En cierta ocasión, salió Dondín de casa con la finalidad de visitar a uno de tantos amigos que tenía en el bosque; como el viaje era largo, avisó a sus padres que estaría ausente de casa por varios días, por lo que no deberían preocuparse. Los padres de Dondín conocían bien al amigo, pues era un duende de otra familia que había llegado a la región en los tiempos en que lo hicieron ellos mismos.
En esta oportunidad, Dondín se llevó a dos topos, su fiel “Kikú”, que era en el que se montaba y otro llamado “Fisfus” y que iba cargado con los alimentos, ropa de abrigo para el viaje y regalos para su amigo. Entre estos regalos, Dondín había elaborado un hermoso espejo hecho con una bella esmeralda, la cual talló pacientemente durante varios meses. Aunque no era un regalo propiamente para su amigo, sino para la madre de éste.
La primera jornada la realizó Dondín a buen paso, pues el terreno era muy plano y no había grandes accidentes que sortear. A media mañana se detuvo cerca de un arroyo y se preparó un sabroso almuerzo a base de tortillas de harina de garbanzo y vegetales, acompañado por sorbos de refrescante néctar, recogido y preparado por sus hermanas el día anterior.
Después del almuerzo, Dondín se tiró sobre la hierba, a la sombra de un gran hongo de color rojo, que lo cubría como una gran sombrilla; el susurro de las plantas al ser movidas por la brisa, le fue adormeciendo suavemente. El corretear de pequeños animales le arrullaba y fue perdiendo la noción del tiempo.
No supo cuánto tiempo había pasado, pero se encontraba cabalgando sobre “Kikú” y se acercaba a un bosque muy tupido; negros nubarrones se cernían en el horizonte, anunciando una gran tormenta. Dondín sabía que debía llegar al bosque, donde podría encontrar un refugio seguro para que pasase la tormenta, pues si lo sorprendía en las laderas del monte, los torrentes que bajaran de las alturas podrían hacerle mucho daño. Forzando el paso a su montura y arreando al topo de carga, al fin llegaron al principio del bosque; el ulular del viento entre los árboles le ponía la piel como de gallina y se le erizaban los pelos de la nuca. Dondín no era miedoso, pero en esa ocasión si sintió algo de temor, pues nunca había llegado al bosque en condiciones tan adversas.
Antes de que oscureciera completamente, Dondín halló un buen refugio entre las raíces de un gran pino, descargó al topo y quitó la montura a “Kikú” y entre ambos pronto tuvieron una buena cueva donde refugiarse. La tormenta azotó con fuerza y el viento en ráfagas violentas hacía que se estremecieran los árboles, las ramas golpeaban y sacudían con energía descomunal, arrojando hojas y débiles ramas, que volaban como impulsadas por brazos de gigantes. Fuertes corrientes de agua pasaban a los lados del gran pino y Dondín y sus animalitos temblaban de frío y temor. La tormenta duró gran parte de la noche, impidiendo que el duende pudiera conciliar el sueño, no así sus topos, quienes mas conocedores de la naturaleza, durmieron plácidamente, como si estuviesen en la tibieza de su establo.
Por fin la tormenta fue amainando, el viento perdió fuerza y se convirtió en una suave brisa, pero el agua contenida entre las ramas de los árboles seguía cayendo; la tormenta se convirtió en llovizna y a poco se calmó. Los torrentes que bajaban se fueron haciendo mas débiles y al fin cesaron. Dondín entonces pudo pegar los ojos y recargado en su fiel “Kikú” durmió tranquilo, aunque unas pocas horas, pues aunque el bosque era muy denso, unos pocos rayos de sol anunciaban el nuevo día. Una espesa niebla empezó a descender entre los árboles hasta llegar al piso, Dondín sintió que el corazón se le oprimía, pues creía ver sombras amenazantes a través de la niebla. Quejidos, risas y llantos parecían salir de entre los árboles: “Debe ser el viento”, pensaba Dondín, quien temeroso miraba en todas direcciones, esperando encontrar el origen de tales y aterradores ruidos. Los topos, usualmente tan alegres, caminaban temerosos, sin saber a qué podrían enfrentar.
