domingo, 21 de diciembre de 2008

Dondín prisionero del ogro

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En el bosque donde vive Dondín, en la montaña de Guerrero, habían tenido una temporada de lluvias particularmente intensa, al grado que los duendes no habían podido salir a trabajar. Bueno, es un decir, no habían podido ir a las minas, pero en cambio habían podido hacer muchas labores comunitarias.

Como la colonia estaba construída a varios metros bajo la superficie, las lluvias no entorpecían el trabajo en el pueblo. Entre otras labores pendientes, tenían el de arreglar una filtración de agua, que la raíz del pino que los cubría estaba propiciando; cuando llovía se formaba una corriente importante y cuando cesaba la lluvia, quedaba un manso escurrimiento durante varios días. Durante la temporada de estiaje le fueron dando largas a esta reparación, pero una vez en la época de lluvias, se hacía imperioso hacer tal arreglo. La obra consistía en conducir el agua, mediante un canal de piedra, hasta una zona arenosa donde se filtraba el agua, formando una alberca temporal, donde los jóvenes jugaban y retozaban.
Hábiles constructores, los duendes habían hecho acopio de piedra y arena y solamente les faltaba llevar la cal para hacer una buena argamasa para construír el canal. Siendo expertos mineros, tenían bien ubicado un banco de piedra caliza y en una gran caverna destinada para tal fin, fueron quemando las piedras calizas a fin de obtener la cal requerida; una vez calientes las piedras, las enfriaban con agua, quedando convertidas en polvo.
En tanto los mayores trabajaban en las obras del pueblo, Dondín pidió permiso para ir al bosque a buscar fresas silvestres para las conservas de su madre. Acompañado de su hermano menor Dondín XIX, a quien de cariño llamaban “Colorín” por el color rojo de su cabello, salió Dondín muy de mañana, pero ya con el sol calentando la montaña.

Ambos duendes se dirigieron al estanque cercano a su casa, mismo que tendrían que rodear para llegar a la zona del bosque en que podrían encontrar los frutos deseados. El camino los llevaba a través de un extenso campo de tréboles, los cuales estaban húmedos por la lluvia de la noche y el rocío de la mañana.
En medio del prado, los hermanos se encontraron con una familia de conejos, muy entretenidos en comer tréboles. Al ver llegar a los duendes, el conejo padre se adelantó a saludarlos:
-Hola Dondín, hola Colorín, ¿qué hacen tan temprano en estos lugares?
-Vamos de paso al estanque, Totó, que este era el nombre del conejo, vamos en busca de fresas silvestres, pues pasando el lago he visto unas matas muy cargadas de fruto.
-Pues ojala encuentres algunas, Dondín, respondió el conejo, pues anoche estaban muy activos los murciélagos y ya sabes cómo les gustan esos frutos.
Los duendes se despidieron de la familia de conejos, entretenida como estaba en mordisquear los tiernos tallos de los tréboles.

