jueves, 16 de octubre de 2008

Dondín en el río escondido

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Una tarde de verano en que el calor era particularmente intenso, Dondín XVIII y sus hermanos, XVI y XVII, regresaban a su casa después de haber ido a recolectar nueces, los nogales, árboles de clima mas frío, se hallaban en la parte alta de la montaña- por lo que les había llevado toda la mañana subir al monte y bajar con sus cargas; en esta ocasión no podían hacer uso de sus artes mágicas, pues para sus trabajos personales no se les tenía permitido, tenían que esforzarse como cualquier ser humano.

Cansados, sudorosos y hambrientos, los tres duendes decidieron descansar en la rivera de un arroyo que bajaba, cantarín, de los altos manantiales de la montaña; ahí descansarían y repondrían sus fuerzas comiendo las viandas que su madre les había preparado por la mañana.

El calor y el cansancio les motivaron para darse un refrescante chapuzón en el río, así que, ni tardos ni perezosos, los duendes se quitaron sus ropas y, decididos, se lanzaron a las frescas y claras aguas. Los guijarros y pececillos se veían con toda claridad y los duendes nadaban perezosos; los juncos y lirios les hacían cosquillas en sus desnudos cuerpos y las ramas de un sauce llorón les brindaban una relajante sombra. De pronto, un gran salmón que venía de aguas abajo, al ver a los duendes, juguetón les empezó a lanzar chorros de agua, los jóvenes le siguieron la broma, persiguiendo al travieso salmón, que nadaba veloz y se escondía entre las plantas y las piedras.

Cansados de jugar, los duendes se acercaron a la orilla y le hablaron al salmón:

Ya Salmón, ya nos cansamos, pues no podemos igualarte en el agua, pues ese es tu elemento, mejor ven para que platiquemos un poco.

El salmón salió a la superficie y se dirigió hacia ellos hablándoles:

Qué tal, amigos, me llamo Salmito y me ha dado gusto encontrarlos, pues como viajo solo, en ocasiones me es muy aburrido el viaje.

Qué bueno que nos encontraste, Salmito, -respondió el mayor de los duendes- yo soy Dondín XVI y estos mis hermanos, Dondín XVII y Dondín XVIII, pero dime, ¿A dónde te diriges nadando contra la corriente?

Tengo que llegar a las zonas de reproducción que se encuentra en las partes altas del río y nado contra la corriente porque…., no lo sé…., -dijo titubeante- pero así tiene qué ser, pues así lo hicieron mis padres y los papás de mis padres y los papás de los papás de mis padres y….., siempre ha sido así y no me había puesto a pensar en ello, lo que sé es que tengo que llegar a lo mas alto y buscar una pareja para poder preservar la especie. Allá arriba mi pareja desovará unos dos mil huevecillos, los cuales, cuando estén maduros, serán pequeños salmones y empezarán a hacer su viaje aguas abajo, hasta llegar al mar o a una laguna, pues hay salmones de agua salada y otras de agua dulce. Pero debo decirles que el viaje hacia arriba es muy cansado y peligroso, pues siempre nos están acechando los pescadores, las aves pescadoras y hasta los osos, pues somos un buen manjar para ellos, -lo anterior lo dijo con ojos de miedo, mirando hacia todos lados en busca de un posible enemigo- pero aún así, debemos hacer el viaje, pues de otra manera pronto nos extinguiríamos de las aguas de la tierra, lo que supondría una ruptura en la cadena de la vida. También los huevecillos tienen peligros, pues aunque son muy pequeñitos, los pueden encontrar otros peces, o los sapos y ranas, en fin, que nuestra vida es difícil y azarosa.

Vaya, intervino Dondín XVIII, yo creía que venías aguas arriba solamente para divertirte, pero ya veo que es parte de tu vida y, además, parte muy importante de la misma y tienes razón, si cualquiera de las especies vegetales o animales desaparece, ocurren muchos cambios, mismos que pueden hacer desaparecer a especies mas débiles.

Pero no nos pongamos solemnes, -dijo el salmón- ustedes se ven muy alegres, ¿están de paseo?

Para nada, -intervino Dondín XVII, mis hermanos y yo hemos venido a la montaña por encargo de nuestra madre, que necesita nueces para hacer un sabroso pastel, pero como nuestra casa está en la parte media de la sierra, nos es fatigoso el viaje y por ello hemos descansado en este arroyo, tan fresco y cristalino y hemos tenido la suerte de encontrarte.

