domingo, 2 de noviembre de 2008

Dondín y el encuentro

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Dondín salió muy temprano de casa, tenía la intención de ir en busca de fresas silvestres para que su madre les hiciera un rico pastel; hacía pocos días que, montado en su topo favorito, había llegado a un agradable páramo donde halló grandes matas de fresas silvestres, en ese momento aún estaban verdes, pero suponía que ahora ya estarían maduras. Montado en su topo “Quiscus” avanzaba a buen trote, llevaba dos grandes canastos que pensaba llenar de dulces fresas y volver a casa a tiempo para la cena. Era temprano aún, pues el sol apenas empezaba a subir la cuesta de la montaña, el viento fresco de la mañana acariciaba el rostro del duende y su sombrero verde de largo capirote terminado en sonoro cascabel.

De pronto el topo se detuvo asustado y algo le cayó en la cabeza a Dondín, haciéndolo caer estrepitosamente de su montura; atontado por el golpe, el duende se incorporó, encontrándose de frente con un ser muy singular: Su ropa era de color rojo, al igual que su cabello, pero su piel era de un rosado encendido, una gran capa color granate le cubría el cuerpo y su cabeza estaba tocada con un gran sombrero de ala ancha, sus zapatos eran de suave gamuza, pero del mismo color que su vestimenta. La estatura del extraño ser era similar a la de Dondín, pero sus ojos, orejas y nariz, eran muy grandes, particularmente los ojos llamaron la atención de Dondín, pues eran intensamente azules, grandes y saltones, como grandes canicas pegadas al rostro de un muñeco.

Ambos personajes se miraban sorprendidos, finalmente Dondín preguntó: Hola, ¿Quién eres?, ¿de dónde has salido?

El recién llegado, también medio atontado por el golpe respondió: -Ho…ho…hola, dijo tartamudeando, mi nombre es Hartez IV y no sé por qué estoy en este lugar que me es desconocido; yo debería estar en Splügen, en Suiza, cerca de la frontera con Italia, me encontraba algo retirado de casa y con mi varita mágica hice el conjuro para realizar el viaje mágico a mi casa, pero algo debo haber pronunciado mal, pues me trajo hasta este lugar que me es desconocido.

Ya mas tranquilo, Dondín le respondió: Te encuentras en México, en la sierra de Guerrero y yo soy Dondín XVIII, he oído hablar de nuestros primos los colorados, pero no creí tener la oportunidad de conocer a alguno.

Ya con mas confianza, Hartez IV se levantó y, sacudiéndose el polvo, recogió una varita mágica que brillaba como si tuviera luz, mirando a Dondín respondió: Si, debes ser mi primo, pero no me explico como llegué aquí, algo no comprendí en mi clase de viajes mágicos y si no encuentro la palabra correcta no podré volver a casa.

Tranquilo Hartez, le tranquilizó Dondín, aunque yo no podré ayudarte, mis padres sí lo harán, pues ellos conocen todos los secretos de la magia, aunque no siempre los utilizan. Pero qué interesante se me hace, nosotros no tenemos varitas mágicas, solamente pronunciamos ciertas palabras y listo, nuestro deseo está hecho, pero como estamos dedicados a ayudar a los humanos, nos tienen muy limitados en el uso de la magia, no obstante, en nuestras escuelas y nuestros padres, nos enseñan el uso de la magia, solamente que no nos hablan de las varas mágicas, solamente las conocemos como elementos que se usan en otros pueblos de duendes y gnomos. En casa sí podemos hacer uso de la magia, por ejemplo, para arreglar nuestra habitación o ayudar a nuestros padres en diferentes tareas. Fuera de casa, en nuestra vida diaria, no podemos utilizarla, a menos que sea para salvar una vida, nuestra, de otro duende o de un humano, aunque con estos últimos, posteriormente debemos hacer un encantamiento de olvido, para que quede en su subconsciente la presencia de los duendes y su magia.

Nuestro trabajo diario lo realizamos a mano y nuestros viajes, ya tú lo has experimentado, los hacemos terrestres, caminando o montados en los topos.

Vaya, respondió Hartez, que vida tan aburrida llevas, trabajar, caminar, y, el colmo, ¡ayudar a los humanos!, y eso para qué; nuestra vida debe estar encaminada a la diversión, a la holganza. Yo sí que me divierto, como en este momento, si no hubiese sido por la varita mágica, nunca hubiera venido aquí, en cambio tú, nunca vas a poder conocer mi país. Tan divertido que es hacer maldades a los humanos….. Recuerdo una situación muy divertida, pues un señor que cargaba unos bultos, llevando a un niño de la mano, solamente lo vi, lo señalé con mi varita y dije: ¡patacaz!, el hombre levantó los pies y cayó como regla, sus paquetes volaron en todas direcciones y el niño reía a carcajadas, pensando que el hombre lo hacía para divertirlo.

