo?

—El gnomo solamente verá a cinco duendes, entonces lo sorprenderemos.
Pero somos seis, dijo Dondín XVIII intrigado, ¿es que alguno de nosotros no entrará?

—Nada de eso, hijo mío, dijo sonriente Quintón, en tanto sacaba algo de uno de los bolsillos de su amplio abrigo, conociendo las mañas del viejo gnomo, me he traído el sombrero mágico.

Con gran ceremonia se quitó su sombrero y se caló el que acababa de sacar, un curioso sombrero rojo de alas amplias y alta copa, se lo puso y fue jalándolo hacia abajo y conforme le cubría el cuerpo, iba desapareciendo, hasta hacerse totalmente invisible.
—¡Bravo, papá!, aplaudieron los duendes, el sombrero para ser invisibles. Eso no se lo espera el gnomo.
—Esto es lo que vamos a hacer, yo voy a utilizar el sombrero mágico, en tanto tú, Dondín I, llevarás la cuerda para atarlo y XVIII nos seguirá. Por el otro lado, los guiarás tú, II y III y IV irán detrás de ti, solamente harán ruido para distraerlo; mientras yo lo sujeto, pues no me verá,  lo atará con la cuerda mágica y XVIII irá a liberar al hada.

—Y yo, dijo Pamela, ¿qué voy a hacer?

—Tú, bella hadita, permanecerás aquí, para recibir a tu madre.

Una vez todos de acuerdo en lo que deberían hacer, se fueron introduciendo en la cueva, cuando llegaron al fondo, vieron al malvado gnomo que discutía con el hada madre, encerrada en la jaula de oro. A una seña de Quintón y en tanto se bajaba el sombrero, empezaron a hacer ruido los duendes, pero sin dejarse ver por el gnomo. Cuando estaba descuidado, lo sujetó Quintón, en tanto Dondín I lo ataba fuertemente con la cuerda mágica, la que neutralizaba la capacidad del gnomo para hacer magia, impidiendo que el malvado utilizara sus poderes para liberarse de sus captores. Dondín se encaramó al sitio donde estaba la jaula y diciendo la palabra mágica ¡Abrifff!, se abrió la puerta de la jaula y pudo salir el hada, quien guiada por los duendes llegó a la salida, donde fue recibida por Pamela, abrazando gustosa a su madre.

—¡Reina mía, reina mía!, gritaba el gnomo, antes de que te vayas, dime por favor cual es esa riqueza que yo no poseo, la buscaré y la pondré a tus pies en cantidades que no te imaginas.

—La madre de las hadas, miró al gnomo atado e indefenso y sonriendo le dijo. El tesoro que tú no posees, es el Amor y sí, tiene un precio, que es la Bondad, pero esa moneda no la conoces. Si algún día la encuentras, entonces podremos ser amigos, pues ya sabes dónde vivimos.

Todos salieron riendo y cantando, en tanto el gnomo se quedó atado, llorando por una nueva derrota, pero pensando donde debería ir en busca de la Bondad, con qué comprar el Amor, para ofrecerlo al hada madre.

Quintón presentó al ganso con la madre de las hadas y luego de subir los ocho al lomo del ave, ésta los llevó hasta la base de la montaña, donde se despidieron, pues el ganso Gonzo debería alcanzar a su familia antes de que se pusiera el sol. Ofreciendo volver cuando fuera de regreso al Norte, para conocer a la familia de Quintón. En cuanto todos estuvieron a salvo, Quintón dijo ¡Liberaff! Y la cuerda que ataba al gnomo se soltó y voló hacia las manos del duende, aunque pasarían varias horas para que el gnomo recuperara sus poderes mágicos.

Cuando todos llegaron al viejo roble, casa de Quintón y Lepina, las haditas abrazaron a su madre, sin saber los peligros que había corrido. Ese día hicieron una gran fiesta y comieron pasteles y dulces que Lepina y sus hijas habían preparado. Fueron atendidos todos por las diligentes ardillas que corrían de un lado a otro, sirviendo postres y bebidas, mientras los muchachos Dondín les deleitaban con una agradable música, acompañados por grillos violinistas y ranas silbadoras.

Esa noche, luego de que se marcharon las haditas, todos durmieron plácidamente, excepto Dondín, quien con mirada enamorada, miraba la luna, que le guiñaba un ojo, complacida por los pensamientos del duende.

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