Bueno, pues ya que nos hemos encontrado y como se ve que ustedes no conocen todo el cauce de este río, les cuento que aguas abajo, como a cosa de medio kilómetro, el arroyo se divide en dos brazos, el de la derecha sigue bajando, entre piedras y plantas y forma una gran cascada; el brazo de la izquierda de pronto se vierte en una gran cueva y discurre subterráneo durante cosa de un kilómetro y va a salir a una boca que se encuentra precisamente detrás de la cascada, yo he remontado ese río escondido y es realmente maravilloso, pues la formación del cerro, a base de enormes piedras, deja pequeños huecos por donde pasan algunos rayos de sol, lo que le da una leve claridad a la gruta y el paso del agua de lluvia ha arrastrado minerales que le han dado una impresionante belleza al lugar. Cuando tengan tiempo, yo les recomiendo que la visiten y no se preocupen, pues dentro de la caverna hay mucho espacio para respirar y hasta algunos playones para descansar. Y ahora me despido, pues debo continuar mi viaje, -el salmón se alejó, saltando alegre en las aguas del arroyo, ante el gesto de despedida de los duendes-

Uno a uno, los tres jóvenes duendes fueron saliendo del agua, cansados, se acostaron sobre la hierba, mordisqueando los pétalos dulces de unas florecillas silvestres. El cielo estaba claro esa tarde, algunas nubes blancas, como de algodón, se desplazaban lentas y silenciosas, montaña abajo. Un águila volaba majestuosa, tal vez ya en busca de su nido, en lo mas escarpado de la montaña. En los árboles cercanos, las ardillas correteaban juguetonas, trepando y bajando con ágiles movimientos. Montaña abajo, de los caseríos empezaban a salir columnas de humo, señal de que estaban preparando los alimentos para la cena.

Los hermanos, cada uno con sus propios pensamientos, se vestían con desgano, como no queriendo volver a su casa, pero su madre los esperaba con las nueces y no deberían demorar mas, Dondín XVI les dijo a sus hermanos:

Muchachos, hoy ya es algo tarde, pero yo les propongo que mañana, muy temprano, volvamos al río para explorar el río escondido, podemos decirle a papá y a nuestros hermanos y, tal vez, hagamos juntos una excursión, ¿qué les parece?.

¡Hurra!, gritaron al unísono los hermanos, vayamos a casa y mañana vendremos dispuestos a la aventura.

Puestos ya de acuerdo en la próxima aventura, los duendes continuaron su ascensión y llegando a la zona de nogales, pronto llenaron unas bolsas que llevaban para tal fin, por lo que mirando el avance del sol, se dispusieron a volver.

Diciendo y haciendo, los tres duendes recogieron sus bultos y, alegres y cantando tomaron el camino a su casa.

Durante la cena, en aquella gran mesa, Dondín XVI refirió a su padre y hermanos lo que el salmón les había relatado, invitándolos para que al día siguiente hicieran juntos la excursión a tan maravilloso lugar. Todos estuvieron de acuerdo en que sería una buena aventura y, tal vez, pudiesen encontrar alguna mina qué explotar; así pues, unos y otros estuvieron aportando ideas para hacer el viaje, unos se dieron a la tarea de reunir todas las cuerdas que encontraran, pues les podrían servir, en caso de tener que escalar o hacer descensos; otros mas, a acopiar antorchas para alumbrarse en el interior de la caverna: En fin, otro grupo se dedicó a preparar los alimentos que pudiesen requerir y otros prepararon la herramienta para explorar los posibles yacimientos que encontrasen. Todo dispuesto, todos se fueron a dormir, pues tenían que salir muy temprano, pues la caminata iba a ser pesada.

Antes de salir el sol, el padre y sus veinte hijos estaban ya dispuestos para emprender el viaje, la madre les había preparado un abundante desayuno y, alegres y cantando, se hicieron al camino. Los animales del bosque asomaban la cabeza para ver la marcha de los duendes y algunas lechuzas revoloteaban sobre ellos, antes de que saliera el sol, lo mismo hacía una colonia de murciélagos, mirando con asombro el paso de la comitiva. A la cabeza iba el padre y detrás de él, en estricto orden de edades, sus veinte vástagos.

Jo, jo, jo, vamos todos a cantar… ja, ja, ja, vámonos a trabajar… ji, ji, ji, vamos todos a reír…. Sí, sí, sí. Los duendes cantaban y reían, pues para ellos era un día de paseo y lo disfrutaban a lo grande. Cerca de ellos, tres topos cargaban con la impedimenta, correteando juguetones, sin alejarse del ruidoso grupo.

Al pasar por la charca, un grupo de sapos se puso a croar alegremente, saltando juguetones por encima de los duendes, quienes brincaban para tratar de tocarles las barrigas. Croa, croa, croa, cantaban los sapos, divertidos también por la algarabía que armaban los duendes.