Dondín lo miraba con gesto reprobatorio, negando con la cabeza.

Mira, continuó Hartez, te voy a hacer una varita mágica, verás qué divertido es, pero debo advertirte, que su magia es temporal, pues solamente nuestros maestros o nuestros padres, pueden hacer el encantamiento para hacerla permanente. Vamos a buscar la varita, debe ser de un sauz que esté a la orilla de un río o laguna, de un árbol que tenga mas de doscientos años y debemos cortar la varita cuando haya luna llena. No sé cuando la habrá en estos parajes, pero tú sí debes saberlo…

Efectivamente, repuso Dondín, la luna llena la tendremos dentro de dos días, pero tendrías que quedarte en casa y no sé si tus padres te lo permitirán.

Por eso ni te preocupes, Dondín, ellos nunca saben en donde estoy, pues están muy divertidos haciendo travesuras por todo el país.

Sin acabar de entender esa situación, Dondín aceptó, interesado como estaba en la posible experiencia con la varita mágica. Cerca de aquí, dijo Dondín, hay un arroyo que baja de la montaña y existe un remanso donde crecen muchos árboles, yo creo que podremos encontrar lo que necesitamos.

Qué tan lejos está, preguntó Hartez, pues yo no soy muy bueno para caminar.

No muy lejos, contestó Dondín, tal vez una hora caminando, pero si los dos nos montamos en mi topo, llegaremos mas pronto.

Bien, convino Hartez, vamos a viajar como tú lo haces, es una experiencia que no he vivido. ¡Vamos pues!, pongámonos en camino. Los jóvenes duendes subían y bajaban cuestas y pendientes. Ya para cuando el sol estaba muy alto, miraron un pequeño valle, donde la corriente formaba un agradable remanso y robustos árboles acariciaban las frescas aguas con su ramas colgantes, las garzas, con sus largas patas removían el fondo, en tanto sus grandes picos elegían los mas sabrosos manjares de la laguna; los patos nadan plácidamente y, de vez en cuando, un pececillo asomaba a la superficie. Los viajeros llegaron a la orilla y se apearon de su montura; en tanto el topo se acercaba a la orilla a calmar su sed, Hartez se dejó caer en la hierba, cansado y dolorido por el viaje, pues era la primera vez que lo hacía montado en un topo.

Pues definitivamente, habló Hartez, tu forma de viajar me parece muy lenta y cansada, muy anticuada, yo prefiero hacerlo mediante la magia.

En parte tienes razón, aceptó Dondín, pero tenemos que hacerlo de esta manera para que podamos entender las razones de los hombre y, de esta forma, poderles ayudar de modo mas eficiente; además de que tenemos la oportunidad de conocer a detalle todo nuestro país, aprendemos a identificar las plantas de la región, pues estas nos sirven de remedios para nuestros males y también las utilizamos cuando tenemos que prestar auxilio a algún humano herido que encontremos.

En esa plática estaban cuando, en la orilla opuesta, un enorme oso negro hizo su aparición, quien buscaba afanoso al poseedor de ese olor que había detectado en el viento; mirando en todas direcciones, el oso se irguió sobre sus patas traseras, su imagen era formidable y Hartez estaba a punto de utilizar su varita mágica, cuando Dondín lo detuvo diciendo: ¡No, Hartez!, no le hagas daño, tenemos la obligación de respetar a todos los animales, pues todos son parte de nuestro propio mundo y, entre nuestras obligaciones, tenemos la de cuidar el medio ambiente en que vivimos. Los duendes observaban la escena escondidos entre las pencas de un pequeño maguey. Ya mas tranquilo al no detectar extraños, el oso se acercó al aguaje a beber, después de hacerlo, se quedó muy quieto, observando el fondo del estanque y de pronto, con una rapidez asombrosa, dio un zarpazo y se llevó al hocico una gorda trucha; de unos cuantos mordiscos la devoró y volvió a quedarse quieto, observando la vida del estanque, hasta que nuevamente atrapó otra trucha, misma que comió con placer; dos o tres veces mas repitió la operación y cuando se sintió satisfecho, con lentitud se volvió a internar en el bosque.

Los amigos salieron de su escondite, Hartez no muy convencido de por qué no pudo deshacerse del oso, el duende se rascaba dubitativo la cabeza, tratando de entender esa tonta manera de perderse una buena diversión. Los duendes también sintieron el llamado de sus estómagos y se dispusieron a preparar el almuerzo; después de discutirlo con Dondín, Hartez agitó su varita y pronunció las palabras mágicas: “Hartasum”, de inmediato apareció una rica merienda sobre un blanco mantel de lino, una canasta con apetecibles pasteles y jugos y néctares de colores incitantes. Los dos jóvenes de inmediato se dieron a la tarea de acabar con la merienda y poco después ambos reposaban echados en la hierba. Hartez, casi sin moverse, empezó a observar los árboles de los alrededores, cuando estuvo satisfecho indicó a Dondín cual era el árbol elegido y poco mas tarde los dos duendes se acercaron a verlo de cerca, en busca de la rama adecuada para hacer la varita mágica de Dondín.

