jueves, 11 de diciembre de 2008

Dondín y la historia de Navidad

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Una noche, durante el mes de diciembre, el abuelo Longevito VI llegó de visita a la casa de la familia de Dondín, con la finalidad de pasar la temporada de Navidad con la familia de su hijo Quintón VII; el abuelo visitaba cada año a alguno de sus hijos, pero como eran muchos, pasaban varios años para repetir la visita, así es que también conocía a los nuevos miembros de la familia que habían nacido en ese lapso de tiempo.

Era una tradición familiar que las velas colocadas en la mesa para la cena de Navidad, fuesen encendidas por el mas viejo de los asistentes, cosa que regularmente hacía Quintón, el padre de Dondín. Parte de la tradición también era que, quien encendiese las velas, contara una historia relativa a la existencia de los duendes. La historia se relataba después de arrullar y acostar al Niño Dios. La cena era preparada con mucho cuidado y amor por las mujeres de la casa, encabezadas por Lepina, la madre de Dondín.
El abuelo venía desde muy lejos, de la montaña que domina la Bahía de Santa Lucía, donde se asienta la ciudad de Acapulco, aunque para esos viajes y dada su edad, se le permitía utilizar su magia, pues de otra manera le llevaría varios meses hacer tal recorrido.

El abuelo, tenía unos ojos azules como el cielo, lucía una barba blanca como el algodón, que le llegaba a las rodillas, iba vestido de pantalón y saco rojos, camisa de seda amarilla y zapatos y sombrero de color vino; lucía además, una bella capa de viaje rojo púrpura con forro de seda color violeta

Toda la familia salió a recibirlo, pues muy temprano había llegado una paloma mensajera con la noticia de la llegada del abuelo, éste abrazó con gran cariño a todos y para todos llevaba regalos: Para Quintón y Lepina, para sus nietas y nietos, para los esposos y esposas de sus nietos ya casados y para los hijos de estos matrimonios. Mucho cuidado puso en llevar regalos a los nietos y bisnietos nacidos durante sus años de ausencia, pues por medio de las palomas mensajeras la familia siempre estaba enterada de todas las noticias. Los bisnietos eran cuatro, a los cuales les llevó unas hermosas cunitas hechas de cáscaras de nuez tallada en fina filigrana, pues los bebés de los duendes medían unos tres centímetros al nacer. Los padres, orgullosos, le presentaban al abuelo a los nuevos miembros de la familia.

Los días previos a la Navidad, se pasaron rodeados de una intensa actividad, la madre y las hijas horneaban pasteles y galletas, enviaban a sus ardillas sirvientas a buscar granos, frutos, raíces y néctares de diverso origen, a fin de preparar los platillos para la cena; hilaban y tejían gorros, bufandas y guantes para toda la familia. Los hombres, a cuyo frente se puso el abuelo, se dedicaron a buscar y acarrear leña, para la gran cocina y para la chimenea de la casa, la que era llevada en atados por los topos de carga; así también, a fabricar anillos y pendientes con un fino hilo de oro y algunas joyas engarzadas. Otro grupo de muchachos, guiados por Quintón, se ocupaban de barnizar los muebles y de realizar un hermoso “Nacimiento”, en el que colocarían al Niño Dios en la noche de Navidad. El “Nacimiento”, ambientado con animales y plantas de la sierra, era un recordatorio de que el Niño Jesús había nacido para todos los pueblos del mundo. Los niños de los duendes miraban extasiados una pequeña cascada y un arroyo; caballos, asnos, mulas, vacas y toros pacían muy tranquilos cerca de un tejabán donde dormían un grupo de gallinas, mientras en el camino, los arrieros y chiveros conducían a sus rebaños. La vegetación, compuesta de pinos, nogales, oyameles y robles, competían por dar su sombra al tejabán, que mostraba orgulloso una brillante estrella de plata.

La cena de Navidad fue todo un acontecimiento, las mujeres de la familia mostraban orgullosas los pasteles y galletas que habían horneado durante varios días, los había de todos los colores, olores y sabores, desde un aromático pastel de maíz y nuez, hasta galletas de jengibre. Una deliciosa sopa de lentejas con trigo, tortas de miel de abeja, empanadas de harina de soya con miel de maíz y dulces y mermeladas de todos los frutos de la tierra.