A media mañana, cuando ya el cansancio empezaba a hacer efecto, sobre todo en los mas pequeños, los cantos y las risas empezaron a menguar, hasta que el padre levantó una mano y todos se detuvieron. El viejo duende empezó a repartir órdenes:

Vamos a ver, del I al V, preparen la lumbre para hacer el almuerzo; del VI al X, descarguen a los topos para que descansen; del XI al XV, denles agua a los animales y el resto, se viene conmigo, vamos a buscar miel para almorzar. Obedientes, los duendes se dieron a realizar las tareas encomendadas, en tanto el padre y los mas pequeños empezaron a recorrer el bosque, en busca de un buen panal. Dondín XVII fue el primero que lo vio, estaba oculto en el hueco de un árbol, así que cautelosamente se acercaron y el padre de los muchachos habló con una de las abejas soldado que vigilaban el panal.

Buen día, abejita, vengo con mis hijos de paseo y queremos pedirle a tu reina que nos obsequie con un poco de miel para preparar nuestros alimentos, ¿serías tan gentil de pasarle nuestros saludos y petición a tu reina?

La abejita revoloteó recelosa alrededor de los visitantes y pasando el encargo a otra abeja, la despachó de inmediato a llevar la petición. Pocos minutos después, la mensajera volvía con la razón: agradecía la reina el saludo y les autorizaba a tomar un poco de miel, por lo que los chicos se pudieron acercar al nido y llenar algunas vasijas que llevaban para tal fin. Una vez realizada la operación, agradecieron a las abejas su hospitalidad y volvieron presurosos al campamento, donde ya los esperaban quince bocas hambrientas. Ya los hermanos mayores habían prendido las hogueras y calentado los panes que su madre les había preparado, así que en cuanto llegaron los portadores de la miel, todos se dispusieron a recobrar sus energías, mediante un suculento almuerzo. Poco tiempo después y ya repuestos los cuerpos de ese primer esfuerzo, recogieron el campamento, teniendo buen cuidado de apagar completamente las hogueras, a fin de no ir a provocar un incendio en el bosque. Las hormigas daban cuenta de las migas dejadas entre la hierba y algunos pajarillos levantaban algún mendrugo olvidado.

Nuevamente se escuchó el canto entusiasta de los duendes, que a los oídos de algún humano, se hubiese confundido con el silbar del viento entre el follaje. Antes de que el sol estuviese en lo alto, los expedicionarios, siguiendo el curso descendente del arroyo, llegaron a un sitio donde se separaba, el brazo derecho seguía bajando entre piedras y plantas y el izquierdo se perdía ante una aparente pared de plantas y hojas elegantes; los duendes empezaron a remover la vegetación, hasta que al fin pudieron ver la boca de una cueva por donde corría el brazo de río. Como era temporada de estío, el arroyo no llevaba mucho agua, por lo que, a los lados del cauce se formaban sendos caminos de arena y grava, por donde los duendes empezaron a descender. En algunos lugares el descenso era suave y la cueva grande, pero había sitios en donde se angostaba el paso, haciendo una corriente mayor. De pronto llegaron a un sitio donde terminaba el camino de arena y se formaba una cascada; el padre y los hijos mayores se acercaron a la orilla, pero la oscuridad no les permitía distinguir el fondo de la cascada, aunque el ruido que hacía la caída era atronador.

Traigan las cuerdas, -ordenó el padre, al momento le acercaron unas cuerdas y procedió a atarse una a la cintura- Tú, Dondín I, te quedarás aquí al frente de todos, ustedes II y III, vendrán conmigo para explorar, cuando les demos la orden, todos bajarán con cuidado. Aseguren estas cuerdas a las piedras o raíces que consideren firmes, lo mismo harán con todas las cuerdas. Aten a los topos para que no se vayan a ir y solo bajaremos las antorchas y las herramientas, en caso de que requiramos alimentos, ya vendrá un grupo a buscarlos. ¿Todos entendieron?

Sí padre, -contestaron todos, empezando el descenso de los exploradores, que llevaban cada uno una antorcha , un pico y una pala, así como una pequeña hacha. Después de un rato, solo se veían las tres antorchas que alumbraban vagamente la cueva.


Una vez llegados al fondo, los expedicionarios hicieron señas con las antorchas a los que habían quedado arriba, iniciando el descenso de todos. Ya todos en el fondo y las antorchas encendidas, pudieron apreciar una caverna grande y hermosa. Del techo colgaban blancas estalactitas que centelleaban con la luz de las antorchas; del piso sobresalían enormes estalagmitas, unas y otras formadas por el gotear de agua rica en sales que con el paso de los milenios había ido haciendo esa hermosa filigrana. Las voces formaban eco en las paredes de la gruta y los duendes pequeños jugueteaban correteando de un lado a otro. Los mayores, junto con el padre, se pusieron a recorrer la gruta, observando con ojos expertos las rocas de piso y paredes. El arroyo formaba en ese sitio un tranquilo remanso, con amplias playas donde se podía reposar con tranquilidad, pero también se daban cuenta de que si hubiese una crecida inesperada, era muy difícil salir de esa gran cueva.