Satisfechos de lo encontrado, los dos amigos se dirigieron al campo de fresas silvestres a fin de cumplir con el encargo de Dondín; ya llenos los canastos, los duendes montaron en el topo, quien caminaba lento, pues resentía el peso de las fresas y los dos duendes, de forma que el viaje a casa de Dondín fue mas lento de lo normal, ya casi por caer la tarde, los jóvenes llegaron al viejo roble y Dondín invitó a para a su primo. Lo presentó a sus padres y hermanos y todos rodearon al recién llegado para que les contara cosas de su país.

La cena transcurrió entre risas y cuentos, canciones y música que les alegró la noche. Al día siguiente, muy de mañana, los jóvenes salieron con el pretexto de conocer los alrededores, la madre de Dondín les preparó unas viandas para el camino y la pareja salió montando sendos topos, quienes, ligeros, pronto los llevaron hasta la laguna, donde se encontraba el árbol que proporcionaría la vara para el encantamiento. Como tenían qué esperar hasta que apareciese la luna, los duendes se dedicaron a explorar el lugar y ambos se contaron historias de sus respectivos países.

La luna apreció al inicio de la noche y Hartez se subió a cortar la vara seleccionada; una ves limpia de hojas y tallos, el duende visitante la colocó sobre una roca y mirando a la luna dijo, señalando la vara con su propia varita mágica: ¡Magihacemus!, de inmediato la vara se puso brillante como la propia luna y se puso recta y rígida, lista para ser usada.

Hartez la tomó y dándosela a Dondín le dijo: Primo Dondín, ahora eres dueño de esta varita mágica, la podrás usar durante 24 horas, con ella puedes hacer el bien o el mal, de lo que hagas tú serás el único responsable; úsala con prudencia y disfrútala.

Emocionado, Dondín tomó la varita y la observó con cuidado y reverencia, como si tuviera vida propia. ¡Wau, Hartez!, esto es grandioso. Gracias, muchas gracias, es un sueño hecho realidad…… ¿Qué hacemos?, me siento tan atolondrado por la emoción que no se me ocurre nada. ¡ya sé!, exclamó emocionado Dondín, hace tiempo conocí a un genio que se transporta en una hoja voladora, voy a hacer una para transportarnos, ¿te parece bien Hartez?

Me parece estupendo, Dondín, pues ya me cansé de andar montado en el topo, dijo lo anterior en tanto se sobaba el trasero, pues realmente no estaba acostumbrado a viajar a lomos de ningún animal.

Llevando las palabras a la acción, Dondín halló una hoja bastante grande, de inmediato la cortó y señalando la hoja con su varita dijo: “Volandum”; de inmediato la hoja se separó del suelo y permaneció flotando junto a Dondín, ambos duendes subieron a la hoja y se sentaron cómodamente. Dondín trató de impulsar la hoja con un movimiento de su cuerpo, pero la hoja permaneció inmóvil…. El duende le daba órdenes como hacía con el topo: ¡vamos, arre!... pero la hoja no avanzaba. Hartez lo observaba divertido, hasta que, cansado de esperar, le dijo:

Usa la varita, Dondín y mentalmente piensa lo que deseas que haga, pero siempre la orden se da con la varita.

Así lo hizo Dondín y la hoja empezó a avanzar, bordeando el lago, lentamente, sin separarse mucho del suelo, hasta que el duende se sintió con mas confianza, entonces pensó: “vamos mas aprisa” y la hoja respondió al ser señalada con la varita. “mas alto, ahora! Y se encontraron volando sobre las copas de los árboles. Cuando ya se siente seguro, ordena a las fresas silvestres que llenen los canastos y a éstos que se carguen en el topo; acto seguido ordena al animalito que regrese a casa, en tanto ambos duendes ríen gustosos por al experiencia voladora. Cuando empieza la tarde, los amigos se despiden, pues Hartez deberá regresar a su casa, utilizando los conjuros que los padres de Dondín le enseñaron, el duende dice “Regresum” en tanto piensa en su hogar y de inmediato desaparece. Dondín, un tanto triste por la partida de su primo y amigo, entra a casa y cuenta su aventura a sus padres, quienes escuchan divertidos lo que el joven duende les cuenta. Finalmente todos se sienta a la mesa y saborean los ricos pasteles de fresa que su madre y hermanas les han preparado. Un día mas en la vida de Dondín ha llegado a su




LEXICO

Capirote Gorra en forma de cucurucho cubierto de tela.
Remanso Lugar En que se suspende o se detiene una corriente.
Dubitativo Que implica o manifiesta duda.
Sendos Uno o una para cada cual de dos o mas personas o cosas.
Atolondrado Que procede sin reflexión, atontado.

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