Mas adelante unas mariposas de vivos colores revoloteaban sobre un macizo de flores, cumpliendo con su función polinizadora.
Finalmente llegaron a la orilla del estanque, Colorín se quitó los zapatos y se metió al agua entre los juncos, que ondeaban perezosos con el viento. La caminata les había hecho entrar en calor y a esa hora de la mañana el sol ya calentaba bastante, así es que Dondín, siguiendo el ejemplo del hermano menor, también se quitó los zapatos para refrescar los píes en el fresco remanso.
La vida en el estanque estaba en plenitud, los peces jugaban entre las rocas y raíces, mariposas multicolores revoloteaban entre las plantas. Las libélulas volaban a ras del agua y las ranas croaban y acechaban a sus presas a fin de alimentarse. Con su larga y pegajosa lengua, una rana atrapó a una libélula que se atrevió a volar muy cerca de ella y en menos que se dice “cuas”, se la comió. Algunos animales pequeños se acercaban cautelosos a la orilla del lago a fin de beber el preciado líquido, haciendo huir a otros seres menores que podrían servirles de almuerzo.
Estaban los duendes entretenidos mirando la naturaleza y no se dieron cuenta que una enorme sombra negra empezaba a cubrirlos: de pronto una manaza enorme atrapó a ambos hermanos, sin darles tiempo de hacer algo para evitarlo.
Dondín miró con ojos de espanto a su captor, entre tanto, presas del pánico, volaban las aves entre fuertes graznidos y giros desordenados; los animales del bosque corrieron a ocultarse entre la maleza y los peces se hundieron a las profundidades del estanque.
Una horrenda carcajada se escuchó y el gigante habló: Ja…ja…ja… al fin tengo en mi poder a este para de enanos, serán un postre delicioso… ja…ja…ja…
Entonces se dio cuenta Dondín que habían sido atrapados por el ogro del bosque. Colorín lloraba asustado y Dondín, haciendo acopio de valentía, trataba de infundirle valor a su joven hermano.
El ogro era un personaje que Dondín creía producto de la imaginación, pues siempre aparecía en las historias que se contaban a los niños. Sus padres nunca les comentaron que fuera real. El ogro era muy grande y greñuda y barba hirsuta de pelos blancos. Sus ojos eran de un azul obscuro y se cubría el cuerpo con ramas y hojas, por lo que en el bosque podía pasar desapercibido.
Por los relatos escuchados, Dondín se dio cuenta que en posesión del ogro no tenían poderes mágicos, cuando menos era lo que les relataban en los cuentos; el duende pensó en poner a prueba eso y tomando de la mano a su hermano dijo: “escapuaf”, que era la palabra para ponerse a salvo en caso de peligro, pero para su desconsuelo no pasó nada. Era verdad lo que les habían relatado, pensó con tristeza que sólo la suerte los podría salvar, pues sus padres ignoraban la suerte que estaban corriendo.
A grandes zancadas el ogro cruzó el estanque, cuyas aguas apenas le llegaban a las rodillas; a su paso, las ramas de los árboles se quebraban como tiernas yerbitas a su paso.
Subiendo a grandes trancos la montaña, el ogro y sus prisioneros llegaron a lo que parecía ser una cueva de osos; puesto casi de rodillas por su gran tamaño, el ogro pasó al interior de la cueva. El olor a suciedad era penetrante y la obscuridad les impedía ver lo que les rodeaba; de pronto se escuchó un chasquido y una tea se encendió, iluminando levemente la cueva; el ogro buscó una hendidura en la roca y en ella colocó a los espantados hermanos, la grieta apenas era lo bastante grande para que cupieran los duendes y se hallaba a gran altura, lo que les daba vértigo.

El ogro se dirigió al fondo de la cueva, donde, colgado de un gancho, se encontraba el cadáver despellejado de un cabrito; el monstruo lo descolgó y atravesado por una vara gruesa lo colocó en la hoguera que previamente había encendido. Un desagradable olor a carne quemada se fue extendiendo por la cueva. Dondín y Colorín estaban aterrorizados, pues no encontraban la manera de escapar de tan peligroso trance.
El gigante acercó su horrible cara a los duendes, los observó con cuidado y les dijo: -Hace mucho tiempo que no tenía la oportunidad de comer duende, pero este par de chiquillos descuidados van a quedar deliciosos cuando los coma en una dulce salsa de fresas y moras…. Ummmm, se me hace agua la boca solo de imaginarlo.
El ogro volvió a su hoguera, a mover el cabrito que se asaba, así que no vio que un murciélago se desprendió del fondo de la cueva y se fue a colocar muy cerca de los duendes.
-Dondín….. Dondín, susurró el murciélago, ¿no me reconoces?, soy Murcín, tú estuviste en mi casa hace algún tiempo, ¿lo recuerdas?

