martes, 10 de febrero de 2009

Dondín y el asno que hablaba

Safe Creative #1101308372086
Dondín cuenta un cuento
Se hallaba Dondín XVIII trabajando en la mina con sus hermanos, recién habían encontrado una nueva veta de esmeraldas y los trabajos previos a su explotación los tenía muy ocupados.

Como Dondín era de los hermanos menores, su trabajo consistía en sacar de la mina las piedras y tierra que los duendes mayores iban retirando para poner al descubierto la veta. En uno de tantos viajes al exterior de la mina, una ardilla alcanzó a Dondín para informarle que Esteban, su protegido e hijo de los molineros, estaba enfermo, postrado en cama.

Por medio de la misma ardilla, Dondín envió un recado a sus hermanos, para avisarles que se iba a casa de Esteban.

Haciendo uso de su magia y con solo decir ¡Puafff!, Dondín apareció sobre la cama de Esteban, quien al verlo dibujó una leve sonrisa en su rostro, pálido y ojeroso. La madre de Esteban, muy preocupada, ponía paños húmedos sobre la frente ardiente del enfermo. Mediante un conjuro, Dondín pidió por la salud de su amiguito, quien al poco rato dormía plácidamente, para tranquilidad de la madre.

En tanto Esteban dormía, Dondín se fue al bosque a buscar ciertas plantas para preparar un remedio para el niño. Buscó el fruto de una cactácea, la molió y mezcló con unas flores silvestres, luego revolvió todo con miel de avispas negras y una vez el preparado a su gusto, volvió con él al lecho del enfermo.

A la llegada del duende, Esteban despertó y se alegró de que su amigo estuviese con él.

Qué bueno que viniste, Dondín, dijo Esteban, pues me aburro mucho en la cama.

Bueno amiguito, cuando uno se pone enfermo, repuso el duende, hay que permanecer en cama para aliviarse pronto. Por cierto, continuó Dondín, te he traído una medicina que te aliviará rápido.

A mi no me gustan las medicinas, contestó molesto el enfermo, ¡Yo no tomo medicinas!, dijo cruzando los brazos, como para dar mayor fuerza a sus palabras.

Esteban, volvió a decir Dondín, las medicinas no se toman por gusto, sino porque es la forma de recuperar la salud.

¡No, no y no!, repuso necio Esteban, yo no tomaré nada de medicinas.

Al oír los gritos del niño, su madre entró a la habitación para ver que sucedía.

¿Qué te pasa, mi cielo?, preguntó cariñosa la madre, ¿Tenías pesadillas?, debe ser por la fiebre, pero ya estás mas fresco, dijo esto poniendo la mano sobre la frente del chiquillo, en tanto Dondín le hacía monerías para hacerlo reír.

Ya mas tranquila, la madre de Esteban salió de la habitación a continuar con sus ocupaciones.

Bien Esteban, dijo Dondín, en este momento te sientes bien porque te ha bajado la fiebre, pero esto es temporal, así que si te tomas tu medicina, yo te contaré la historia del asno que hablaba. ¿Te parece bien que hagamos el trato?

¡Sí, sí!, dijo Esteban, me tomo la medicina y tú me cuentas esa historia.

Llevando las palabras a la acción, Dondín dio al enfermo una cucharada del dulce brebaje que no le desagradó y recargado en los cojines se dispuso a escuchar el relato.

Érase, empezó Dondín, en un país que se encuentra al otro lado del mar, un reino en que había un Rey, cuya mascota era un asno de color negro y rabo y orejas blancos. El asno, cuyo nombre era Brozno, había sido comprado a unos mercaderes cuando era muy pequeño; el Rey, en aquel entonces Príncipe, lo compró por su extraordinario color, aunque sin conocer la sorpresa que le aguardaba, pues Bronzo, además de su peculiar pelaje, tenía la característica que hablaba, pero solamente que no hubiera nadie cerca, sólo su amo, pero además de hablar, el burro tenía el poder ver el futuro y predecirlo.