La mesa estaba alumbrada por decenas de velas de formas y aromas diversos, lo que hacía un ambiente cálido y acogedor. Una vez todos a la mesa y después de haber encendido las velas, el abuelo, a nombre de todos, hizo la oración de gracias, todos tenían la cabeza gacha, en respetuoso silencio. Cada uno de los miembros de esa agradable familia daba gracias a Dios por su propia existencia y hacían un recuento mental del último año de sus vidas. Al concluir la oración del abuelo, todos se lanzaron a dar cuenta de las apetitosas viandas que la madre y sus hijas habían preparado. Las ardillas sirvientas corrían presurosas a la cocina, a fin de abastecer de forma conveniente a los comensales.

Otro grupo de ardillas escanciaba aromáticas bebidas en las copas; en tanto los mayores alzaban sus copas para brindar con dulces vinos de uva y deliciosa cerveza de raíz que la madre había preparado durante varios meses. Los jóvenes, en tanto, consumían dulces néctares de colores y sabores diferentes.

La cena era amenizada por una orquesta compuesta de grillos, chapulines y langostas, quienes tañían sus lánguidos violines; los escarabajos les acompañaban con sus gruesas voces, en tanto las mariposas dejaban oír sus cristalinas voces de soprano. Un grupo de ranas silbadoras se encargaban de las percusiones y sus silbidos eran un grato complemento para el resto de la orquesta. Chicos y chicas, tomados de la mano, danzaban alegres al compás de la música; los cascabeles de sus atuendos sonaban alegres, siguiendo sus giros y saltos y sus risas de alegría.

Al sonar las doce campanadas en el reloj familiar, la música y los bailes cesaron, dando paso a una procesión que con dulces cantos, formaban los jóvenes de la familia, quienes con alegría y cariño llevaban en un canasto adornado con flores, una tierna representación del Niño Dios, a quien arrullaban tiernamente, depositándolo con cuidado en el pesebre del “Nacimiento”.

Al terminar ésta, la parte central de la celebración, Quintón acercó a su padre un sillón y toda la familia se sentó en el suelo, esperando expectantes la narración que el Abuelo Longevito les haría. Dando un sorbo a su copa de sidra para aclarar la garganta, el viejo dio principio a su narración:

Bien saben ustedes, -inició el abuelo- cómo Dios creó todo el Universo y toda su creación es buena, pues en su infinita sabiduría, concibió mares y montañas, bosques, desiertos, ríos y lagunas; peces, aves, animales de la tierra y, finalmente, al hombre mismo, cumbre de su creación. No obstante, pasado un tiempo, Dios se dio cuenta de que faltaba algo para acompañar al hombre, entonces nos creó a nosotros, los duendes y a otros seres un poco mayores que nosotros, los gnomos, pero hoy solo trataremos nuestra historia.

Vemos pues, que los duendes hemos vivido siempre ligados a los hombres, pero a cambio de nuestro pequeño tamaño, nos dotó de ciertos poderes para poder cumplir con nuestro cometido: Nos dio la magia y el poder de trasladarnos con nuestra energía mental, de forma instantánea, entre puntos distintos, por distantes que estén uno de otro; pero también nos dio ciertas limitaciones, como el hecho de que los hombres sólo nos pueden ver y escuchar cuando crean en nosotros, por lo tanto, solamente “existimos” cuando el hombre es niño, pues entonces su mente no ha sido distorsionada por la lógica común, pero ello no nos limita para que podamos seguir ayudándolos durante toda su vida; en ocasiones les hablamos al oído y les aconsejamos de la mejor manera, pero el hombre siempre tendrá la posibilidad de hacer lo que mejor le parezca. Otras veces nos manifestamos como portadores de la suerte, pues le propiciamos el descubrimiento de tesoros o la adquisición del número de la lotería que les hará ganar un premio. Pero también es posible que alguno de esos premios en lugar de llevar felicidad, lleve tristezas, pero eso ya no es por intervención nuestra, sino porque el hombre piensa que la riqueza es sinónimo de felicidad; ya ustedes ven que para nosotros no es así, pues poseemos inmensas riquezas que para nosotros no representan mas que elementos con los que ayudaremos a resolver problemas de los hombres. Cuando el hombre fue expulsado del Paraíso, por su desobediencia, nosotros fuimos enviados para servirles de guías, pues ellos ignoraban cómo era la vida fuera del Paraíso.