-Sí Murcín, claro que me acuerdo, pero, ¿qué haces aquí?
-Esta cueva es uno de nuestros refugios para cuando andamos lejos de casa; cuando va a amanecer y el alimento está lejos de nuestro nido, pernoctamos en varios sitios, éste es uno de ellos, pero cuéntame, ¿cómo has llegado aquí?
-El ogro nos atrapó, repuso Dondín señalando al gigante, nos quiere comer como postre y en tanto seamos sus prisioneros, no podemos usar nuestra magia.
-Ya veo, repuso Murcín, quédense tranquilos, en cuanto obscurezca vendré con mis hermanos y los sacaremos de aquí. El murciélago remontó el vuelo y a velocidad vertiginosa se perdió en la obscuridad del fondo de la cueva.
-¡Ajajá!..., gritó el gigante, presiento que quieren escapar, pequeñas sabandijas, no les va a ser tan fácil, ya lo verán.
Tomando a los asustados duendes, el ogro los llevó a una hendidura, cerca de la hoguera en que preparaba su comida. El calor que desprendía la lumbre y el hedor de la carne quemada, eran insoportables y Dondín veía que era casi imposible que sus amigos murciélagos pudieran volar tan cerca de la hoguera, además que el ogro los estaría cuidando desde muy cerca.
Entre tanto, los murciélagos buscaban la manera de ayudar a escapar a sus amigos, unos opinaban que había que bajarlos volando, en tanto que otros decían que los duendes eran muy pesados para cargarlos, además de que no había suficiente espacio para posarse.

Pero alguien mas se había dado cuenta del rapto de los duendes: Totó, el conejo que estaba con su familia en el prado de los tréboles. Mientras los duendes estaban refrescándose en el estanque, la familia de conejos se encaminó al mismo sitio, a fin de mitigar la sed después del almuerzo, pero antes de llegar, sus sentidos los alertaron, alcanzaron a ver al ogro que llegaba con los duendes y cómo los apresaba.
Consciente del peligro que corrían los hermanos, Totó mandó a su familia a su madriguera y él se dirigió a la casa de Dondín, con el fin de avisar a los padres de los duendes.
Al tener noticias de lo acontecido, Quintón, el padre de Dondín, reunió a todos sus hijos y les contó lo ocurrido; de inmediato reunieron herramientas y cuerdas y montados en sus topos salieron rumbo a la montaña a rescatar a los hermanos.
Guiados por Totó, el conejo, los duendes llegaron al estanque, al sitio en que Dondín y Colorín habían sido capturados por el ogro; como el gigante se había metido al agua para cruzar el estanque, no había huellas visibles del rumbo que había tomado, pero una mariposa que revoloteaba en el estanque les señaló el camino que el ogro había tomado.

Ya con esta información, de inmediato se pusieron en marcha a fin de encontrar un sitio por donde cruzar el estanque; caminaron cuesta arriba y hallaron el arroyo que alimenta el estanque, crecido en esos momentos por la lluvia nocturna. Siguieron subiendo para encontrar un sitio donde vadear la corriente. Finalmente pudieron cruzar el arroyo y se dirigieron a la brecha que había abierto el ogro al caminar entre el bosque. Llegó el grupo expedicionario al pie de la montaña, pero el bosque había terminado y solamente había rocas, por lo que no se veía huella alguna. Un camaleón que se encontraba tomando el sol, al ser requerido por Dondín I, les señaló la entrada de la cueva en que había penetrado el gigante.
Mientras esto ocurría, dentro de la cueva los hermanos veían como el ogro devoraba el cabrito que había asado, mirando con horror cómo trituraba los huesos del animalito y pensando en su propio fin, que tan cercano veían.
Después de comer, el gigantón se sintió adormilado, pero como si presintiera algo, se levantó a mirar a sus prisioneros. Una vez satisfecho de que los duendes estaban seguros, el ogro se tendió a dormir al lado de la fogata, una gran piedra y la zalea del cabrito devorado, le servía de almohada.
Ya al caer la tarde, Quintón y sus hijos llegaron a la entrada de la cueva, de inmediato se organizaron en dos grupos, uno comandado por el propio Quintón y el otro por el hijo mayor, Dondín I; éste avanzaría por el lado derecho y Quintón y su tropa por el lado izquierdo, esto lo hacían para, en caso de toparse con el ogro, no presentar un solo frente de ataque y poder distraerlo en tanto se buscaba a los prisioneros.
Como dentro de la cueva estaba muy obscuro, los duendes dependerían de sus topos para ser guiados; además los murciélagos ya se habían dado cuenta de la llegada de los duendes y pronto se pusieron de acuerdo con ellos para ayudar en el rescate. Estos mismos animalitos les señalaron el sitio exacto en que estaban los cautivos, por lo que ya les sería mas fácil intentar el rescate.
Dentro de la cueva el hedor era insoportable, haciendo grandes esfuerzos para contener las nauseas, los duendes iban avanzando, topando con grandes dificultades, pues los accidentes del terreno eran mayores que su tamaño, lo que les hacía mas difícil la marcha.
Entre tanto, los murciélagos llevaron a los cautivos la buena noticia de la llegada de su familia para rescatarlos, lo que los animó de inmediato. Junto con la noticia, los murciélagos llevaron cuerdas y clavos que los chicos deberían sujetar entre las grietas de la roca, para poder descender por las cuerdas. Una vez todos dispuestos, topos, duendes y murciélagos se quedaron quietos, sin hacer ruido, hasta estar seguros de que el ogro estuviera profundamente dormido.

