martes, 9 de diciembre de 2008

Dondín y la cueva encantada.

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Cierto día de primavera, por cierto un fin de semana y por tanto no había clases, Dondín salió muy temprano de su casa, iba a reunirse con sus hermanos para trabajar en la mina, pero ellos, por ser ya mayores, salían desde mucho antes de amanecer. La salida de su casa estaba oculta entre una auténtica selva de hongos, los cuales habían crecido con las lluvias nocturnas de la temporada; por tanta humedad, los hongos había alcanzado un tamaño extraordinario, de manera que el joven duende podía caminar bajo ellos como si fueran árboles. Dondín caminaba muy orondo, con sus orejas puntiagudas, su prolongada nariz respingada, su gran sombrero verde, adornado con una hermosa pluma blanca, su chaqueta y pantalones rojos, así como unos bellos zapatos rojos de puntas rematadas por el alegre tintineo de cascabeles.

Los hongos presentaban formas y colores diferentes: Unos eran blancos, planos y redondos, de tallo robusto; otros eran blancos con motas rojas y azules, de forma cónica y también tallo grueso. Los había grandes y planos, como hojas de espárrago, de tallos delgados y flexibles; otros mas que parecían paraguas enormes, de colores muy vivos. Todo ello daba un toque colorido y festivo al paisaje que nuestro amiguito iba recorriendo. Dondín caminaba distraído, disfrutando de la fresca mañana; las plantas y flores aún presentaban el brillante adorno del rocío matutino y sus gotas parecían joyas finas adornando la naturaleza. El duende aspiraba con fruición los dulces aromas de las plantas y las flores, algunas mariposas revoloteaban sobre los macizos de flores, en busca del dulce néctar; colibríes multicolores, como joyas voladoras, sumergían sus largos picos para libar el néctar, suspendidos en el aire por sus vertiginosos movimientos de alas, cuando quedaban saciados salían volando a velocidades increíbles, rumbo a sus nidos, para alimentar a sus diminutas crías.


Adosado bajo una rama, una oscura crisálida empezaba a romper y ya se podía ver una bella mariposa que pronto estaría acompañando a su especie en el continuo revolotear entre las plantas, impregnándose patas y cuerpo del polen que llevarían a otras flores a fin de realizar la polinización que perpetuaría la especie.

Con la vegetación tan crecida por las lluvias, el paso de Dondín se hacía mas lento y requería de un mayor esfuerzo; de pronto, tras unas rocas se deslizó una serpiente de brillantes colores, negros, blancos y rojos, su lengua bífida entraba y salía de su hocico. Dondín se quedó quieto, pues aunque ningún animal hacía daño a los duendes, no quería importunar a la serpiente. Como bien sabemos, los duendes tienen la facilidad de entender y hacerse comprender por los animales, de manera que no le extrañó que la serpiente le hablara.

Hola, pequeño, -saludó la serpiente a Dondín- ¿hacia donde te diriges? Sus ojillos amarillos no perdían detalle de los movimientos del duende.

Que tal, señora serpiente, -respondió Dondín atento- voy en busca de mis hermanos, que se encuentran trabajando en la mina de los cristales. Debo darme prisa, pues el camino es largo y tanta vegetación me ha retrasado.

No te preocupes, querido amigo, -respondió la serpiente- yo te llevaré mas pronto de lo que te imaginas, pero antes quiero enseñarte un lugar maravilloso, pocos seres han visitado ese sitio y sé que te va a gustar mucho.


Se lo agradezco, querida amiga, pero si no llego pronto a la mina, mis hermanos y mi padre me castigarán.

Mira, pequeño, este lugar a donde te voy a llevar es mágico, el tiempo se detiene en tanto estés dentro, así que al salir será como si nunca hubieses entrado, yo te llevaré y será como si nunca te hubieses detenido.

Ya intrigado y curioso, Dondín aceptó que la serpiente le mostrara ese lugar mágico y maravilloso, por lo que, muy ufano, aceptó la invitación de la serpiente.

Los dos amigos se pusieron en camino, la serpiente reptaba delante del duende y éste caminaba sobre la huella dejada, de forma que ya no tenía que ir luchando para retirar la hierba crecida. Al llegar a la casa de los conejos, la serpiente se dirigió rumbo a la laguna, por lo que Dondín se sobresaltó un poco, pues ese camino no llevaba hacia la mina, pero confiando en lo dicho por la serpiente, siguió adelante sin chistar.

Debajo de unas grandes rocas, la serpiente retiró unos tréboles que ocultaban la entrada a una cueva; la serpiente se deslizó hacia dentro y Dondín la siguió. Caminaron un buen trecho en la penumbra, pero finalmente llegaron a un sitio donde la cueva se hacía muy grande y parecía tener luz del sol, pues estaba plenamente iluminada, sin que se pudiese observar cual era esa fuente de luz. La serpiente se detuvo e irguiendo su cuerpo volvió la cabeza para observar al duende.

¿Qué te parece, amiguito? –preguntó burlona la serpiente- sonriendo ante la interrogante mirada de Dondín. ¿No te parece maravillosa?

Pero esta es una cueva común, ¿qué tiene de mágica?

Ya lo verás, por principio, yo no soy una serpiente. –De inmediato la serpiente se convirtió en un elegante genio, quien siguió hablando- Soy el mago del bosque, esta es mi casa y pronto verás qué tan mágica es mi cueva.


