sábado, 20 de junio de 2009

Dondín y el puma enojado

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La familia de Dondín había organizado una comida y acampada en el bosque, era a finales del verano y la sierra de Guerrero, con su agradable clima, invitaba a la convivencia y al disfrute de la naturaleza. Los aguaceros nocturnos hacían que el campo se vistiera de mil colores; los árboles de frondoso follaje servían de nido a miríadas de pajarillos de todos colores y ensordecedor piar.

Lepina y Quintón, los padres de Dondín, habían preparado una espléndida mesa, servida con los mas ricos manjares y los elíxires mas deliciosos. Para compartir con su familia, Quintón había invitado a sus vecinos y mejores amigos de la colonia: Prype y Layra, padres de quince ruidosos niños de nombre Odyno y doce niñas llamadas Lulú; estos chicos y chicas, eran los mejores amigos de los Dondin y las chicas Clavelyna, hermanas de los Dondín.

Juntas ambas familias causaban gran revuelo en el bosque y enseguida aparecían sus amigos: conejos, liebres, ardillas topos y ratones; mariposas multicolores y pequeños colibríes; en fin, la fauna toda que habitaba en el bosque de la montaña.

Cuatro hermanos Dondín: XVIII, XII, XIV y XVI, en compañía de cuatro Odynos: VII, IX. XI y XIII, propusieron ir a explorar las tierras altas de la montaña, cubiertas por pinos centenarios, piñoneros y encinos.

Habían salido muy de mañana del campamento familiar y no regresarían hasta entrada la tarde. De acuerdo sus padres y con una buena dotación de alimentos y agua, los chicos emprendieron la marcha.

El primero obstáculo que hallaron fue un gran arroyo pluvial, que había enriquecido su caudal con las aportaciones de la lluvia nocturna en las partes altas; en vista de ello, tuvieron que avanzar aguas arriba, a fin de encontrar un punto donde poder vadear el arroyo. Su objetivo era llegar a un sitio llamado “el pico del puma”, una formación rocosa que sobresalía de las copas de los pinos; el cauce del arroyo provenía de otra elevación y los desviaba de su camino, por ello la necesidad de vadearlo. Finalmente encontraron el sitio adecuado, aunque tuvieron que meterse al agua en un remanso que se formaba en una breve planicie. En el estanque vivían algunos peces que se alegraron con la visita de los duendes y juguetearon entre las piernas de los expedicionarios, aprovechando para refrescarse y divertirse con los peces.

Después del chapuzón, cansados y hambrientos se tiraron a descansar sobre la fresca hierba, disponiéndose a dar cuenta de las tartas de frutas que sus madres les habían puesto en las mochilas. Ya repuestas sus energías, los duendes expedicionarios continuaron su viaje. A cada momento se hacía mas difícil avanzar, pues la pendiente de la montaña se hacía mas pronunciada. Las grandes aves volaban en círculos, haciendo gala de su conocimiento de las corrientes de aire, planeando majestuosas. Un águila real de brillante plumaje se lanzó en picada, cruzó veloz cerca de los duendes, y sin detenerse, ascendió con rapidez, llevando entre sus fuertes garras a un pequeño cervatillo. El águila y sus polluelos ya tenían resuelto el alimento de algunos días. Llegaron luego a un punto en la montaña en que la roca se elevaba en forma vertical y el único paso era un angosto sendero a orillas de un profundo barranco. En fila india y pegados a la pared rocosa, los duendes fueron pasando con mucho cuidado, el sendero rodeaba una formación rocosa de unos cincuenta metros, que se les hizo mucho mas largo. Al Salir del paso y voltear en un recodo, llegaron a un pequeño claro entre las rocas, donde una hembra de puma dormitaba y sus dos cachorros jugueteaban entre ellos. Al sentir la presencia de los duendes, la puma se irguió veloz, lanzando un rugido que les erizó los pelos de la nuca.

Los duendes se quedaron quietos, como clavados en el piso, ante la mirada feroz de la puma. Con cuidado, Dondín XVIII se adelantó a hablar: Calma, señora puma, somos los duendes que venimos de paseo y no era nuestra intención molestarla, yo soy Dondín XVIII y ellos mis hermanos y mis amigos.

La puma los miraba recelosa y sus cachorros se refugiaron entre sus patas. Finalmente satisfecha de su inspección, les dijo:

Perdonen, chicos, por el susto que les di, pero estoy muy inquieta, porque el padre de mis cachorros anda muy enojado y eso me pone nerviosa, anda en busca de comida para nuestros chicos, pero cada día se le hace mas difícil hallarla, por lo que tiene que recorrer grandes distancias.

No se preocupe, señora puma, contestó Dondín XII, quien era el mayor de los expedicionarios, nosotros vamos hasta el “pico del puma” y si lo vemos platicaremos con él para saber qué es lo que le pasa.

Gracias, chicos, se los voy a agradecer, pues la preocupación no me ha dejado dormir.