Fuertes ronquidos como de osos en plena batalla, indicaron a los expedicionarios que era el momento oportuno para intentar el rescate. De inmediato los murciélagos avisaron a Dondín que procedieran a colocar los clavos y cuerda y que empezaran a bajar. Ya con los clavos firmemente sujetos, los duendes prisioneros ataron las cuerdas e iniciaron el descenso, procurando no ir a desprender alguna piedra que pudiera despertar al ogro. Poco a poco fueron bajando, en tanto las dos columnas de rescate llegaban hasta ellos. Parte de la expedición se quedó atrás, a fin de allanar el camino de regreso.
Una vez alcanzado el piso, Dondín y Colorín sed reunieron con su padre y hermanos y empezaron el camino de regreso, cuidando mucho de no despertar al gigante; tal vez picado por una pulga, el ogro se enderezó, emitiendo un horrible rugido, los duendes se dispersaron y al darse cuenta el ogro que se escapaba su postre, se puso de rodillas y manoteaba en todas direcciones, tratando de atrapar a alguno de los duendes que corrían de un lado a otro. A fin de ayudar, los murciélagos se pusieron a revolotear y a armar bulla delante del ogro, quien inútilmente trataba de espantarlos como si fuesen moscas. Aprovechan el alboroto, los duendes salieron de la cueva montados en sus topos, una vez reunidos todos en torno a Quintón, éste pronunció las palabras mágicas: ¡zacapuaf! Y de inmediato el grupo expedicionario apareció a las afueras de su casa, donde ya vecinos, madre y hermanas, los esperaban. Las muestras de felicidad fueron muchas, la madre y sus hermanas los abrazaban y felicitaban; pronto los vecinos se organizaron y poniendo mesas y sillas en las calles de la colonia, fueron sacando viandas y bebidas, las señoras horneaban pan es y pasteles y la música y los cantos pronto llenaron de alegría la colonia. La fiesta fue grande, toda la colonia participó y se bailó, cantó y comió hasta altas horas de la noche. La aventura había terminado bien.



LÉXICO
estiaje Nivel mas bajo que en ciertas épocas del año tienen las aguas de un río, laguna, etc. Por causa de la sequía.
argamasa Mezcla de cal, arena y agua que sirve para pegar piedras o ladrillos.
Caliza Roca muy abundante en la naturaleza, utilizada para la construcción.
Plenitud Mejor momento de algo.
Captor El que captura.
Graznidos Voz propia de algunas aves. Canto o grito disonante molesto al oído.
Acopio Reunión en cantidad de alguna cosa.
Infundirle Despertar un sentimiento en alguien.
Hirsuta Pelo áspero, duro y disperso.
Trancos Pasos largos
Hendidura Grieta mas o menos profunda en una superficie.
Pernoctamos Pasar la noche en cierto lugar, especialmente si es fuera del propio dormitorio.
Hedor Olor fuerte, penetrante y desagradable que proviene de la descomposición de materia orgánica.
Vadear Atravesar un río por un vado o sitio donde se pueda pasar a pie. Sortear una dificultad.
Zalea Cuero de oveja o ternero curtido de manera que se conserve la lana, sirve para preservar de la humedad y el frío.
Allanar Vencer, superar o hacer mas fácil una dificultad. Poner plana o allanar una superficie.
Bulla Griterío o ruido de gente.

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