De pronto Dondín V llamó a su padre y le mostró un trozo de un material medio café, semitransparente, muy ligero, que no se le hizo conocido, pero sí curioso, pues dentro de él se veían atrapadas moscas y abejorros. El padre lo examinó a la luz de las antorchas y entonces recordó: Es ámbar, una resina de origen vegetal que con el tiempo se oxida y se endurece, aunque si se golpea es quebradiza; no se disuelve en agua y si quemamos un poco, despide un olor dulzón y agradable. Es un producto valioso, pues es un fósil que ha tomado miles de años para su formación, así es que los insectos que vemos en su interior, deben tener millones de años. Vamos a excavar con cuidado, a fin de no estropear las piezas que hallemos, yo creo que estas piezas se pueden pulir y darles un acabado como de joya, los llevaremos a la colonia para enriquecer nuestras arcas, sé que el hombre le da mucho valor y nos servirán para las obras que nos vayan encomendando. Mientras diez de nosotros hacemos este trabajo, el resto continúe explorando la caverna; como siempre, tú Dondín I, irás a la cabeza de esa expedición, recuerda, no se arriesguen, pero traten de llegar al final, donde según nos cuentan, hay una gran cascada y este arroyo se une con su hermano.

Dejamos pues a los duendes mineros y continuamos el viaje de exploración con el resto del grupo. Mas adelante el túnel se vuelve a hacer angosto y solo queda un camino de arena, así es que en fila los duendes van caminando. No muy lejos alcanzan a ver una luz y al llegar se encuentran con una gran cortina de agua, es el final de la gruta, se acercan con cuidado a la orilla y ven que el arroyo, enriquecido nuevamente con ambos brazos, forma una imponente cascada que se pierde entre grandes helechos y peñascos; el ruido que hace el agua es ensordecedor. Después de un rato de observación, Dondín I da la orden de volver, cosa que hacen de manera ordenada, para reunirse mas tarde con el resto de la columna y preparar una saludable comida, rodeados por una buena cantidad de piedras de ámbar. Después de comer se dan a la tarea de acercarlas a la primera cascada. Tres de los duendes mayores y el padre ascienden primero y después van subiendo el ámbar extraído. Una vez todos arriba, cargan nuevamente a los topos y gustosos regresan a cielo abierto. Ha sido una gran experiencia este viaje, además de que descubrieron un buen depósito de ámbar, ya habrá ocasión de extraer mas material, por lo pronto es volver a la colonia a informar del hallazgo y entregar las piezas transportadas.

Dondín XVIII descansa satisfecho en su cama, la emoción de la aventura le quita el sueño varias horas, pero al final cae rendido en un sueño tranquilo y reparador. No cabe duda que los duendes son seres muy afortunados y él lo aprecia mas por la maravillosa familia que tiene. Su madre y hermanas les hicieron una gran cena de bienvenida y todos cantaron y bailaron llenos de alegría. Mañana será otro día.




LEXICO

Viandas Manjar. Alimento, comida, plato, sustento, ración, vitualla.
Guijarros Piedra pequeña, redondeada y lisa, erosionada por acción del agua.
Preservar Conservar, resguardar o proteger de un daño o peligro.
Azarosa Desgraciada, desafortunada, ajetreada
Remontado Subir una pendiente, navegar aguas arriba en una corriente.
Escarpado Que tiene escarpa o gran pendiente. Terreno abrupto, accidentado y áspero difícil de ascender
Yacimientos Sitio donde se halla naturalmente una roca, un mineral, un fósil o restos arqueológicos.
Algarabía Griterío confuso de varias personas que hablan al mismo tiempo.
Mendrugo Pedazo de pan duro.
Cauce Lecho por donde corre un arroyo o un río.
Atronador Estruendoso, ensordecedor, estridente.
Estalactitas Concreción calcárea larga y puntiaguda que cuelga del techo de las cavernas por la filtración de aguas calizas carbonatadas.
Estalagmitas Estalactita invertida que nace en el suelo de las cavernas con la punta hacia arriba.
fósil Resto de un organismo muerto que se encuentra petrificado en ciertos capas terrestres.

1 comentario:

Haydée Norma Podestá dijo...

¡¡¡Me encantó tu cuento con duendes!!No sólo voy a seguirlos leyendo sino que se los voy a leer a Ana Clara, mi nieta. Un abrazo desde las orillas de mi río que también tiene duendes. Haydée