Los aventureros se despidieron de la puma y de los cachorros, quienes los siguieron un breve trecho y luego se perdieron entre las rocas. A esas alturas de la sierra, los árboles ya no eran tan numerosos, pero sí mucho mas robustos, pues se ve que eran de mas edad. Un poco retirado, frente a ellos, teniendo de por medio una depresión de la montaña, se veía un lobo muy erguido, mirándolos fijamente, tal vez para estar seguro de su especie, los duendes le hicieron señas amistosas y el lobo dio media vuelta y continuó con su cacería; ya con el sol en todo lo alto, los expedicionarios coronaron su objetivo, tirándose de barriga para observar el espléndido paisaje de la Sierra Madre del Sur. Los duendes descansaron un poco y luego extrajeron el resto de viandas que llevaban: Torta de maíz rellena de vegetales, calabacitas rellenas de queso, tortas de maíz con miel de abeja y agua fresca de frutas. Satisfechos, se tiraron nuevamente sobre las rocas a ver como avanzaban las nubes, empujadas por el viento que soplaba de la costa del Océano Pacífico. Las aves volaban majestuosas y un gavilán macho se vino a posar cerca de ellos.

Hola, chicos, ¿se divierten?, los he estado observando desde que salieron de las rocas donde vive el puma, está pesada la subida, ¿verdad?
Así es, señor gavilán, nos hemos cansado, pero ha valido la pena, respondió Odyno IX, desde aquí se tiene una vista muy hermosa, cuánto debe disfrutar usted de estos paisajes.

Bueno, amigo, para mi es rutinario, pues siempre lo veo desde las alturas, solamente bajo para atrapar a mi presa y luego vuelvo a mi nido en lo alto de un pino, pero sí, debo reconocer que el paisaje es muy hermoso. Aunque debo decir que el alimento está escaso, yo creo que se debe a que han ido cortando los árboles y no se han cuidado de replantar nuevos, ahora veo mas rocas que cuando yo era pequeño; si esto no se corrige, tendremos que buscar nuevos sitios donde vivir, tal vez emigrar hacia el sur. Es muy triste, porque los árboles son indispensables para la vida.

Tienes razón, amigo, nos damos cuenta de ello y, precisamente, la puma que está entre las rocas nos comentó que su pareja anda muy enojado por esa misma situación, pues tiene que recorrer grandes distancias para conseguir sus alimentos.

Poco después el gavilán volvió a sus propias ocupaciones y nuestros amigos duendes resolvieron que debían volver al campamento, aunque el descenso es mas rápido, les llevaría varias horas llegar a su destino, por lo que de inmediato se pusieron en camino. Sólo habían descendido unos cuantos metros, cuando detrás de una roca saltó el puma, los duendes se quedaron de una pieza, pues casi le podían jalar los bigotes al enorme felino. Nuevamente Dondín XVII se atrevió a hablar:

Señor puma, somos los duendes que vivimos en el valle, venimos de paseo y sentimos invadir su espacio, pero ya vamos de regreso con nuestros padres.¡Grauuu!, rugió con enojo haciendo temblar a los duendes, me molesta que venga a mi casa, estoy muy enojado y no quiero escuchar explicaciones….¡Grauuu!

Tranquilícese, señor puma, no deseamos molestarlo y sabemos que está enojado, pero tal vez nosotros podamos ayudarlo.

En qué me pueden ayudar, pequeños y latosos muchachos, estoy furioso porque los hombres no respetan el bosque. Miren cuántos árboles han derribado, eso ha alejado a los animales y ya no tengo comida en mi territorio. Antes había venados y eran un manjar exquisito, ahora si encuentro un mapache, ya es por suerte. Por eso estoy furioso, tendré que irme con mi familia en busca de mejores sitios para vivir.

Lo sabemos, querido amigo puma y nosotros estamos trabajando para que eso no siga ocurriendo, mediante nuestra magia y trato con los niños de los hombres, estamos haciendo una campaña de concientización para que los chicos hagan ver a sus padres el gran error que están cometiendo al arruinar los bosques, pues además de que aleja a los animales, propicia las sequías mas prolongadas, lo que a su vez hace que muera la vegetación por falta de agua; todo ello llevará a esta hermosa montaña a convertirse en desierto de tierra y rocas. Yo le pido que tenga un poco de paciencia, tal vez pueda bajar un poco, en tanto se recupera el bosque alto, nosotros trataremos de hacer una siembra de árboles que en unos pocos años hagan reverdecer estos parajes.

Gracias, chicos, dijo ya mas tranquilo el puma, realmente les agradezco que estén trabajando en ello, pues el hombre no acaba de darse cuenta de que al acabar con los árboles, está atentando también contra su propia familia y a la larga tendrá que emigrar a lugares mas hospitalarios.

Ya mas tranquilos todos, duendes y puma emprendieron el regreso, el puma se encontró con su familia y se puso a juguetear con sus cachorros, en tanto la hembra lo ronroneaba cerca de la oreja. Los duendes continuaron su descenso, cruzando de regreso el peligroso sendero junto a la pared de roca, pero ya con menos carga en las mochilas y con mas confianza. Al atardecer divisaron el campamento y fueron recibidos entre abrazos y risas. A la hora de la cena, rodeando una gran fogata, los duendes relataron su aventura y todos se comprometieron a ser mas insistentes con los niños acerca del cuidado de los bosques. Luego se retiraron a dormir, arrullados por el reclamo de una lechuza, a la brillante luz de la luna llena.



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