Desde luego que todo esto lo supo el Príncipe al paso del tiempo, pues al comprarlo, el asno era aún muy pequeño y no hablaba.

El borrico era alegre por naturaleza y el príncipe se divertía con el animalito, haciéndose acompañar por él cuando salía a las partidas de caza, o cuando hacía sus entrenamientos con las armas, pues debemos recordar que en aquellos años lejanos, los reyes siempre estaban en guerra con alguien mas, por lo que los príncipes debían aprender las artes marciales, pues algún día serían los responsables, al heredar los tronos. Así pasaron varios años, el asno caminaba siempre al lado del caballo del príncipe y era atendido con esmero por el caballerango del Príncipe. Era tan apreciado por todos, que cuando no andaba con el Príncipe, deambulaba libremente por todas partes, siendo el consentido de nobles, campesinos y mercaderes. Alguien le daba una manzana, aquel una zanahoria, este otro un terrón de azúcar, a lo que el animalito respondía con alegres rebuznidos que a todos alegraban.

Fue una tarde de verano, habían pasado ya cinco años desde la compra del burrito. El Príncipe montaba su caballo favorito, un hermoso caballo árabe de pelaje blanco como la nieve, con una estrella negra en la frente y cuyo nombre era Rayo, por la velocidad a la que corría. Cuando el príncipe salía de paseo, siempre se hacía acompañar de Bronzo. En esa ocasión estaba el Príncipe participando en una partida de caza del ciervo; a la hora del almuerzo, el Príncipe se recostó a la sombra de un árbol, en tanto los sirvientes levantaban las tiendas y lo arreglaban todo para servir la comida a los nobles participantes; de pronto se le acercó el asno y, empujándolo suavemente por el hombro para llamar su atención, le dijo:

Príncipe mío, debes tener cuidado, porque hoy mismo, cuando el sol toque la cima de la montaña, una flecha podría partirte el corazón; cuando veas esa señal, lánzate al suelo y que el cuerpo de Rayo te proteja.

El Príncipe se quedó sorprendido, en tanto el asno se retiró tranquilamente a seguir mordisqueando los frescos tréboles. El joven no daba crédito a lo sucedido, pues pensaba que todo había sido causado por el cansancio y la insolación.

Mas tarde, después del almuerzo, continuó la cacería del ciervo, con la emoción del evento, el príncipe olvidó el asunto de borrico y se concentró en perseguir un ciervo macho de gran cornamenta. Los arreadores, haciendo mucho ruido, procuraban encauzar al animal hacia la zona en que se encontraba el Príncipe.

Confiado, el Príncipe cabalgaba sobre Rayo, persiguiendo al hermoso macho; de pronto, al salir del bosque, rumbo al arroyo cercano, levantó la vista y vio que el sol estaba empezando a tocar la cima de la montaña, recordando lo dicho por Bronzo, se tiró al piso, quedando protegido por el cuerpo de su fiel cabalgadura, en el momento justo en que una flecha se clavaba en el piso, un poco delante de él.

De inmediato sus acompañantes le rodearon, desenvainando sus espadas. El Jefe de la Guardia se acercó al príncipe y al constatar que se encontraba bien, recogió la flecha y de inmediato reunió a toda la gente, teniendo cuidado en conocer qué personas se encontraban en los alrededores del príncipe.

Una vez descubierto el culpable, fue enviado en cadenas a Palacio y entregado a los carceleros, para esperar su sentencia.

Por demás está decir que la cacería terminó, todos regresaron cabizbajos a Palacio. El hermoso ciervo quedó a salvo por ese día y, parado en lo alto de una roca, miraba como sus perseguidores volvían grupas y abandonaban su persecución. El fiel asno caminaba al lado del príncipe y en algún momento, atrayendo la atención del joven, le dijo:

Amado príncipe, yo siempre estaré a tu lado, pero te pido que no reveles nuestro secreto, pues en ese momento dejaré de hablar.

El príncipe escuchó en silencio y solamente acarició la cabeza de su peculiar mascota, que se alejó alegre, caracoleando delante de Rayo.