De pronto, una gran rama golpeó a Dondín, haciéndolo caer de su montura; la rama se mecía amenazadora cerca de su rostro, al volverse, el duende vio que el tronco del árbol tenía las facciones de una vieja horrenda, quien le miraba y reía con su abierta y desdentada boca.
¡Qué haces aquí!, pequeño y asqueroso renacuajo, le gritó a Dondín, quien se arrastraba sin dejar de mirar el espantoso árbol.
No…no… no soy un renacuajo, respondió el duende, soy Dondín, el duende y voy a visitar a mi amigo Rosino, que vive pasando el bosque.
¡Sé bien quien eres, sabandija!, volvió a gritar el árbol, pero este bosque es nuestro y no puede pasar cualquiera que se lo proponga.
¡Cierto….cierto…!, gritaron otros árboles que se distinguían através de la niebla. No te dejaremos pasar.
Ya mas repuesto de la impresión, Dondín se levantó y calmó a sus topos, tomándolos por las riendas para conducirlos. ¿Por qué no me dejarán pasar?, preguntó el duende, nosotros somos criaturas del bosque y tenemos tanto derecho a pasar por él como cualquier animal.
Dondín trató de alejarse de la vieja, pero otro árbol estuvo a punto de derribarlo con una rama, a la vez que le gritaba: ¿Pero es que no entiendes?, este bosque es nuestro y no deseamos que pases por aquí. Tú dices que eres una criatura del bosque, pero nosotros somos el bosque, sin nosotros no habría bosque. ¿Te das cuenta, insignificante insecto?
Otros árboles, rijosos, le lanzaban bellotas, tratando de que retrocediera, teniendo Dondín que estar muy alerta para no ser golpeado. De pronto, un viejo roble empezó a sacar sus raíces de la tierra, caminando amenazador hacia nuestro amigo, blandiendo sus ramas como pesados mazos, con la intención de despedazar a Dondín; las pequeñas plantas morían aplastadas bajo las pesadas raíces que caminaban, arrastrando infinidad de raicillas que pendían de sus mayores. Con ojos desorbitados por la rabia y la boca babeante, el viejo roble alcanzó al duende, abrazándolo con fuerza y llevándoselo hacia su espantosa boca, como para tragarlo. Dondín sintió el cálido y repelente aliento del roble y emitiendo un sonoro grito……. ¡despertó!
El aliento de “Kikús” le llegaba a la cara y dándose cuenta de lo que había ocurrido, se sonrió, secando el sudor que bajaba por sus mejillas.
Creo que no debí dormirme, pensó el duende, mucho menos después de haber comido tanto, pero menos mal que fue solo un sueño. Ahora debemos apurarnos, pues no deseo cruzar el bosque al anochecer.
Cargando nuevamente sus topos, se alejó del arroyo que discurría jubiloso entre rocas y plantas. El sol brillaba radiante y ninguna nube de tormenta se miraba en el horizonte.
Un joven zorrillo les acompañó durante un trecho jugueteando con Dondín. La vida del bosque discurría sonriente y el joven duende disfrutaba del paseo. Llegaría a buena hora a casa de su amigo.
LÉXICO
Ulular Dar aullidos o alaridos. Producir un ruido parecido al viento.
Erizaban Levantar, poner rígida y tiesa una cosa.
Adversas Contraria, enemigo, desfavorable.
Descomunal Extraordinario, enorme.
Amainando Perder su fuerza el viento, la lluvia, etc.
Renacuajo Larva de la rana, por ext., cualquier anfibio que tiene cola, carece de patas y respira por branquias.
Sabandija Cualquier reptil o insecto muy molesto. Persona despreciable y ruin.
Rijosos Propenso a riñas y pendencias.
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