Cuando vivían en el Paraíso, no se preocupaban de nada, pues disponían de alimentos que se les daban en forma natural; vivían en un clima ideal y no requerían ropa de abrigo, tenían agua en abundancia, en fin, tenían todo para vivir felices, solamente adorando a Dios. Pero al ser expulsados, llegaron a una tierra que no daba fácilmente lo que requerían para vivir, el clima era algo incomprensible para ellos, pues ahora sentían frío, o calor, o tenían hambre y sed e ignoraban qué eran aquellas sensaciones. Requerían vestidos, pues sentían vergüenza de mostrarse desnudos ante sus semejantes; eran pues, seres indefensos para enfrentarse a la vida. Así, nosotros nos encargamos de orientarlos para que pudiesen sobrevivir y aunque algunos sabían de nuestra existencia, solo fuimos pasando como leyendas de padres a hijos, en ocasiones hasta fuimos utilizados para espantar a los niños, no obstante que ellos sí nos veían y hasta jugábamos con ellos.

Nuestra familia fue creciendo con rapidez, unos grupos se fueron hacia el Norte de Europa y hacia el Oriente, mismos grupos que siglos después pasaron hacia lo que hoy es el Continente Americano; otros nos fuimos hacia la India, dispersándonos hacia los cuatro puntos cardinales. Nuestra familia desciende de una de esas ramas que se fueron hacia el occidente, poblando lo que hoy es el cercano Oriente; así llegamos a las fértiles tierras del Valle del Éufrates, regado por el río de ese mismo nombre y el Tigres, en lo que hoy es Irak. En ese lugar vivimos en un reino de fábula, llamado Babilonia y cuya ciudad principal fue Ur. Posteriormente nuestra familia se fue extendiendo hacia la Península Arábiga y más lejos, hacia el Occidente, hasta el Norte de África, siempre siguiendo al hombre, a quien teníamos la obligación de cuidar y orientar. Llegamos, en ese largo peregrinar, a las costas del Mar Mediterráneo, que, desde luego, en aquellos tiempos no se llamaba así. El grupo en que se hallaba nuestra familia, yendo en pos de un grupo humano, cruzamos el Mediterráneo y desembarcamos en las costas de la península Itálica y poblando todo ese territorio, dando lugar a grandes civilizaciones que extendieron sus conocimientos hacia todo el mundo. Así llegamos al Norte de Italia y cruzamos la enorme cordillera de los Alpes, encontrándonos allí con grupos humanos que, por diferentes rumbos, habían llegado al Norte de Europa y después continuado hacia el Sur; de hecho, nuestra familia desciende de ese grupo.

Pasaron varios siglos y nuestra familia siguió creciendo. Nuestra familia ha sido testigo de hechos que han marcado el destino de gran parte de la humanidad, como el nacimiento del Judaísmo, el Nacimiento de Cristo, su propia muerte y el nacimiento del Cristianismo; cinco siglos después, el nacimiento del Islamismo. El surgimiento de la civilización Griega y, posteriormente, el de la civilización Latina, como heredera y depositaria de los griegos, hasta llegar a la civilización Romana y su difusión por gran parte del territorio Europeo, tan importante fue esta etapa de la historia, que hasta la fecha, a los pueblos que hablamos lenguas que descienden de esa antigua civilización, nos denominan “Latinos”. Varios siglos después y siguiendo a unos comerciantes genoveses, nuestros descendientes llegaron hasta lo que hoy es China, se extendieron hasta una gran cantidad de islas del Pacífico y a bordo de una nave que hacía un viaje hasta América, un buen día desembarcamos en Acapulco. No crean que eran viajes sencillos, para nada, estaban llenos de peligros, pues además de las tormentas propias del océano, en ocasiones se topaba uno con los Piratas, que codiciaban las riquezas que transportaba esa embarcación, la cual iba protegida por varios barcos armados, quienes hacían frente a esos bandidos de los mares.