A partir de ese día, el asno Bronzo pasó a vivir en una caballeriza especial. El príncipe dispuso que tuviese un sirviente que lo cepillara y acicalara con esmero; que en su caballeriza siempre hubiera paja limpia y fresca y le sirvieran los mejores forrajes. Diariamente, cuando iba por él para salir a cabalgar, deberían enjaezar debidamente al asno.

Todos se maravillaban del cariño que el príncipe le tenía a su peculiar asno y desde luego se cuidaban mucho de no utilizarlo como animal de carga.

Así pasaron varios años, el príncipe seguía su vida, estudiando, aprendiendo, pues algún día se haría cargo del reino; su padre ya era anciano y miraba con orgullo cómo ese hijo suyo, huérfano de madre a temprana edad, se iba convirtiendo en todo un hombre. Por su parte, el príncipe, siempre que tenía oportunidad, se acercaba al borrico y le preguntaba:

Por favor, Brozno, cuéntame tu historia, ¿Por qué hablas? y ¿Por qué fui yo el afortunado de poseerte?

A lo que el burrito siempre respondía, algún día te contaré esa historia, cuando sea oportuno, por ahora concéntrate en tu preparación para cuando seas el Rey.

Cierto día en que el Príncipe descansaba, después de la práctica de lucha con espada, recostado a la sombra de un manzano, se le acercó el asno y le dijo al oído:

Amado Príncipe, dos días después de la luna nueva, asistirás a un banquete; cuando te ofrezcan estofado de liebre, platillo que tanto te gusta, haz que delante de todos los presentes lo coma el cocinero, tú no lo pruebes, pues te quieren envenenar.

Tal como Bronzo lo había predicho, los Condes de Belwick, que tenían una hermosa hija casadera y anhelaban desposarla con el Príncipe, desde luego con el consentimiento y beneplácito del Rey, invitaron al joven a un almuerzo que se serviría en su castillo, a lo que el joven heredero aceptó, haciéndose acompañar por el Jefe de la Guardia y sus escuderos. La invitación decía que el real evento se efectuaría dos días después de la luna nueva del mes de junio.

Como al Príncipe le gustaba la hija de los Condes, no dudó en aceptar la invitación, a la que no podría asistir el Rey, pues por esos días se hallaba en cama, aquejado por las reumas.

La comitiva real partió de Palacio la mañana de la luna nueva, compuesta por el Príncipe, el Gran Canciller, cuatro pajes del Príncipe, cincuenta escuderos y el Jefe de la Guardia. Iban también cocineros, ayudantes, caballerangos, halconeros y arrieros, músicos y bailarines. Llevaban también un carromato con regalos para la Condesa y su bella hija, así como un buen número de acémilas con tiendas de campaña y mobiliario necesario para el confort de los nobles viajeros. El Príncipe cabalgaba montado en su fiel Rayo, sin faltar el noble asno Bronzo.

En tanto la comitiva avanzaba, se organizó una partida de caza; los halconeros se adelantaron para elegir el sitio de caza. El Príncipe era ya un experto tirador con la ballesta y no tardó en cobrar su primera presa, un enorme jabalí macho, a quien mató de certero flechazo en el pecho.

Esa noche se montó el campamento a orillas de un hermoso río y hubo música y canto y un sabroso jabalí asado.

Al día siguiente, apenas cruzar el río, fueron recibidos por los Condes de Belwick, sus anfitriones, quienes los guiaron y escoltaron hasta el castillo, siendo vitoreado el Príncipe por varias decenas de siervos y campesinos. Por la noche se sirvió una espléndida cena y el Príncipe hizo entrega de los presentes que el Rey les ofrecía, como seña de que veía con agrado el desposorio del Príncipe con la hija de los Condes, cuyo nombre era Ana, Ana de Belwick. Los Condes recibieron los regalos llenos de alegría y el baile lo abrieron el Príncipe y su bella prometida.