El mago iba vestido con una chaqueta azul cosida con hilos de plata, su pantalón era de color gris, sus zapatos también eran azules e iba tocado con un gran gorro azul celeste, adornado con muchos brillantes, lo que le daba una apariencia luminosa, en una mano llevaba una varita mágica y con un ligero movimiento, pronunciando enigmáticas palabras (grucelyndoll), las paredes que eran de tierra y piedra se convirtieron en bellas paredes de cristal multicolor y donde no había nada, aparecieron finas alfombras y mullidos cojines de sedas de mil colores, a una palmada del mago, llegaron sirvientes, hombres y mujeres y empezaron a lavarles las manos y a acercarles fuentes de frutas y exóticos alimentos. Unos músicos empezaron a pulsar instrumentos de cuerda de sonidos maravillosos y bonitas bailarinas danzaban al compás de la música.


El mago parecía feliz, acompañaba con las palmas a músicos y bailarinas o cantaba con cristalina voz, las melodías que se sabía; así pasaron varias horas, la fiesta parecía no tener fin, de pronto, a un movimiento de la varita mágica, todo desapareció y volvieron a estar en una cueva común. Dondín, sorprendido, miraba a un lado y otro, en busca de las cosas maravillosas que había conocido, entonces volvió a hablar el mago.

Y bien, amigo mío, ¿qué deseas ver ahora?, pide lo que sea y te lo concederé.

Mm. Mm. Mm… pensaba Dóndín, quisiera que navegáramos en un río.

Concedido, dijo el mago. Levantó la varita y dijo: “swmpyshell” y de inmediato se encontraron en un bote, navegando en los rápidos de un río, la espuma de agua les bañaba el rostro y sujetaban con fuerza los remos, que la corriente parecía querer quitarles. En las riveras del río, enormes árboles de mil variedades crecían en una selva lujuriosa, los monos saltaban de rama en rama, haciendo un ruido fenomenal. Tan emocionado estaba Dondín, que no pensaba en el tiempo transcurrido. Finalmente, ya al caer la tarde, con los músculos de los brazos doloridos por tanto esfuerzo, divisaron una playa de arena muy blanca, entraron a una zona del río muy tranquila y navegaron en dirección al playón, encallaron la barca en la arena y ambos desembarcaron y se tendieron a descansar, felices de la aventura corrida. Fue entonces cuando Dondín se dio cuenta de que no habían probado bocado desde la mañana y una punzada de hambre le recordó el almuerzo. Viendo su expresión, el mago hizo un leve movimiento con su varita y de inmediato aparecieron sirvientes que armaron una tienda de campaña, les lavaron los cuerpos y les vistieron con ropa seca, a continuación fueron pasando con charolas de frutas y alimentos varios y deliciosas bebidas, que hicieron las delicias de los amigos.


Casi sin decir palabra y después de la opípara comida, el sueño empezó a vencer a Dondín, quien dejándose caer se acomodó sobre los mullidos almohadones, cayendo en un profundo sueño. De pronto, Dondín se vio recorriendo un río subterráneo, bordeado por altas paredes de colores fantásticos, el navegar era apacible y tenía tiempo de admirar esas piedras multicolores, que superaban en mucho las joyas que él y sus hermanos obtenían en la mina de los cristales; acercándose a una orilla, el duende tomó en sus manos una hermosa piedra verde, una bella esmeralda que apenas abarcaba con las dos manos, volteando hacia el mago, sin preguntarle siquiera, éste accedió a que se llevara la piedra. Su viaje continuó y no acababa de admirar tanta belleza; qué felices serían los duendes si pudieran encontrar ese río que parecía no tener fin. Finalmente el paisaje cambió, pues en lugar de las paredes de colores, se convirtió en simple roca y algunas plantas, hasta que salieron a la superficie en un paraje que a Dondín se le hizo conocido, era el bosque de hongos que por la mañana había cruzado, donde se encontró a la serpiente. Entonces despertó y se dio cuenta que estaba recostado sobre la fresca hierba, a su lado, el mago lo veía divertido.

Pero, ¿qué pasó?, todo ha sido un sueño, me has engañado, reclamó al mago- no nos hemos movido de este lugar.

¿En verdad lo piensas?.... –respondió el mago- entonces qué es lo que aferras con ambas manos….

El duende entonces se dio cuenta que en las manos tenía una bella esmeralda, la misma piedra verde que había recogido en el río subterráneo. Apenado volvió a ver al mago, quien le explicó que todo había sido real. El tiempo no había corrido, tal como le ofreció y de inmediato se convirtió en ardilla, le pidió a Dondín que montara en su lomo y enseguida partieron rumbo a la mina, donde le esperaban sus hermanos.

El mago y Dondín se despidieron como viejos amigos, prometiéndose repetir el encuentro, pues el mago le explicó a Dondín que vivía solo, sin familia, cosa que algún día le aclararía, pero siempre andaba en busca de amigos con quienes compartir un poquito de su vida.
Con tristeza, Dondín se fue internando en la mina de los cristales, volteando a ver a la pequeña ardilla, hasta que ésta desapareció. Allá, al fondo, se escuchaban las risas de sus hermanos y se dio cuenta de cuan feliz era él, por tener una familia.



LÉXICO


Orondo Que se muestra muy satisfecho de sí mismo.
Fruición Gozo, placer intenso.
Libar Chupar suavemente el jugo de una cosa. Degustar o catar un licor u otra bebida.
Vertiginosos Que causa vértigo o lo produce. Que se mueve muy rápido.
Polinización Paso del polen desde el estambre en que se ha producido hasta el pistilo de la misma flor u otra distinta, donde se produce la fecundación de los óvulos.
Perpetuaría Hacer perpetua o duradera una cosa.

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