Nuestra historia en estas tierras, ustedes ya la conocen, pero deben saber que tenemos parientes casi en todo el territorio mexicano, pues a través de la Sierra de Guerrero nos fuimos extendiendo a Oaxaca, Puebla, Estado de México y casi todo el Sureste. En otra ocasión les platicaré a cuantas gentes famosas nos ha tocado cuidar, baste por ahora decirles que nuestra familia ha estado presente en toda la historia de este País, pues algunos parientes nuestros, de los grupos mas antiguos, cruzaron a América por el Estrecho de Bering, participando en la colonización de toda América.

Como he ido comentando, el llegar a estas tierras, ha llevado a nuestra familia miles de años, años en que hemos ido conociendo infinidad de lenguas, desde luego que, a fin de poder hacer nuestro trabajo, hemos sido dotados con la facilidad de entender y hacernos entender en cualquier idioma, así como tener el entendimiento con todos los animales de la creación, todo con el fin de proteger al hombre.

Otra gran obligación que nos ha sido encomendada, es preservar la naturaleza, que es el hábitat natural del ser humano, pues si nos descuidamos, el hombre, en su afán de buscar su comodidad va destruyendo los bosques, contaminando las tierras y las aguas, lo que lleva a la exterminación de grandes grupos de animales. Eso, a la larga, lo llevará a su propia destrucción, por lo que nosotros debemos cuidar que eso no suceda. Así, valiéndonos de seres más inteligentes, les transmitimos las ideas necesarias para que ellos alcen la voz en ese sentido. También nos valemos de los niños y como ellos sí nos ven y nos oyen, por medio de juegos les vamos enseñando la forma y conveniencia de cuidar la naturaleza; ya de grandes les llegan esos recuerdos como ideas propias y se van convirtiendo en científicos o líderes para la preservación del mundo.

Como ustedes ven, tenemos grandes responsabilidades y precisamente, esta noche de Navidad es bueno recordarlo, pues la familia se reúne para adorar al Niño Dios, quien vino al mundo para beneficio de todos los hombres, incluídos los duendes, que esta noche recordamos para qué fuimos creados y damos Gracias a Dios por todas sus bondades.

El abuelo terminó su relato y miró a cada uno de sus descendientes, los mas pequeños se habían quedado dormidos en brazos de sus padres, pero los mayores estaban pensativos, asimilando el contenido de esa historia, que era su propia historia, algún día ellos seríoan los encargados de transmitirla a su descendencia. El abuelo, seguido de su hijo Quintón y de todos los nietos, bisnietos, se levantaron y fueron pasando uno a uno a adorar la figura del Niño del Pesebre, recordando su venida al mundo y agradeciendo a Dios por esta hermosa familia que les había dado. Después, felices y satisfechos se retiraron a sus habitaciones, a dormir y descansar, soñando en mil aventuras que vivían, desde el principio de la Creación, hasta sus actuales obligaciones.




LEXICO

Lapso Paso o transcurso. Tiempo entre dos límites.
Filigrana Cosa delicada y pulida, trabajada con mucho cuidado y habilidad. Obra formada por hilos de oro o plata unidos, formando una especie de encaje
Néctares Jugo azucarado producido por las flores de ciertas plantas.
Tejabán Cubrir de tejas las casas o demás edificios.
Escanciaba Echar o servir la bebida, particularmente la sidra desde cierta altura para que produzca espuma.
Tañían Tocar un instrumento de cuerda o percusión, especialmente las campanas.
Lánguidos Flaco, débil, fatigado. Decaído, pusilánime, sin valor ni energía.
Atuendos Atavío. Conjunto de las prendas con que se viste una persona.
Expectantes Que espera con tensión y curiosidad un acontecimiento.
Lógica Sentido común. Cualidad y método de lo razonable.
Dotados Otorgar la naturaleza a una persona de ciertos dones o capacidades.
Hábitat Lugar que ocupa una especie animal o vegetal.

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