Al día siguiente, segundo después de la luna nueva, se sirvió el gran banquete en la Torre del Homenaje, para anunciar a todo el mundo tan fausto acontecimiento. Los Condes de Belwick habían enviado invitaciones a todos los Condados del Reino, por lo que la sala de banquetes estaba repleta y las diferentes comitivas habían acampado en los alrededores del castillo. Por supuesto que el Príncipe no se olvidó de su buen asno y pidió que le dieran el mejor sitio en la caballeriza, junto a su fiel Rayo.

Llegada la hora de la comida, los sirvientes fueron llevando enormes fuentes con ensaladas de todos colores, gallinitas rellenas, pescados horneados, lechones al horno rellenos de manzana, pasteles y galletas de diferentes sabores. Odres de vino de los viñedos del Conde, barriles de cerveza refrescante y mil y un platillos y bebidas mas. Como platillo especial, se anunció que se serviría el platillo preferido del futuro monarca y próximo esposo de Ana de Belwick: Estofado de liebre; pero el Príncipe que ya esperaba este momento, pidió a sus futuros suegros y anfitriones, que mandaran traer al cocinero para agradecerle personalmente por tan destacado detalle.

Sin imaginar siquiera lo que le esperaba, el cocinero salió, entre los aplausos de los comensales, algunos ya bastante alegres por el vino y la cerveza. El Príncipe, aplaudiendo, le invitó a sentarse a su lado y le cedió su plato, pidiendo, ante la extrañeza de los anfitriones, que le hiciera el honor de comer del delicioso platillo. Casi sin ser notado, el Príncipe hizo una seña al Jefe de la Guardia, quien discretamente se colocó a espaldas de su señor.

El cocinero, sudando de miedo, se dio cuenta de que había sido descubierto y a fin de no ser torturado para delatar a sus cómplices, comió con avidez del mortal platillo, cayendo muerto a los pocos minutos.

Los escuderos y los caballeros del Conde de Belwick cerraron las puertas para impedir que alguien saliera. Apenado, el Conde anfitrión se disculpó con el Príncipe; las damas fueron llevadas a la otra ala del castillo y a pregunta del Príncipe, el Conde de Belwick le informó que el desleal cocinero había sido recomendado por un obscuro Conde de un sitio apartado del Reino, a quien de inmediato se detuvo y confesó haber sido el culpable del atentado con la flecha y el de ese día, con veneno en la comida; de inmediato fue puesto bajo custodia en las mazmorras del castillo, para ser enviado a Palacio, a comparecer ante el Rey.

Esta y muchas mas aventuras vivió el asno Bronzo. Se cuenta que vivió muchos años y sirvió de cabalgadura para los hijos del Príncipe, quien se casó con la hija de los Condes de Belwick y vivieron muy felices en su reino.

Cuando Dondín terminó su relato, Esteban estaba fascinado; la medicina empezaba a hacer efecto y durante varios días Dondín permaneció a su lado, dando al niño su medicina.

La madre de Esteban estaba feliz de ver como sus cuidados habían aliviado al niño. Antes de retirarse, Dondín ofreció a su protegido que, por haberse terminado la medicina, otro día le contaría mas historias del asno que hablaba.




L É X I C O
Postrado:--- Rendir, derribar, restar vigor y fuerza, debilitar
Conjuro: --- Ruego o invocación de carácter mágico que se recita con el fin de lograr alguna cosa.
Cactácea:--- Familia de plantas dicotiledóneas tropicales, de tallo carnoso que sirven como depósito de agua y nutrientes, con espinas en lugar de hojas y flores generalmente grandes.
Brebaje: --- Bebida de ingredientes desagradables y mal aspecto.
Rebuznidos:--- Voz de los asnos y algunos otros animales semejantes.
Grupa:--- Anca, parte trasera y elevada de las caballerías.
Acicalar:--- Adornar, aderezar algo o a alguien.
Enjaezar:--- Poner los jaeces a las caballerías
Jaeces: --- Cualquier adorno que se pone a las caballerías.
Beneplácito:- Aprobación, permiso.
Aquejado:--- Afectado por una enfermedad, vicio o defecto.
Acémilas:--- Bestia de carga, preferente el mulo.

No hay comentarios: